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—Me van a echar del colegio —lloró Valeria detrás de Silvia esa misma tarde. Ya faltaba poco para el timbre de salida—. Por favor, diles la verdad. Tú no tienes nada que perder. Yo, en cambio... —Silvia se giró bruscamente hacia ella.

—No pensaste en nada de eso cuando lastimaste a mi hermana; ahora, te aguantas.

—¡No! Por favor, ayúdame. No dejes que me echen.

—Que te echen... dos huesos rotos... Me parece un buen pago lo uno por lo otro.

—¡No! Silvia... Por favor... Ha... Hagamos algo. Mira... yo tengo buenos antecedentes de disciplina. Nunca he tenido siquiera una falta por llegar tarde. El coordinador está dispuesto a rebajarme la pena si...

—¡No es posible! —se quejó Silvia mirándola enojada—. ¿Te lo van a pasar por alto?

—Sólo si tú me ayudas —lloró Valeria—, si les dices la verdad... que yo no te herí. Puedes decir que fue un accidente y que por la rabia me echaste la culpa... Yo de verdad no sé cómo apareció ese cuchillo en mi bolso. Di que no te lastimé, esa parte es verdad, ¡por favor, Silvia! —Silvia sonrió mirándola de arriba abajo.

—Con una condición.

—La que quieras.

—Nunca más volverás a llamar mantecosa a mi hermana.

—Te lo juro.

—No volverás a apartarla a un lado, ni a ponerle ningún otro apodo. La mirarás bonito cuando te la tropieces, y la dejarás en paz cuando esté en clase y fuera de ella.

—Nunca más la molestaré, te lo juro por mi vida.

—¿Te cagaste?

—Silvia, por favor... —Silvia se echó a reír.

—Ay, qué bonita es esta vida —canturreó caminando hacia coordinación.

Rectificó su declaración, aceptó su mentira, pero por haberle hecho zancadilla a Paula, de todos modos, castigaron a Valeria. La presencia del cuchillo en su bolso quedó como algo inexplicable. No había modo de comprobar que alguien lo había metido allí, pero tampoco que ella lo hubiera usado. Una observación en su hoja de vida, un castigo, una bajada de nota en disciplina, y nada más.

Cuando Paula volvió a clase, sintió que el trato hacia ella había cambiado. Si bien Valeria no la trataba como a una amiga, al menos ahora no le ponía apodos ni se burlaba de ella abiertamente. Todavía había chicas que se burlaban de ellas a sus espaldas, que intentaban serles tropiezo en las competencias, ya que, si en las clases no les iba muy bien, en atletismo ambas eran excelentes.

—¡Eres una estúpida! —escuchó Silvia que le gritaban a alguien, y se detuvo para escuchar furtivamente. Eran dos señores muy altos, muy rubios y muy encopetados regañando a su hija: Valeria—. ¡Cómo te atreves a avergonzarnos de esta manera! Agredir a una compañera, ¡en qué estabas pensando!

—Yo no...

—¡Te callas! —gritó de nuevo el padre, y Silvia elevó sus cejas—. ¡La vergüenza que sentí cuando el profesor me dijo que eres una delincuente! —Silvia frunció su ceño. No creía para nada que el profesor hubiese usado ese término, y lo sintió por Valeria. Silvia no tenía papá, ni mamá, pero no envidiaba para nada a Valeria. Aunque Ana era estricta y tenía ciertas reglas absurdas, nunca le dijo que la avergonzaba, ni mintió para agravar sus faltas.

Lo sintió por Valeria, y se arrepintió un poco de haberse vengado tan duramente.

—Nadie conoce la gotera de la casa ajena, sino el que la vive —se dijo, y se alejó de allí para reunirse con sus hermanas, pero al volver a mirar hacia Valeria, se dio cuenta de que esta la miraba aterrorizada. Y era comprensible, su peor enemiga había descubierto que sus padres la odiaban.

Tu ilusión (No. 5 Saga Tu Silencio)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora