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—¿Qué me estás diciendo? —le preguntó Fernando a su investigador privado sintiendo un poco de terror, evidenciándolo en sus ojos y el tono de su voz. Acababan de informarle que, en los últimos meses, Valeria Sarmiento había ido a visitar a Agustín Alvarado a la prisión tres veces.

¿Para qué?, se preguntó Fernando sintiendo un escalofrío recorrerle la espalda. ¿Por qué?

El investigador siguió dándole los informes, las fechas en las que fue, los permisos que tuvo que agilizar para conseguir tal cosa. Cuando Fernando notó que sus manos sudaban, las secó sobre las perneras de su pantalón frotándolas una y otra vez.

Estaban en peligro, hoy más que nunca podía sentirlo.

Tres visitas, pero Valeria aún no había hecho nada con toda la información que tenía. Podía haber desatado un escándalo, y aunque no sacaba ningún provecho con eso, sí que obtendría satisfacción, y la creía capaz de hacer daño sólo por observar las consecuencias desde una esquina.

Esa tarde, llamó a Eduardo Sarmiento, y cuando este le dijo que era probable que Valeria estuviera en la universidad, fue a buscarla. Preguntó por el edificio de su facultad, y esperó la hora de salida.

Aun entre mucha gente, Valeria lo reconoció. Él miraba a un lado y a otro buscándola, aunque esto ella no lo sabía, pero verlo allí de pie en su facultad le hizo saltar su corazón, así que inevitablemente caminó hasta él dejándose ver.

—Necesito hablar contigo —le dijo Fernando mirándola muy serio, y ella sólo sonrió.

—¿Tengo permitido hablar contigo?

—No estoy para juegos. Sube al auto.

—¿Silvia te deja que subas a otras mujeres a tu auto? —Fernando apretó los dientes. De acuerdo, se dijo. Jugaría este juego.

Se acercó a ella muy serio, y se detuvo a tan sólo un par de pasos.

—¿Qué es lo que buscas yendo a visitar a mi padre en prisión? —preguntó en voz baja—. ¿Intentas sacar algún provecho de eso, o es sólo un plan donde todos pierden menos tú, y eso te divierte? —Valeria elevó su mirada a él, sorprendida en parte de que él hubiese descubierto sus visitas a Agustín.

—Es lógico, ¿no? Tú me avergonzaste, yo te avergonzaré a ti cuando revele la verdad sobre tu padre—. Fernando asintió mirándola, pero sin creerle ni una sola palabra.

—No sabes en lo que te estás metiendo, Valeria —dijo—. Y no lo digo por mí, ni por las consecuencias que te traerá meterte conmigo y mi familia, sino por alternar con alguien como él. Crees que lo estás usando para tus propósitos, pero la verdad es que él te está usando a ti para los suyos. No te metas con gente como él.

—Increíble. Estás hablando de tu propio padre.

—Es sólo el mejor consejo que puedo hacerte ahora, me estoy lavando las manos y la conciencia, porque si te llega a ocurrir algo, no podrás decir que nadie te lo advirtió.

—Agustín es más hombre que tú —rio Valeria, y aquello hizo que Fernando elevara una ceja casi divertido—. Él sí tiene agallas, pantalones. Lo que promete, lo cumple.

—¿Qué te prometió para que digas eso? —Valeria sonrió.

—¿Por qué lo metiste a la cárcel? —preguntó Valeria en lugar de responder—. ¿No te gustó que te sacara un poco de dinero?

—¿Eso fue lo que te dijo él? ¿Que está preso por malversar unos pocos pesos?

—¿No fue por eso?

Tu ilusión (No. 5 Saga Tu Silencio)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora