Kita 9

60 4 0
                                    

Puede que mucha gente pensara que se trataba de una locura. Cambiar a Aran, nuestra estrella, por un jugador del que no se sabía nada no parecía una estrategia lógica. ¿Por qué no optar por una distribución mejor y cambiarme por otro jugador menos competente? La respuesta era sencilla.

Los del Karasuno llevaban varios puntos seguidos intentando hundir a Aran. Conseguirían reducir la potencia de sus golpes, cansarlo, tomarnos la delantera. Pensar que remontarían y ganarían el set era mucho menos descabellado que sopesar la posibilidad de que, al menos por un par de puntos, Aran se merecía descansar.

En ese momento, necesitábamos reforzar la defensa. Nuestra ofensa estaba equilibrada con los Miya al frente, pero no sucedía lo mismo en la línea trasera. Mi obligación era asegurar los vacíos, apoyar a Akagi en la recepción, conceder a los atacantes un respiro y mejorar su posición. Éramos un equipo, después de todo. La responsabilidad de ganar o perder recaía en todos por igual.

El Karasuno no sabía nada de mí. Era el misterioso capitán de un equipo agresivo e imponente. Lo que esperaban de mis acciones alcanzaba unas expectativas que no necesitaba cumplir. No estaba allí para ser el capitán del «mejor retador». No estaba allí para dejar boquiabierto a nadie. Me habían convocado para ayudar y eso era lo único que haría como sustituto. No debían tener miedo de mí. Debían continuar con su precaución, igual que nosotros.

Antes de continuar con el partido, necesitaba recuperar el recuerdo del punto que acabábamos de marcar. En vez de probar una jugada más calmada, Gin había golpeado el balón con la intención de anotar. Podría haber utilizado el impulso del bloqueo para elevar el balón, que cayera en nuestro campo de forma que pudiéramos recibirla. En lugar de eso, los nervios por anotar desesperadamente le nublaron el juicio. Que hubiéramos ganado el punto era resultado del azar, un descuido del Tres por tocar la red. No podía obviar tal cosa, especialmente cuando existía la posibilidad de que se repitiese.

–Gin. –Me detuve frente al aludido–. ¿Por qué forzaste ese remate?

–Yo... Esto, pensé que debía parar el «momentum» que estaba ganando el Karasuno...

–¿Y cómo pensabas hacerlo rematando contra tres bloqueadores? –le repliqué. Se quedó sin palabras–. Deberías haberla mantenido en juego. Un remate tan fuerte y tan directo solo tenía dos resultados: el que hemos visto y el que ya te imaginas. Apuntar alto y hacer que retrocediera para que Akagi pudiera recibirla mejor habría sido una opción menos apresurada.

Hablaba rápido y con diligencia. No quería perder ni un segundo de explicaciones y era consciente de que el partido debía continuar.

Sin nada más que añadir, me giré hacia los Miya. El desquiciado saque de Osamu era solo el resultado de la impertinencia contagiosa de Atsumu. La rabia de este presionó los nervios del otro y los llevó al caos. Como siempre. No hizo falta que les dijera ni una sola palabra; eran perfectamente conscientes de que habían roto su promesa. Me juraron, en vano, que jamás volverían a discutir en mitad de un partido. Sus riñas eran uno de los principales motivos por los que el Inarizaki perdía los estribos. Un gesto tan egoísta tampoco podía dejarse pasar.

–No voy a gastar saliva en vosotros –les dije dirigiéndome a la línea de saque–. Ya sabéis lo que no tenéis que hacer.

–¡S-sí! –asintió Atsumu–. O sea... ¡No! Q-quiero decir, que no lo haremos más...

–Cállate –susurró Osamu un segundo antes de tragar saliva y mirar hacia otro lado.

Akagi y Omimi me miraban como si acabara de llevar la solución a sus problemas.

Me arrojaron un balón desde el banquillo y lo boté un par de veces antes de que el árbitro me diera la señal.

–¡Buen saque! –gritaron mis compañeros.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Aug 27, 2021 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Más allá: InarizakiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora