Kita 3

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Mi rutina en el tercer año de preparatoria era de todo menos relajante. Madrugaba para salir a correr cuando tenía tiempo de sobra, después volvía a casa para desayunar, colocarme el uniforme y marcharme a la escuela. A pesar de que mucha gente pensaría a primera vista que podía ser parte del Consejo Estudiantil, no tenía ningún tipo de relación con ellos -debido a mi cantidad de obligaciones en otros ámbitos-. Sin embargo, sí que era el delegado de mi clase y portaba con honor un cargo tan relevante. Ser el portavoz de todos mis compañeros y, a la vez, conseguir que confiaran en mis decisiones me llenaba de dicha. ¿Qué puedo decir? Me gustaba sentir que todo estaba bajo control.

Por eso recuerdo con claridad que aquella mañana, la cual empezó como otra cualquiera, me llamaron al despacho del director. Pensé que no sería nada importante, quizá el aviso de algún evento que se fuera a celebrar por Navidad. Algún certamen, tal vez.

Nada más lejos de la realidad.

Dos chicos de mi clase se habían peleado y uno de ellos tenía la nariz rota. Como delegado era mi responsabilidad averiguar el motivo y preservar la paz en el aula.

Sus nombres eran Ishiwaka y Suzuki e iban al club de tiro con arco. Les pedí hablar con ellos al final de la clase antes del almuerzo. Como movidos por un impulso guiado por un pánico que no alcanzaba a entender, aceptaron sin rechistar.

–¿Qué os ha pasado? 

–Hemos perdido una apuesta –respondió Suzuki.

–¿Qué apuesta?

–No es como si alguien como tú lo entendiera, ¿sabes? –me espetó Ishiwaka–. Don Perfecto no es capaz de pensar como la plebe, así que deja de preocuparte por nosotros...

–Soy el delegado y me lo ha pedido expresamente el director. Está prohibida la violencia en este centro y vosotros habéis infligido la norma más sencilla de evadir.

–Sencilla para ti. Mira, Kita, estamos bien, ¿vale? Solo fue un malentendido...

–Pues pelead fuera del recinto escolar la próxima vez –ordené–. ¿Cómo está tu nariz? –le pregunté a Suzuki.

Él se dio unos toquecitos en el tabique nasal y asintió con orgullo.

–Está bien.

Sonreí. Esperé unos segundos más para indagar en el tema.

–¿De qué iba la apuesta?

–Dios, qué pesado eres...

–Si hay apuestas necesito saberlo.

–¿También vas a ser un aguafiestas?

–No. Me da exactamente igual lo que hagáis con vuestro tiempo libre siempre y cuando eso no perjudique al resto de compañeros.

–Don Perfecto... –masculló Suzuki de una forma muy irascible.

Los miré impasible, férreo ante mis ideales y dispuesto a acabar con cualquier acto que pudiera afectar a mi clase.

–Son chicas, ¿vale? –cedió Ishiwaka al fin–. Apostábamos por chicas. Un sieso como tú no lo va a entender.

–Lo entiendo –asentí para sorpresa de ellos–. Tenemos dieciocho años, así que esa clase de cosas son las que se esperan en nosotros. Decidme, ¿causaréis algún daño? Porque si es así tendré que tomar medidas.

–¿Pero tú de qué vas? Eres insoportable, ¿lo sabías?

Medité bien mi respuesta. Odiaba el conflicto y sabía que la siguiente elección de mis palabras sería crucial para calmar el fuego entre los tres o avivarlo.

Más allá: InarizakiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora