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La sentencia era de treinta años de cárcel, y Agustín Alvarado no llevaba siquiera cinco años.

Al principio de su reclusión, los días eran, algunos, largos, otros, llenos de mil cosas por lo que las veinticuatro horas no le alcanzaban. Había tenido que aprender a defenderse aquí, fuera con palabras, o con los puños. Para cuando saliera, si es que salía, ya sería un anciano, así que lo que le quedaba de vida lo pasaría en este horrible lugar.

A menos que escapara.

Pero le daba miedo, tenía que reconocerlo. Si lo pillaban escapando, se aumentaría la pena, lo encerrarían en un calabozo a pan y agua durante varios días, y el trato de los guardias empeoraría. Sabía de un grupo que estaba planeando un escape, se rumoreaba que lo querían hacer pronto, y pronto no significaba la semana siguiente, ni siquiera el mes siguiente; querían hacerlo antes de que finalizara el año, pero se requería de mucho dinero para entrar en tan selecto grupo, cosa que tampoco tenía.

En fin, que la libertad era sólo un sueño por ahora. Si él pudiera salir, si tuviera el dinero y las agallas para atreverse, viajaría a Suecia, donde estaba guardado el dinero que logró malversar durante sus años de presidencia en el Grupo Financiero Alvarado, y luego de eso, se haría un nuevo nombre, una nueva identidad, así como en las películas.

Ah, su vida sería diferente a todo lo que había sido hasta hoy, porque siempre tuvo que obedecer a otros. Primero a su padre, luego a su madre... y cuando esta al fin murió, ya estaba encerrado. Sin embargo, aun ahora podía recordar la sensación de libertad tan grande que había sentido cuando le dieron la noticia.

Por fin se iría al extranjero con su fiel amor, que lo estuvo esperando todos estos años, pero, por supuesto, haría todo esto luego de que al fin cobrara su venganza; había dos personitas contra las que tenía mucho rencor acumulado, y pensar en su odio, y en los métodos de tortura que usaría, era lo único que lo mantenía cuerdo aquí.

Nunca esperó lo que le dijo el guardia de seguridad ese día. Hoy tenía visita.

¿Sería su abogado?, se preguntó. Pero este hacía meses no lo buscaba para nada. Lo llamaba y le pedía una apelación, que siguiera luchando por su caso, pero no sólo no lo estaba ayudando, sino que simplemente lo había abandonado.

Fue a la sala de visitas, donde había cámaras por todos lados, y varios guardias vigilando que nada pasara de una mano a otra, ni siquiera podrían tocarse.

Cuando el guardia le señaló a su visitante, se sorprendió mucho. Era una niña, prácticamente. Bonita, pero con mirada dura, de esas que ya han vivido cosas muy malas, pero que también planean hacer otras.

—Vaya, no me esperaba una sorpresa tan... llamativa —saludó Agustín sentándose en su silla y mirando a la joven con curiosidad—. ¿Quién eres, dulzura? ¿Qué haces en un sitio como este?

—Mi nombre es Valeria Sarmiento, señor Alvarado, y soy amiga de su hijo—. Agustín elevó sus cejas. ¿Su hijo había mandado a su novia para verlo? Insólito, él mismo sólo había venido una vez, y fue luego de que casi le rogara.

—Ajá. Eres amiga de mi hijo. Eso responde a mi primera pregunta, pero no a la segunda.

—Sólo quise venir... a expresarle una preocupación que tengo acerca de él—. Agustín guardó silencio, y Valeria no perdió el tiempo—. Entiendo que usted, a pesar de que está encerrado aquí, es un hombre de bien, que se preocupaba mucho por el buen nombre de su familia cuando las empresas estaban a su cargo, pero me temo que su hijo no es como usted, y no está siguiendo sus pasos —Agustín elevó sus cejas alentándola a seguir—. Creo que planea casarse con una... mujer... de bajo estrato social—. Eso hizo que Agustín frunciera el ceño.

Tu ilusión (No. 5 Saga Tu Silencio)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora