Atsumu 8

50 7 3
                                    


–No me puedo creer que hayamos perdido el primer set contra ellos –solté al apartar la cantimplora de mi boca. Me la sequé en el antebrazo sudoroso, dejando tras el gesto una sensación insaciable.

–Bah, no te quejes tanto –refunfuñó Osamu–. Ganaremos este y el siguiente. Ellos casi están cansados y nosotros aún tenemos gente buena en el banquillo...

–No lo entiendes –bufé.

–Pues explícate, listillo.

Me giré hacia él con el ceño fruncido. Intenté dejar claro en mi expresión que no estaba bromeando ni pensaba tolerar algún ridículo chiste de los suyos.

–Nos han ganado por poco y nos han puesto en aprietos –repliqué, furioso e intranquilo–. Se suponía que eran un equipo de tres al cuarto...

–Ningún equipo de tres al cuarto gana al Shiratorizawa.

–Fue un golpe de suerte, o eso pensaba. –Me giré hacia el banquillo del equipo contrario. Quería controlar mis emociones, en vano. Me sobrepasaban porque tenía muy claro de quién era la culpa–. Es Tobio –masculló–. Me está fastidiando. No es como yo pensaba que sería, está cambiado.

–¿Solo una persona te está poniendo así de nervioso?

Lo taladré con la mirada. Responder a eso literalmente solo lograría enfadarme más. Me sequé el sudor del cuello con una toalla y resoplé:

–No estoy nervioso.

Lancé la tela suavemente contra el banquillo. Cayó junto a mi cantimplora.

Di media vuelta y me encaminé de vuelta a la cancha para comenzar el segundo set. Noté la mano de Osamu en mi brazo. Me sostuvo con fuerza.

–Ganaremos, Tsumu –me prometió–. Estaremos bien.

Me solté lentamente y parpadeé. Pues claro que estaríamos bien, siempre y cuando nos mantuviéramos juntos. No habría problemas mientras todos los rematadores marcaran los balones que yo colocaba y, sobre todo, Osamu estuviera a mi espalda resguardando las imperfecciones. Una mala recepción, un primer toque de mis dedos que me impidiera colocar, una jugada arriesgada que solo él pudiera saciar. Mientras estuviéramos allí, todo iría bien.

–Eso ya lo sé –sonreí.

Me devolvió la sonrisa y fue suficiente para que me concentrara de nuevo.

Regresé a mi posición con la mente algo más despejada y esperé pacientemente al silbato del árbitro. Mis compañeros no tardaron en unirse a mí.

El segundo set comenzó.

Tal y como sucedió con el primero, nos resultó sencillo tomar la ventaja. Las primeras jugadas fueron frenéticas y estuvieron cargadas de potencia. Reservaríamos la estrategia para la mitad del set, así como los riesgos. Necesitábamos asegurar la primera mitad para ganarlo entero. Lo que sucediera en el tercer set sería consecuencia de esas decisiones.

Casi sin darnos cuenta, llegamos a «14-07» a nuestro favor.

Me llegó el turno del saque. Durante el primer set tuve la ocasión de entender quiénes eran mis enemigos en ese momento del partido: su capitán y el líbero. Ellos recibían mis saques, así que debía enfocarme en derrotarlos primero. La mejor opción era comenzar con destruir las defensas de su líbero, sobre todo porque reaccionaba peor a los saques flotantes. Además, era de los mejores jugadores que tenía su equipo. ¿No sería maravilloso hundirlo el primero?

Con eso en mente, golpeé hábilmente el balón. Fue directo hacia las manos del Cuatro, pilladas por sorpresa en el ataque. La pelota voló hacia atrás y cayó al otro lado de la pista.

Más allá: InarizakiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora