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2008

—Cuando vivamos en Bogotá, vamos a ser más ordenados, y no vamos a tirar los zapatos por ahí —dijo Sebastián entusiasmado mientras recogía sus cosas, y justo en ese momento, el brazo de Ana asomó por la cortina de la habitación casi lanzando unos zapatos viejos. Paula y Silvia soltaron la carcajada.

—Cuando vivamos en Bogotá —suspiró Silvia acariciando a Piccolo en la espalda—, voy a tener mi propio cuarto

—Yo también.

—No lo creo —dijo Sebastián arrugando su naricita respingona—. Ustedes dos son mujeres y tendrán que compartir cuarto. Yo, por ser hombre, dormiré solo —y dobló sus bracitos tratando de sacar bíceps, pero eran tan flacuchos que sus hermanas volvieron a burlarse.

No se iban a llevar nada, según Ángela, así que poco a poco fueron regalando sus trastes. No era mucho, un par de sillas, la mesa donde comían, los catres donde dormían, los trastos de la cocina...

—Ana, no encuentro a Piccolo —le dijo Sebastián a su hermana, y Silvia levantó la cabeza al oírlo.

—¿Ya miraste en el techo? —el niño asintió con la cabeza, y en su gesto se mostró la tristeza y la desesperación—. Te ayudaré a buscarlo —le dijo, y empezaron la búsqueda del gato. Preguntaron en las casas vecinas, miraron en los rincones, y por todos lados, pero no encontraron a Piccolo.

—Tal vez no se quiere ir con nosotros —dijo Ana mirando a sus tres hermanos menores llorando al gato—. Tal vez se quiere quedar en su casa—. Silvia meneó su cabeza. Piccolo era de la familia, no quería dejarlo. Habían vivido juntos demasiados momentos como para ahora dejarlo atrás.

Pero por más que lo buscaron, y estuvieron atentos a su maullido, Piccolo no apareció.


—Deberías venderla —le sugirió Ángela a Ana, refiriéndose a la pequeña construcción de ladrillos desnudos que estaban dejando atrás, pero su hermana meneó la cabeza.

—Esta casa nos la dejó papá —le contestó—. No puedo deshacerme de ella, Ángela—. Ella asintió, y no dijo nada más, y Silvia pensó en que Ángela tenía razón. Debían vender la casa, era un dinero extra que les entraría.

Su hermana era demasiado sentimental.

En Bogotá ya estaban preparando una casa para ellos, así que tal vez el sueño de Silvia se cumpliera y tuviera su propia habitación por primera vez en su vida. La decoraría bonito, con flores, con tapetes, con lámparas... y con sus cosas. Un día fueron al mercado y compraron ropa, pero era ropa abrigada. Esa ropa no se podía usar en Trinidad por nada del mundo, pero según Ana, Bogotá era muy frío y habría que usarla allá.

¡Ropa nueva para Bogotá! ¡Ciudad nueva, casa nueva, vidas nuevas!

Ya casi estaba olvidando el hecho de que estaba dejando atrás su vida.

Pero el día del viaje llegó y a casa fueron sus amigos a despedirlos. Los compañeritos de Paula le habían hecho una tarjeta deseándole buen viaje y buena suerte, Luz Adriana le regaló un portarretratos con una foto de las dos usando el uniforme del colegio, y Raúl le regaló una bolita de cristal que llevaba una flor roja dentro.

Lo miró con sus ojos llenos de lágrimas, y sonriendo, abrazó la bolita de cristal.

—Te amo —le dijo—. Me hubiese gustado... vivir toda la vida contigo—. Él sonrió.

—A donde sea que vayas —le contestó— mi deseo es que siempre seas feliz... y ya que no fue conmigo, que vivas toda tu vida con un hombre que te ame mucho más que yo—. Eso hizo reír y llorar a Silvia, y lo abrazó fuerte, y lloró otra vez, y lo besó, y lo volvió a abrazar. Milagrosamente, Ana no la llamó interrumpiéndolos, sólo la dejó despedirse de su novio, suspirando tal vez de alivio, pues la vida había apartado ese "peligro" de su camino.

Tu ilusión (No. 5 Saga Tu Silencio)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora