Atsumu 5

78 9 1
                                    


A mitad del tercer set en nuestro partido de prácticas contra el Kumakawa, todo cambió. Suna y Osamu estaban muy motivados y Aran remataba con una fuerza que pocas veces habíamos presenciado. En el fondo me gustaba ver cómo todos se desvivían por rematar y cómo esa decisión recaía sobre mí. Aquel día, sin embargo, estaba aburrido.

De vez en cuando parábamos para beber agua en el banquillo y recordar de paso qué debíamos practicar. En uno de esos descansos, Kita se acercó a mí.

–¿Por qué estás tan serio? –me preguntó.

Parpadeé, confundido.

–¿Serio? No entiendo.

Kita cruzó los brazos y estudió mi rostro en silencio. Retrocedí, intimidado.

–¿Crees que esto es un despropósito? –me acusó–. ¿Una pérdida de tiempo?

–Yo no he dicho eso.

–Pero lo piensas.

Sí, lo pensaba. ¿Cómo no iba a hacerlo si no sentía ninguna clase de resistencia por parte del Kumakawa? Ganarles era muy fácil. En nuestra ciudad había muy pocas preparatorias y ninguna de ellas era rival para el actual equipo del Inarizaki. Ni siquiera a nivel de Hyogo era especialmente difícil encontrar buenos oponentes. Por eso solo servían los torneos nacionales.

Kita entrecerró los ojos como si pudiera leer mis pensamientos y, una parte de mí, creyó que eso era posible. Desvié la mirada profundamente incomodado y apreté mi cantimplora.

–Esforzaos al máximo –recordó–. Es el último partido de prácticas contra otra escuela que tendremos antes de las Nacionales.

–Nosotros nos estamos esforzando –se me escapó.

–Ellos también.

Miré hacia el otro lado de la pista. Los jugadores del Kumakawa sudaban y hablaban entre sí muy agitados. Su entrenadora, Rei Harukawa, los estaba aconsejando y animando.

«¿Por qué se molestan siquiera en venir? ¿Por qué aceptaron la propuesta? Con la cantidad de preparatorias que hay en Hyogo, se viene la más débil.»

–Tienes que mejorar muchas cosas, Atsumu –señaló–. No solo como jugador.

Fruncí el ceño sin comprender adónde quería llegar.

El silbato sonó y volvimos a nuestras posiciones. Me sequé las gotas de sudor en los tirantes del peto y pensé en las palabras de Kita aun cuando sabía que no debía hacerlo.

«¿A qué se refiere? ¿Por qué tiene que regañarme incluso cuando no estoy haciendo nada malo? A veces es tan insoportable.»

Supongo que esos pensamientos fueron los culpables de que me distrajera más de lo normal. Eso, sumado al cansancio, hizo que perdiéramos el tercer set por un par de puntos. Aunque la victoria hubiera sido del Kumakawa, la moral de sus jugadores seguía muy baja. Ellos ya sabían que con el segundo set perdido, nosotros habíamos ganado de forma indirecta un partido no oficial. Ese pesimismo me ponía enfermo. ¿Por qué no eran capaces de distinguir un partido oficial de uno de práctica? ¿Y qué si habían perdido dos sets? Aún faltaban muchos y ese día ganaría quien más victorias obtuviera.

Por eso, en mitad de aquella desgana, busqué la mirada del único oponente que se tomaba aquel encuentro tan en serio como yo: la de Jun Arai. Sus ojos furiosos y hambrientos, casi humillados y necesitados de algo más, me hacían sentir que el estar allí jugando contra ellos tenía algo de sentido.

Era casi conmovedor ver a Jun deslizándose por el suelo, siempre en busca del balón, salvándolo hasta casi ahogarse en su propio deseo por tocarlo. Igual de conmovedor que ver cómo, con toda su técnica y esfuerzo, Ueno le colocaba la pelota a alguno de sus rematadores. Estos golpeaban con tanta fuerza que, por cada bloqueo de Suna y Osamu, sentíamos cómo sus manos se resquebrajaban un poco más. Pero daba igual porque, aquel día, Suna y Osamu estaban encendidos. El fuego que hubiera prendido su mecha era un misterio, quizá una consecuencia de las incesantes provocaciones de Ueno y Noda. Inconscientemente, ellos habían activado la parte más agresiva de Suna y Osamu, aquella que solo buscaba machacar y humillar a los otros.

Más allá: InarizakiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora