Atsumu 6

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–¡Qué sensación! –exclamé al probar un bocado de mi nueva adquisición. Se lo ofrecí a mi hermano e intercambiamos comida.

–¡Está buenísimo! –celebró, apretando muchos los ojos y degustando los sabores–. Podríamos probar también los de ese puesto; hay un montón de combinaciones con algas.

–¡Oh, y allí hay castañas!

–Esta es como la mejor noche de mi vida –bendijo mirando hacia el cielo, arrancándome con ello una risotada.

A mi lado, Suna resopló y se frotó la barriga.

–Yo no puedo más –protestó–. ¿Y si hacemos otra cosa?

–¿Habéis realizado ya las ofrendas? –se interesó Gin. Su chaqueta fluorescente relucía bajo los farolillos que pendían entre los distintos puestos.

Mi hermano y yo, con los carrillos llenos por igual, negamos con la cabeza. Palpé en el bolsillo de mi abrigo el amuleto que mi abuela me había regalado al comenzar el año. Era hora de que me comprara uno nuevo y, de paso, regalarle otro a ella. Siempre pensábamos que traería más suerte cuando los amuletos eran un presente que cuando los comprabas por ti mismo.

Costó mucho que nos desprendieran de los puestos de comida, pero al final lo lograron. Nos abrimos paso entre las personas y nos pusimos a la cola. Aún había mucha gente esperando su turno para la ofrenda, pero por suerte el ritmo era rápido.

–¿Qué planes tenéis esta semana? –preguntó Gin–. He pensado que podríamos hacer mochi. El año pasado hice con todos mis primos y fue muy divertido.

–¿Los mismos que están aquí? –se interesó Suna.

–Nah, los de mi familia paterna. Hoy he venido con los de mi madre.

–¿Pero cuántos primos tienes?

–Demasiados, y yo hijo único.

–Creo que todos ellos te ven como un hermano mayor.

La carcajada de Gin sonó a la par que las de otro grupo cerca de nosotros. Eran estudiantes de otro instituto y parecían menores. Junto a ellos, un grupo de adultos elegantemente vestidos mantenían una conversación que apenas se distinguía entre el bullicio. Por algún extraño motivo, aquello me hizo muy feliz.

–Entonces, ¿vamos a hacer mochi? –retomé la propuesta, alzando la voz para que mis compañeros me oyeran–. Porque creo que esa ha sido la mejor idea que he oído nunca.

Seguimos hablando del tema mientras se reducía la cola. Gin se declaró fanático de aquellos dulces, mientras que para el gusto de Suna eran demasiado sofisticados y empalagosos. Teniendo en cuenta que lo que más le gustaba era la gelatina casi líquida, especialmente si sabía a frutas, no era de extrañar que los mantecosos pasteles lo empacharan rápido. Mi hermano y yo, sin embargo, los adorábamos. Casi diría que a mí me gustaban más que a él.

–¿Pero alguna vez habéis hecho? –se percató Samu–. La masa es muy complicada de conseguir bien, es casi como un arte.

–No vamos a hacer la masa –obvió Gin entre risas–. La compraremos ya fabricada, solo tendremos que darle forma de mochi y rellenarlo.

–Qué aburrido –resoplé.

Mi compañero se frotó el mentón y chasqueó los dedos al segundo.

–Mi padre conoce a un cocinero experto en el tema. Si queréis aprender, lo podemos llamar.

–¿De verdad lo harías? –exclamó mi hermano muy ilusionado–. ¡Sería genial hacer por mí mismo la masa! Nunca me había alegrado tanto de que tu familia fuera tan famosa.

Más allá: InarizakiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora