Suna 7

39 7 1
                                    


La sorpresa que me llevé el día de Año Nuevo fue mayúscula. Me desperté ilusionado ante la perspectiva de un día sin clases, dispuesto a pasarlo leyendo mangas, viendo vídeos o haciendo cualquier otra cosa entretenida. Quizá mi padre me mandara a enviar postales a los vecinos o amigos, o tal vez fuéramos juntos a cumplir con esa tarea. Así lo hicieron Gin y los gemelos, por petición de sus madres. En mi casa, sin embargo, se presentó otra situación.

Justo en la hora del desayuno, alguien llamó a la puerta.

Me quedé de piedra al ver que, abrigada hasta los ojos y aun así con la nariz enrojecida, mi hermana me esperaba con una postal entre sus pequeñas manos enguantadas.

–¡Feliz año! –gritó extendiendo el papel.

Balbuceé algunas palabras sin sentido y entonces tomé consciencia de lo que estaba pasando. Miré hacia todos lados preocupado. ¿Cómo había llegado hasta allí? ¿Quién la había traído? En la acera de mi calle había un coche aparcado con una persona acurrucada en el maletero; me era imposible ver quién era.

–¿Hola? –se molestó mi hermana.

–¿Qué haces aquí? –alcancé a decir.

Infló los mofletes y apretó el ceño.

–Supongo que no te alegras de verme.

–¡No digas tonterías! –repliqué–. Tan solo estoy muy sorprendido.

Agitó la postal entre nosotros y gesticulé torpemente para recogerla. La abrí sin contener mi entusiasmo por los preciosos dibujos y dedicatorias de Año Nuevo que Aiko había inscrito. Su talento como artista se reflejaba en cada pincelada con una dulzura propia de ella.

La figura del coche cerró al fin el maletero y se irguió con un macuto entre las manos. Se acercó a nosotros y vi claramente quién era. Tragué saliva.

–¿Qué tal, Rin? –quiso saber mi madre.

Sonreí cortésmente.

–A sorpresas no hay quien te gane –le espeté sutilmente.

Ella rió. Se apartó de un movimiento de hombro su cabello lacio. Bajo su flequillo, cortado haría unas pocas horas, sus ojos rasgados y verdes me miraban inquisitivos. Con elegancia, miró hacia la puerta y después a mí.

–Sé que ha sido una visita inesperada y espero no haber chafado vuestros planes, pero... ¿podemos pasar?

Me hice a un lado y extendí mi brazo. Mi madre entró en la casa con la barbilla erguida y una bufanda gruesa alrededor del cuello. Los lunares de su mejilla derecha casi quedaban ocultos por su capa de maquillaje. Me miró de reojo, pero lo que sea que pensara no llegó a salir por su boca.

El codazo de mi hermana me trajo de vuelta a la realidad. Fue apenas un toque pero sirvió para recordarme que ella estaba allí. Mi madre no importaba si Aiko estaba conmigo. Además, estaba dispuesto a darle una segunda oportunidad. Era Año Nuevo, después de todo. Quizá ella también estaba decidida a mejorar como madre y a ocupar sus responsabilidades como era debido.

–¿Quién es, Rin?

Mi padre salió al pasillo, inquieto por mi tardanza. La tostada se le resbaló de las manos.

–¡Sorpresa! –exclamó mamá sonriendo ampliamente.

–¡Por los...! ¡Ishi! –logró decir. Mi hermana emergió entre nosotros–. ¡Y Aiko! ¿¡Qué estáis haciendo aquí!?

–Después de mucho reflexionar me di cuenta de que quería pasar este día en familia.

–Pero... Yo ya no soy tu familia.

Más allá: InarizakiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora