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—Ana... —dijo Silvia sentándose frente al escritorio donde su hermana hacía cuentas mientras escuchaba música jazz—. ¿Puedo hacerte una pregunta? —su hermana la miró algo sorprendida.

—Siempre puedes —le respondió, lo que la hizo sonreír.

—Es que... estoy un poco nerviosa. Si me aceptan en esa universidad en Australia... Bueno, estaré un buen tiempo lejos... sola...

—Estás un poco asustada —Silvia suspiró.

—Cuando acepté el reto de Carlos, definitivamente no... no me imaginé todo lo que se venía encima. Sí, estoy asustada. Por eso quería preguntarte... si acaso... no has visto qué será de mí en tus sueños—. Ana no contestó, sólo la miró frunciendo su ceño como si pensara en ello, buscando, buscando.

Al final, sólo hizo una mueca negando.

—Deberías esforzarte un poco más por tu hermana —le reprochó con una sonrisa, y Ana sonrió también.

—Los sueños no vienen a mí a pedido, Sil. No me acuesto en la noche pidiéndole a los espíritus que me iluminen —Silvia sonrió pensando en que así debería ser—. Esos sueños simplemente llegan a mí, y a veces me dejan más confundida que iluminada. El último que tuve no parece tener pies ni cabeza, pero ahí está.

Silvia le preguntó de qué había tratado ese sueño y Ana se lo describió. Lo único que sacó en claro es que ella no estaba allí, y que todos los demás parecían muy felices, siguiendo con sus vidas.

—No tengas miedo del futuro —le pidió Ana luego de un rato en silencio—. Entiendo que ahora tendrás que afrontar cambios importantes en tu vida, pero eres una de las personas más fuertes que he conocido en mi vida. Te adaptaste muy fácilmente cuando nos vinimos de Trinidad —Al oír aquello, Silvia elevó una ceja. Ni tan fácil, quiso decir. Me tocó pelear mucho, defenderme mucho—, comprendiste primero que todos cómo se desenvolvía esta nueva sociedad —siguió Ana, y otra vez Silvia quiso negar aquello. Sí lo había comprendido primero, pero fue una lección muy dura de aprender—, hiciste amigos rápido en ese colegio —No, quiso rebatir Silvia; me costó, y aún me cuesta—, y mira, te ha ido bien en la universidad —sólo porque soy terca y obstinada, y no dejo nada a la mitad—. Australia no es nada en comparación.

—No —dijo al fin en voz alta—. Sólo es otro país, otra cultura, otra gente.

—Pero la misma Silvia —sonrió Ana—. Y no será demasiado tiempo. Vas a regresar para ser la mujer exitosa que siempre has querido ser—. Silvia asintió agitando su cabeza.

¿Cómo le decía a su hermana que ella quería saber cómo le iba a ir en el amor? ¿Tendría a alguien a su lado, así como ella tenía a Carlos? Ser exitosa o no, no la asustaba tanto como quedarse sola por siempre.

¡Todavía era virgen, porque no confiaba en nadie para darle su flor!

—Gracias —le dijo a su hermana, y sin añadir nada más, salió de la biblioteca.

Había usado a Ana como se usa a una gitana que lee la mano o el tarot, y le acababan de decir que no veían nada en su futuro.

Qué poco alentador.


Los meses pasaron, y esas vacaciones Silvia viajó sólo un fin de semana, el resto de tiempo estuvo ocupada estudiando para mejorar sus notas y haciendo los trámites para la universidad en Australia. Con cada día que pasaba, con cada semana que tachaba en el calendario, iba sintiendo cómo su estómago se revolvía.

Alrededor, las cosas tampoco estaban quietas. Resultó un buen día que Mateo y Eloísa se casaron, y obviamente se fueron a vivir juntos. Ahora los tres amigos y hermanos salían de farra con las tres amigas y hermanas, el único que seguía soltero era Fabián.

Tu ilusión (No. 5 Saga Tu Silencio)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora