Licántropa bailarina

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Desde que Ron y Harry habían hecho las paces todo había mejorado para Hermione y para mí. Además, para Harry las cosas también se habían relajado; después de su exhibición durante la prueba demostró que podía tener oportunidad de ganar y se había ganado el respeto y el apoyo de Hogwarts. Ya habían pasado dos semanas desde entonces.

Salíamos de la última clase del día, Adivinación.

—Al menos no nos han puesto deberes. Espero que la profesora Vector le haya puesto a Hermione un montón de trabajo—rió Ron—. Me encanta no hacer nada mientras ella está trabajando.

Pero Hermione no fue a cenar. Fuimos a buscarla a la biblioteca, pero dentro sólo estaba Viktor Krum. Merodeamos un rato por las estanterías, observando a Krum mientras Ron cuchicheaba sobre si pedirle un autógrafo. Luego nos dimos cuenta de que había al acecho un grupito de chicas en la estantería de al lado debatiendo exactamente lo mismo, y perdió todo interés en la idea.

—¿Adónde habrá ido?— preguntó Ron mientras volvíamos a la torre de Gryffindor.

—Ni idea... «Tonterías».

Apenas había abierto la entrada la Señora Gorda, cuando las pisadas de alguien que se acercaba corriendo por detrás anunciaron la llegada de Hermione.

—¡Chicos!— llamó, jadeante—. Tenéis que venir. Es lo más sorprendente que podáis imaginar.

—¿Qué pasa?— preguntó Harry.

—Ya lo veréis cuando lleguemos. Vamos, rápido...

Harry miró a Ron, y él le devolvió la mirada, intrigado. Hermione comenzó a andar, seguida por nosotros. Corrí para ponerme a su altura.

—¿Adónde vamos, Mione?

—¡Ya lo veréis, lo veréis dentro de un minuto!— anunció emocionada.

El camino cada vez se me hacía más familiar. Bajamos escaleras y más escaleras hasta llegar a una zona de las mazmorras del castillo. Pero, en lugar de dar a un sombrío pasaje subterráneo como el que llevaba a la clase de Snape o a la Sala Común de Slytherin, desembocaba en un amplio corredor de piedra, brillantemente iluminado con antorchas y decorado con alegres pinturas, la mayoría bodegones. El sótano de Hufflepuff.

—¡Ah, espera!— exclamé, a medio corredor—. Ya sé a dónde nos llevas.

Cuando llegamos, señalé la pintura que había justo detrás de Hermione: un gigantesco frutero de plata.

—¡Hermione!— dijo Ron cayendo en la cuenta—. ¡Nos quieres liar otra vez en ese rollo del Pedo!

—¡No, no, no es verdad!— se apresuró a negar ella—. Y no se llama "pedo", Ronald.

—¿Le has cambiado el nombre?— preguntó Ron, frunciendo el entrecejo—. ¿Qué somos ahora, el Frente de Liberación de los Elfos Domésticos? Yo no me voy a meter en las cocinas para intentar que dejen de trabajar, ni lo sueñes.

—¡No os pido nada de eso!— contestó Hermione un poco harta—. Acabo de venir a hablar con ellos y me he encontrado... No sé cómo no te has dado cuenta antes, Lena. ¡Ven, Harry, quiero que lo veas!

Agarrándolo otra vez del brazo, tiró de él hasta la pintura del frutero gigante. Herms alargó el índice y le hizo cosquillas a la enorme pera verde, que comenzó a retorcerse entre risitas, y de repente se convirtió en un gran pomo verde. Abrió la puerta y empujó a Harry por la espalda, obligándolo a entrar. Ron me echó una mirada inquieta antes de entrar.

Aparentemente no había nada fuera de lo común en las cocinas: muchos elfos felices de hacer su trabajo y un montón de platos con comida volando de un lado a otro. Entonces fue cuando algo pequeño se acercó a Harry corriendo desde el medio de la sala.

Jokers [Fred Weasley]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora