...46... Final

27.6K 2.7K 1K
                                    

Afuera, Sebastián se detuvo en el extremo del jardín, sin tener muy claro qué hacer o a dónde ir.

Miró el auto que Silvia tuvo antes de irse a Australia y que ahora compartía con Paula, y se detuvo. ¿Por qué se sentía tan abrumado? ¿Tan malo era ser el hijo bastardo de un ricachón malvado?

Respiró profundo y se giró al sentir los pasos de Paula. Como era de esperarse, ella no lo iba a dejar en paz.

Sonrió.

—Estoy bien —le dijo—. No voy a hacer nada loco.

—Ya lo sé. Pero no tienes por qué estar solo—. Él hizo una mueca, pero no se movió de allí. Ahora sentía que no quería huir, pero tampoco quería volver a entrar en la casa.

De repente, todo lo que había tenido seguro en la vida había cambiado. En el pasado, todo era efímero; las casas donde vivían, la ciudad, o el pueblo, el dinero... Pero nunca la familia; esta era siempre estable e inamovible. Estaba acostumbrado que a ella se añadieran personas, como Ángela, Carlos, y los hijos que tuvieron luego. Pero esta sensación de ahora era como si le acabaran de arrebatar algo muy preciado.

Sus hermanas ahora eran, todas, sus medio hermanas, y eso sólo llevaba a una conclusión; la anomalía allí era él.

—Mamá nos dejó cuando yo nací —dijo él en voz baja, como si en vez de afirmarlo, sólo divagara un poco en sus pensamientos—. Y luego de eso, fue que papá empezó a emborracharse. ¿Crees que haya sido... ya sabes, por mí? Él lo supo, y por eso...

—Tú no eres la razón por la que nuestra familia se desmoronó —dijo Paula con firmeza—. La culpable fue mamá, que se metió con un hombre teniendo un hogar formado con otro.

—Entonces soy el fruto de su culpa y su error...

—Sebastián —lo llamó Paula, no como si lo tuviera en frente, sino como si se estuviera yendo muy lejos—. Con todo lo que hemos tenido que vivir... he aprendido que nada ocurre por casualidad, y ninguno de nosotros es un error. Para mí, al contrario, tú has sido la bendición más grande—. Él sonrió—. Aunque a veces eres un dolor de cabeza —añadió ella cruzándose de brazos.

—Me gustaba más la parte de la bendición—. Ella soltó una risita nerviosa, y volvió a mirarlo a los ojos.

—Seguimos siendo los mismos —le dijo, casi como si hubiese leído sus pensamientos—. Aún tenemos el mismo tipo de sangre... y nos parecemos más entre nosotros que tú y Ángela. Sigues siendo un Velásquez —él se echó a reír. No se le había ocurrido que pudiese cambiar de apellido. Pero imaginaba que no era necesario.

—Al menos —dijo con un suspiro—. Me gusta mi apellido. Pero de repente... mi familia se agrandó de un modo que nunca imaginé.

—¿Eso no debería hacerte feliz?

—Es que... No quiero ser hijo de Orlando Riveros... Fue muy malo... con Angie y con Ana... Llevar su sangre no me hace feliz—. Paula hizo una mueca.

—Yo no lo veo como que llevas la sangre de ese señor —Sebastián la miró interrogante—. Yo lo veo más como que llevas la sangre de Ángela—. Sebastián sintió un nudo en su garganta.

Sería un mentiroso si dijera que el trato de ella hacia él no era especial. Siempre lo mimó como si fuera su hermanito pequeño, aun antes de aquel accidente con fuego. Luego de eso, pensó que todo se debía a que estaba convaleciente, y a otras cosas, menos a esto.

Desde pequeño, siempre había tenido muchos interrogantes acerca del porqué de muchas cosas en su vida, y esto era una excelente respuesta para algunos de ellos.

Tu ilusión (No. 5 Saga Tu Silencio)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora