Suna 1

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No soportaba verlos así. Normalmente solían enfadarse entre ellos y, lo admito, era todo un espectáculo ver sus peleas y discusiones. Sin embargo, solo eso merecía la pena. Cuando se tiraban horas sin hablar se hacía insoportable sobre todo porque yo lidiaba con ellos.

Osamu no se encontraba bien y la frustración que ambos sentían por eso podía sentirse desde la otra punta del mundo. En circunstancias normales todos no reiríamos de eso y no habría más problemas. El único inconveniente era la fecha: faltaba un día para la final eliminatoria.

–Solo me duele un poco la garganta –dijo aquella mañana cuando los dos llegaron al gimnasio.

La mirada de Kita fue suficiente para motivar su justificación.

–Desde luego no hay duda de que sois iguales en más de un aspecto –resopló nuestro capitán–. Primero Atsumu y ahora tú.

–¡Yo cuido mi salud mucho más que este! –se defendió Osamu, aunque la voz le salió cortada–. Seguro que me lo ha pegado él.

–¿Cómo dices? –se enfadó Atsumu–. Llevo impoluto desde que empezaron las eliminatorias. Si no hubieras estado hasta las tantas el sábado...

–¿Dónde estuviste el sábado? –se interesó Kita.

–En un karaoke con algunos de mi clase. ¡Eso es, el karaoke! –exclamó como dándose cuenta de algo–. Solo me estoy quedando un poco afónico porque me excedí cantando.

–Para hacer algo que no sabes hacer mejor no lo hagas –le reprochó su hermano–. Debiste volver cuando yo lo hice.

–No soy tan aburrido como tú.

–¡Yo no soy aburrido!

Kita resopló.

–¿De verdad creéis que discutiendo Osamu se pondrá mejor? A ver, teniendo en cuenta la temperatura actual no es de extrañar que cogieras algo de frío. ¿Estabas lo suficientemente abrigado?

–Pues claro...

–...que no –atajó Atsumu–. Apenas se llevó una chaqueta de cuero. ¡Ya me acuerdo! –saltó, girándose hacia mí y señalándome con el dedo–. Suna llegó cuando yo me iba. Di, ¿pasó frío el inútil este al volver?

Atsumu esquivó habilidosamente una patada de Osamu que iba directa a la espinilla. Con una nueva mirada de Kita, ambos gemelos se irguieron y me miraron de brazos cruzados.

«¿Por qué me han metido en esta absurda discusión?» pensé.

–No lo recuerdo bien... –susurré–. Llevaba una chaqueta de cuero, sí, pero Osamu es generalmente caluroso.

–En un karaoke se tiende a sudar mucho –argumentó Kita–. Por muy bien que una persona regule la temperatura, no sirve de nada si se expone a grados tan bajos en un período muy corto de tiempo. Mirad, esta conversación no tiene ni pies ni cabeza. Osamu, sé que eres responsable, así que vete a casa y procura descansar para el partido de mañana, si es que quieres jugar en él.

Miré a Osamu con el rabillo del ojo y supe antes de que dijera nada lo que estaba sintiendo. Frustración y rabia, pero en parte era porque sabía que Kita tenía razón. Por más que le doliese, Osamu era tan consciente como todos nosotros de que entrenar aquel día solo lo haría empeorar. En su mirada, no obstante, había algo más: miedo. Era el mismo sentimiento de impotencia que se reflejaba en los ojos de Atsumu. Ellos lo sabían y yo también: sería un milagro que Osamu pudiera participar en el partido de la final.

Con aquella expresión de derrota, Osamu suspiró y asintió. Se despidió de todos nosotros y, tal y como había entrado, salió del gimnasio.

Kita dio unas palmadas y todos nos pusimos en marcha. Los que llevaban allí más tiempo comenzaron con los calentamientos, mientras que Atsumu y yo nos dirigimos al vestuario.

Más allá: InarizakiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora