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—¿Qué haces aquí? —le preguntó Judith a Dora, encontrándola metida en una sala desierta al lado del salón de la fiesta. Dora estaba recostada a la pared, con sus brazos cruzados y sus ojos muy abiertos. Preocupada, Judith le tocó la frente—. ¿Te sientes bien?

—No. La verdad... Judith...

—¿Mmm?

—Creo que... Creo que Octavio se me insinuó—. Judith elevó sus cejas y sonrió—. Mencionó lo de la universidad. Dijo que yo lo rechacé. ¡Pero yo no lo rechacé! Ni siquiera tuve tiempo. Me casaron tan joven... Aunque luego me enamoré de Agustín... yo no lo elegí.

—¿Y si te hubiesen dado a elegir entre Agustín y Octavio? —Dora tragó saliva sin saber qué responder.

Los tiempos habían cambiado mucho para todos; en aquella época, Octavio era sólo un donnadie, sin un peso en el bolsillo, sin contactos, ni nada que ofrecer a una heredera como ella. Agustín, en cambio, lo tenía todo.

—Bueno, eso ya no importa.

—Qué bien que lo dices —sonrió Judith—. Porque, realmente, ya no hay a quién hacerle reproches. Tú te has divorciado, él lleva seis años viudo... no tiene hijos, ¿sabes la ventaja que da eso?

—¿Qué estás...?

—¡Que no tienes que lidiar con parientes celosos! Y si acaso sólo fuera un rollo de una noche... ¡No hay compromisos!

—¿Crees que yo sería capaz de...?

—¿Y por qué no? ¿Acaso no quieres probar el buen sexo? ¿Ese que de verdad te despeluca y te deja con el alma al revés? Y no es que le haya echado el ojo, pero por encima se ve que Octavio es buen polvo...

—Ya no estoy en edad para...

—¡Mujer! Eres joven, y eres hermosa. Por algo Octavio te mencionó el pasado. Ve, prueba. Si funciona, ¡yupi! Si no, ¿qué tienes que perder? ¿Tu virginidad? Ay, por Dios—. Inesperadamente, Dora se echó a reír.

—No, no tengo nada que perder... Incluso mi hijo... vive mandándome a buscar novio.

—Es sólo para que lo dejes en paz a él, pero tiene razón. Nadie te va a reprochar.

—¿Tú... me apoyas?

—Claro que sí. Dora... tú mereces ser amada... saber por una vez en la vida lo bonito que se siente ser querida, querida de verdad. Que velen por ti no como la madre, no como la hija... sino como la mujer.

—Tal vez sólo exageré y él estaba siendo amable...

—Ve y hazle una caída de ojos. Si corre a ti, es que no sólo está siendo amable—. Dora se echó a reír, y ya un poco más envalentonada, volvió a entrar al salón.


Valeria vio a Silvia y Fernando salir del ascensor en el lobby del hotel, y mientras él iba al parqueadero por su auto, tomó a Silvia de la mano y la arrastró a uno de los rincones. Silvia luchó contra ella, pero como no podía zafarse a menos que empleara la fuerza e hiciera un escándalo, se dejó conducir a un extremo del pasillo.

—¡Qué quieres! —le gritó.

—No puedo creer que me traiciones de esa manera —le reclamó Valeria—. ¡No puedo creer que te rebajes de esa forma! Es que... ¡eres increíble!

—¿Traicionarte? ¿Rebajarme? ¿En qué idioma hablas, Valeria?

—¿Ya se te olvidó que fue el jardinero de toda la universidad? Ni a mí me pudo ser fiel, ¿cómo esperas que te lo sea a ti? —Silvia la miró y apretó sus dientes.

Tu ilusión (No. 5 Saga Tu Silencio)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora