Con el paso de los días, Silvia fue cayendo en cuenta de que había una gran diferencia entre la vida que habían estado llevando hasta ahora, y esta nueva vida. Vivir en la casa de Carlos era, cuando menos, un cambio radical.
Aquí había sirvientes, varios, y cada uno dedicado a una tarea específica. A Judith, la madre de Carlos... no sabía cómo describirla. Era muy atenta y educada, aunque no podía ocultar cierta frialdad en sus ojos. Con ellas no, al contrario, era muy amable, pero con los demás parecía un témpano.
Carlos les había traído algo de ropa, pero no era suficiente, así que estaban prácticamente desnudas, y Judith les prometió llevarlas de compras esa tarde. Ana estaba muy ocupada con Carlos averiguando todo lo referente al accidente en la casa, Sebastián seguía internado en el hospital, y esta tarde Ángela había prometido cuidarlo mientras ellas compraban algo de ropa también para él.
Bajó a la sala a esperar a Paula y a Judith, y entonces lo vio, a Fernando Alvarado, el jardinero de Valeria, que llegaba en un auto detrás del de Carlos y entraban a la sala conversando de algo. Silvia sólo se lo quedó mirando.
En verdad era alto, algunos quince centímetros más que ella, y guapo. Tenía los ojos claros y una sonrisa deslumbrante, el cabello claro y liso peinado casi al descuido, la nariz recta y de puente alto; llevaba la barba bien rasurada, y seguía con el pendiente en la oreja. De alguna manera, su belleza era mucho más atrayente de lo que antes había visto en un hombre, y ella conocía a varios muy guapos. Allí estaba el mismo Carlos, incluso Fabián, que a sus ojos, era el más guapo sobre la tierra, pero este Fernando... tenía algo, y no sabía describirlo.
¿Su aura, tal vez? Se movía con soltura, sonreía con seguridad, caminaba como si aquí todo le perteneciera, aunque no era así.
Valeria tenía razón, estaba buenísimo.
Sonrió, y entonces él la miró, y se puso nerviosa. Por favor, se reprendió a sí misma, ni que fuera el primer hombre guapo que veía, así que hizo un leve movimiento con su cabeza a modo de saludo, pero él le habló.
—Ah... puedes traerme un vaso de agua, gracias —dijo él, y Silvia se quedó pasmada. Pestañeó un poco, sintiéndose algo confundida, él no le había pedido agua, se dio cuenta. Era algo extraña su manera de solicitar algo, pero bueno, era un invitado de Carlos, así que se giró para dirigirse a la cocina y traerle el vaso de agua.
—No molestes a mi invitada, Fer —dijo Carlos saliendo de la oficina donde se había metido y con unos papeles en la mano. Silvia se detuvo al oírlo—. Pídele el agua a una de las empleadas del servicio.
—¿Ah? —preguntó él confundido. Miró a Silvia de arriba abajo, y luego miró más allá, donde estaba una de las chicas uniformadas, y entonces sonrió incómodo y se rascó la cabeza.
Ahora comprendía lo que había pasado. La había confundido con una de las muchachas del servicio y creyó que cuando lo miraba era para ofrecerle algo. ¡La había confundido con una empleada!
—Disculpa —dijo él sonriendo con todos los dientes y mostrándose encantador, pero Silvia ya había decidido que lo odiaba.
—Qué metida de pata —le dijo Fernando a Carlos cuando estuvieron a solas, y éste sólo lo miró de reojo—. Pero nunca tienes invitadas, y menos tan jóvenes...
—Es la hermana de Ana, mi novia —explicó Carlos—. Se están quedando en mi casa.
—Oh, de acuerdo. Espero que no se haya ofendido mucho —Carlos lo miró elevando sus cejas. Pobre diablo, quiso decir. Hubiese podido burlarse de ese tonto deseo, pero sólo suspiró.
—Ya las conocerás —fue lo que dijo.
Fernando recibió los documentos que Carlos le daba, y éste se disculpó y lo dejó solo de nuevo en la sala. Tenía mucho que hacer, le dijo, pero a él no le importó, esta casa era casi como la suya, y se sentía muy cómodo aquí, así que se apoltronó en uno de los sillones. Cuando revisó los papeles y verificó que estuviera todo en orden, se puso en pie y salió al jardín. Cuando abrió la puerta de su auto y estaba dispuesto a subirse, escuchó una voz que lo detuvo.
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Tu ilusión (No. 5 Saga Tu Silencio)
RomanceSilvia Velásquez, a pesar de su corta edad, ya ha atravesado por más cambios, pérdidas y desilusiones que la mayoría de jóvenes que ha conocido; y eso ha templado su carácter, volviéndola, tal vez, un poco más cínica que antes. Ser nadie para los de...