A pesar de que los días empezaron a pasar, Silvia no sintió que el ardor que sentía por Fernando disminuyera. Cada día era mejor que el anterior; cada cita, cada salida, un tesoro. Después del trabajo, a pesar de que estuvieran cansados, todavía sacaban tiempo para cenar, ver alguna película, salir a tomar algo, cualquier cosa. Los fines de semana los alternaban, algunas veces iban a bailar, viajaban a lugares cercanos para disfrutar del paisaje, la soledad o el silencio, o, simplemente, se quedaban en casa, veían televisión, y tenían mucho sexo.
Bueno, eso último estaba siempre en todos los planes.
—Un día de estos —rio Silvia entrando a la casa Alvarado tomada de la mano de Fernando— Dora le va a pedir a Ana que simplemente me mande la ropa.
—Siempre vienes a hurtadillas —dijo él—. No te he presentado a alguien muy especial para mí.
—Ah, ¿sí? —preguntó Silvia elevando una ceja.
Al percibir su tono celoso, Fernando sólo sonrió. Caminó con ella hasta una sala donde Silvia sólo vio un televisor enorme y un sofá, y en una casita de tela en el suelo, una gata.
Era preciosa, atigrada, de ojos verdes, y al ver a Fernando, caminó hacia él maullando muy coqueta. Fernando la alzó en sus brazos y le habló con ternura, preguntándole cómo estaba, como si le pudiera entender.
Tal vez sí le entendía, porque la gata más que maullar, parecía hablar.
—Esta es Diva —le dijo, y Silvia extendió la mano para tocarla. Aunque al principio la miró recelosa, en cuanto le acarició tras las orejas, pareció no considerarla una amenaza. Además, mientras estuviera en los brazos de su humano preferido, nada le importaba realmente.
—¡Es preciosa!
—Está conmigo desde que te fuiste a Australia. La encontré en un callejón, y la adopté. A que es divina.
—El nombre le va perfecto —dijo Silvia mirando la pequeña correa con un dije de oro en su cuello. Fernando se echó a reír.
—Es alérgica a los demás metales.
—No me digas.
—Y es la niña de la casa, qué esperabas —ella sólo pudo echarse a reír mirándolo con amor. No se imaginó que todavía tuviera su mascota, ni que fuera tan apegado a ella. La gata se veía muy bien cuidada y alimentada, lo que hablaba muy bien de él.
Poco a poco, Silvia fue sintiendo que lo conocía mejor, cuando algo le gustaba, su sonrisa de niño se ensanchaba y sus ojos se iluminaban; cuando no, simplemente guardaba silencio, y si se expresaba, era con pocas palabras.
Tenían gustos similares en películas, también en la comida, y afortunadamente, también en la música. Sin embargo, habían leído libros muy diferentes, y ninguno perdió tiempo para empezar a recomendarle sus favoritos al otro.
Era algo que Silvia no comprendía del todo; los gustos de él eran muy académicos. Prefería los ensayos, la filosofía, y libros antiguos con un lenguaje difícil de comprender. Y ella todavía disfrutando de novelas.
También Fernando hablaba inglés y francés, pero no italiano, así que de vez en cuando le daba "clases", aunque ninguna prosperó mucho. Él decía que el idioma era demasiado sexy, empezaba a besarla y hasta allí llegaba todo.
Algo que le parecía un poco extraño, era que Fernando no tenía amigos. No de su edad, al menos. Su amigo más cercano era Carlos, aunque también contaba con Octavio, con su secretario, y el mismo Sebastián. No se contactaba con nadie de la universidad, ni con los hijos de otros grandes empresarios.
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Tu ilusión (No. 5 Saga Tu Silencio)
RomanceSilvia Velásquez, a pesar de su corta edad, ya ha atravesado por más cambios, pérdidas y desilusiones que la mayoría de jóvenes que ha conocido; y eso ha templado su carácter, volviéndola, tal vez, un poco más cínica que antes. Ser nadie para los de...