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Qué importa Fernando Alvarado, se dijo luego de enterarse de que estudiaría en la misma universidad que él. Dudaba que le prestase atención, después de todo, según lo que había escuchado, él era una especie de play boy rodeado de chicas anhelantes por acostarse con él.

Por otro lado, ya hacía días que había admitido que ella misma había sido una tonta al encararlo de la manera en que lo hizo. No pudo sino echarle la culpa a la desesperanza y el tormento de aquellos días. Si tenía la oportunidad, se disculparía. Nunca serían amigos, pero al menos, tampoco serían enemigos. Ya tenía demasiadas personas en su lista de odiados, no le interesaba agregar uno más, y menos, por una razón tan tonta.

Has madurado, se felicitó a sí misma entrando a una de las tantas cafeterías de la universidad, y entonces lo vio, como siempre, rodeado de gente y de ruido. Hizo la fila para pedir un café mientras pensaba en qué decirle.

"Lo siento, aquella vez fui grosera e inmadura. Estaba atravesando un mal momento, espero que me perdones".

Mmm, le gustaba, pero podría mejorarlo.

"Me disculpo por lo de aquella vez, fui grosera y resentida. No debí atacarte de la manera en que lo hice; me gustaría que pudieras olvidarlo".

Bueh, no estaba tan mal.

Pagó su café y le puso un sobre de azúcar preguntándose si abordarlo ahora o cuando estuviese más solo.

Ahora, se dijo, siempre podía pedirle un minuto para hablar a solas.

Cuando se acercó a él, Fernando la vio y sonrió ampliamente. Bien, se dijo ella. No la odiaba, al menos.

—Hola, preciosura —la saludó él—. ¿Sirves el café aquí en la universidad? —aquello volvió a dejarla pasmada, y con tranquilidad, en medio de las risas de los que lo habían escuchado, Fernando se levantó de su asiento y le quitó el café de las manos dándole una larga probada—. Lo prefiero sin azúcar, tenlo presente para la próxima.

—¡Qué te pasa! —dijo ella entre dientes, tratando que los demás no la escucharan—. Ese era mi café.

—Ah, ¿no era para mí? Qué extraño, en tus ojos vi que querías dármelo a mí—. Lo odio, definitivamente lo odio, pensó Silvia sintiendo el pecho agitado, mientras notaba cómo los amigotes y las amiguitas de Fernando reían a carcajadas festejándole la ocurrencia.

No, no, se dijo. Es una razón todavía muy absurda para odiar.

Respiró hondo y lo miró fijamente mientras él le daba otra probada a su café.

—Te pasas —le dijo—. No tienes derecho a tratarme así, ni a humillarme frente a tus compañeros—. Fernando se inclinó a ella poniendo su rostro muy cerca del suyo, y Silvia pudo notar el borde negro de sus iris, y el aroma de su loción.

—Eres bonita cuando te enfadas —le dijo—. Me encanta—. Silvia cerró sus ojos, y dando media vuelta, con las manos empuñadas, se alejó de él. Si no lo hacía, provocaría una escena donde la perjudicada sería ella.

Tan engreído, tan idiota, tan...

Respiró hondo caminando a paso rápido. Ella era una dama, una dama, se repetía. Las damas no hacen escenas...


—¿Eres amiga de Fernando? —le preguntó una chica sentándose frente a ella en el salón de clases, Silvia la miró elevando una ceja.

—No.

—Pero el otro día te saludó y conversaron, incluso compartieron un café y rieron.

—¿Me viste riéndome? —reclamó ella—. Él se burlaba; no es mi amigo.

Tu ilusión (No. 5 Saga Tu Silencio)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora