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Este nuevo estilo de vida era exigente, se dio cuenta Silvia sólo unas semanas después de haber iniciado. No había nadie a su lado recordándole las cosas que le faltaban por hacer, ni nadie cuidando de que comiera apropiadamente. Si una blusa o unos calcetines estaban sucios, no podría pedirle el favor a nadie de que se lo lavara para evitarse el trabajo y hacer rendir más su tiempo; todo lo que hiciera para su bienestar dependía completamente de ella, y aunque al principio le costó, pronto pudo encontrar un ritmo con el que se sentía cómoda.

Se levantaba temprano, asistía a clases, almorzaba, se quedaba en el campus estudiando o haciendo sus tareas, y luego volvía a casa para cenar. Preparaba ella misma sus alimentos todo el tiempo que le era posible, pues se dio cuenta de que comprar por fuera no sólo le consumía más dinero, sino que también le estaba haciendo perder el cuerpo del que tan orgullosa se sentía, así que cuando vio esos kilos de más, no sólo dejó la comida del restaurante, sino que intentó llevar una vida más activa.

Ahora tenía menos tiempo libre para dedicarlo a las redes sociales, pero eso no le importaba mucho ahora. En cada clase, taller, trabajo y examen, tenía presente las razones por las cuales estaba aquí, y todo el camino que en su vida recorrió. Esto no le quedaría grande.

Al principio todo el asunto de las clases, las asignaturas por matricular, la red social de la universidad y etcétera le parecían estar en chino, pero poco a poco fue adaptándose a este nuevo vocabulario. Es que, además, no tenía alternativa, o aprendía, o era devorada.

Y primero muerta que bañada en sangre, se dijo.

A pesar de que ahora contaba con dinero, y tenía ciertas comodidades, Silvia se estaba dando cuenta de que siempre había dependido mucho de Ana y sus hermanos. Ahora que ya no era una parte de un grupo, sino un individuo, le era muy difícil soportar la soledad. Llamaba a Ana más constantemente de lo que pensó que haría en un principio, y hablaba también con sus hermanos de cualquier tontería, como de lo diferentes que eran los tomacorrientes aquí, y el acento que era muy distinto del que había aprendido en el colegio o de Sophie.

Gracias a Paula se enteró más o menos de lo que ocurría en Colombia, con Sophie y su recién descubierta familia. Para ella también fue un shock descubrir que esa joven que parecía estar sufriendo hambre, en realidad era una rica heredera.

—Esas cosas no me pasarán a mí —suspiró Silvia, y Paula se echó a reír.

—No, no tenemos abuelos ricos.

—Pero no los conocimos —reflexionó Silvia—. Tal vez a nuestro padre también lo desheredaron por casarse con una mujer pobre. Todavía hay esperanza—. Paula sólo se burlaba de ella.

En cuanto a hombres, a pesar de que en su curso había varios chicos guapos, sentía que ninguno llamaba su atención lo suficiente como para descuidar sus estudios. Estaba enfocada en eso, tenía mucho, mucho que aprender, su día no alcanzaba, así que enamorarse, encapricharse, o enredarse con un hombre no pasaba siquiera por su mente.

De vez en cuando le llegaban mensajes de números desconocidos, pero estaba tan ocupada que nunca se preocupó por leerlos; si iba a dedicarle tiempo al teléfono, sería hablando con su familia, pero pasados unos meses notó que los mensajes no paraban de llegar, y el número, inconfundiblemente, era de Colombia, así que se decidió a mirarlos.

Supo que era Fernando por su foto de perfil. Nunca había guardado su número, ni siquiera aquella vez que se lo escribió en uno de sus libros, y una noche, con las luces ya apagadas y acostada en su cama, se puso a leerlos con atención.

Al principio eran tonterías, como saludos, bromas, datos aleatorios acerca de lo que estaba haciendo, y luego, las cosas se fueron poniendo algo serias. Claro, si Sophie era una Alvarado, era su prima, y seguro que para él había sido estresante todo este proceso, y el descubrimiento.

Tu ilusión (No. 5 Saga Tu Silencio)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora