Atsumu 1

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Pocas mañanas empezaban tan bien como aquella. Me levanté descansado, bajé de mi litera de un salto y comprobé con orgullo que había madrugado más que Samu. Estuve tentado de despertarlo como él tantas veces había hecho, pero por otra parte las tripas no me dejaban de rugir, así que lo perdoné. Además, se suponía que estaba resfriado.

Con la cara lavada corrí escaleras abajo y desemboqué en la cocina como si me empujara una fuerza sobrenatural. Mi madre se sobresaltó y también mi abuela, ambas sentadas frente a la otra mientras desayunaban.

–¡Cielos, Atsumu, no hagas eso! –me riñó mi madre.

–Lo siento, lo siento –me apresuré a decir acercándome a mi abuela–. No te he asustado, ¿verdad?

–Claro que no –balbuceó ella sonriendo tiernamente.

La abracé vencido por su dulzura y le di un fuerte beso en la coronilla. Sus carcajadas eran como un suave y familiar cascabel.

Empecé a prepararme el desayuno después de darle otro beso a mi madre en la mejilla. Sus ojos caídos me miraban abiertos de par en par.

–¿Por qué estás tan animado hoy? No es propio de ti. Bueno, sí que lo es, pero tú sueles estar enfadado por las mañanas porque siempre llegas tarde. Hoy has madrugado.

–No sé, creo que estoy motivado. Nunca me había sentido con tantas ganas de empezar el Torneo de Primavera.

–Ah... Ya entiendo. –Me guiñó un ojo–. ¡Has debido de soñar con una de tus victorias!

–¡Sí! –exclamé apuntándola con un dedo–. ¡Eso es! He tenido un grandísimo sueño y estoy bastante seguro de que se va a hacer realidad.

–¿Cuál sueño? –se interesó mi abuela.

Me sorprendió ver que participaba en la conversación. Últimamente mi abuela no escuchaba demasiado bien y tampoco recordaba las cosas con frecuencia. Que me hubiera hecho aquella pregunta significaba que se estaba recuperando y, por tanto, que el pronóstico de su salud volvía a ser bueno.

Me senté a su lado y le cogí una mano.

–Pues verás, Samu y yo estábamos en la cancha principal, que es como el sitio más importante al que podemos ir ahora mismo. Todo el mundo nos miraba y esperaba grandes cosas de nosotros. También estaba el asquerosamente bueno de Sakusa, un chico que nos venció el año pasado. –Sonreí, acogido por los recuerdos del sueño–. Las luces de los focos, la expectación, la victoria... Oh, abuela, esa sensación es lo que me hace más feliz en este mundo.

Mi abuela sonrió dulcemente y acarició mi mano. Era tan suave, tan familiar, tan dolorosamente arrugada y pecosa. La quería tanto que me faltan palabras para describir lo que significaba para mí verla sonreír de nuevo, integrada perfectamente en una conversación normal. Me acarició una mejilla.

–A mí lo que más feliz me hace en este mundo es esa sonrisa tuya, y también la de tu hermano.

Sonreí y la abracé otra vez. Vale, seguramente estéis pensando que padecía de "abuelitis" y, ¿sabéis qué?, tenéis razón, ¡pero Osamu también! La única diferencia es que yo era muy empalagoso en público y Samu solo lo era en privado.

Justo entonces fue cuando mi hermano decidió reunirse con nosotros. Bajaba todavía en pijama y con el pelo revuelto. No terminó de bostezar cuando se escurrió con un escalón y descendió rodando por la escalera.

–¡Cielos, Osamu! –exclamó mi madre corriendo hacia él–. ¿Por qué no vas con más cuidado?

–Menuda mierda de mañana –bufó mi hermano poniéndose en pie con la ayuda de mi madre. Tenía ojeras y la nariz aún enrojecida, pero su voz salió con mucha más claridad–. He dormido como las mierdas.

Más allá: InarizakiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora