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Silvia recostó su cabeza en la puerta metálica del baño del bar en el que estaban. Se abrazó a sí misma por largo rato y se concentró en regular su respiración. De repente sentía náuseas, dolor de estómago, ganas de llorar...

Apretó fuertemente sus brazos con sus manos y tomó aire por la nariz obligándose a calmarse, y por fin, luego de lo que pareció una eternidad, pudo hacerlo. Miró al techo sintiendo cómo una lágrima corría por la mejilla, pero la secó con el dorso de su mano sin inmutarse. Abrió la puerta del baño y encontró a Paula al otro lado, recostada a los lavabos, y mirándola como si pudiera traspasarla con sus ojos, como si pudiese verle el alma.

—Es el jet-lag —explicó Silvia metiendo las manos bajo el chorro de agua fría de los lavabos—. Pero ya en un rato se me pasará.

—¿El jet-lag, o Fernando? —Silvia se enderezó y miró a su hermana con dureza.

—Él no tiene nada que ver.

—Silvia, a mí no tienes que mentirme.

—¿Y por qué crees que te estoy mintiendo?

—Él tampoco te ha olvidado —dijo Paula sin prestar atención a sus palabras—. Todos estos años...

—Todos estos años él fue el Fernando de siempre, tú misma me lo dijiste, de mujer en mujer, de fiesta en fiesta, y...

—No sabes nada de su vida, no te molestaste nunca en averiguar la verdad. Sí, tal vez al principio fue ese hombre, pero ahora mismo es...

—No me importa quién es. Y no quiero hablar de él, ni de nada. Si me interesara casarme, el último hombre con el que lo haría sería Fernando Alvarado.

—¿Por qué eres tan...?

—Y me molesta que pienses que él me afecta de alguna manera —la interrumpió de nuevo Silvia—. Sólo fue una aventura. Yo para él, él para mí... sólo fue una semana loca y ya...

—¿Te arrepientes? —Silvia esquivó su mirada—. De esa semana loca... ¿te arrepientes?

—No —le contestó luego de tragar saliva y respirar hondo—. No me arrepiento. Pero que no me arrepienta no significa nada. Fue bonito... y efímero. Como una flor... Así, tal cual, fue. El mejor jardinero del mundo —sonrió Silvia entre dientes tomando una toalla de papel y secándose las manos.

—¿Y qué harás ahora?

—Paula, ya lo sabes... Trabajar en Jakob, aprender para, algún día, tomar la presidencia. Carlos confía en mí para eso, y no lo voy a defraudar.

—¿Y nunca te enamorarás?

—La verdad... —suspiró Silvia encaminándose a la puerta— yo no sé cómo tú y Ana sí pueden enamorarse... Las admiro. Yo, definitivamente, no estoy hecha para eso.

—¿A Ethan tampoco lo amaste? ¿Ni siquiera un poco? —Silvia hizo una mueca.

—Sí lo quería... pero... ¿Crees que si lo hubiera amado, yo estaría aquí y él por allá? No... Me habría metido en su maleta y allá me habría aparecido—. Paula sonrió, y no dijo nada más cuando su hermana salió al fin de los baños y se encaminó de vuelta a la mesa en la que estaban.

Silvia se creía incapaz de amar, pero la verdad, es que no era así... de lo que era incapaz, era de confiar.

Desde un punto del bar, miró hacia Fernando, que hablaba con otras personas en su mesa, brindaba y sonreía.

Ay, Fer, quiso decirle. Si quisieras llegar a su corazón, ¡tendrías tantos obstáculos que sobrepasar!


La noche se pasó lenta, a gusto de Fernando. Comida, licor, brindis, conversaciones... luego de una eternidad, al fin se hicieron las nueve de la noche, y después, las diez.

Tu ilusión (No. 5 Saga Tu Silencio)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora