Kita 1

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Cuando el silbato marcó el final del partido, mi vista enseguida se dirigió al marcador. Habíamos ganado al tercer set con varios puntos de diferencia. No es que nuestro oponente fuera débil, de hecho sus miembros tenían buenas técnicas y habilidades. El motivo de nuestra victoria radicaba, simplemente, en que las nuestras eran mejores y estaban más pulidas.

A pesar de que Osamu no pudo jugar, Atsumu no lo necesitó. Durante el encuentro no dejé de buscar fallos en su jugada ni de comparar la ausencia de Osamu frente a su participación. No encontré ningún problema, pero una parte de mí no dejaba de pensar que tal vez se debía a que el enemigo no era tan capaz como Atsumu. Por lo general, los gemelos tenían el defecto de sentirse muy confiados y cercanos a la victoria si ambos estaban en la cancha. Aquel día y, a pesar de que uno de ellos no estaba, no sentí esa sensación de carencia. Al contrario; Atsumu estaba muy motivado.

Ante la evidencia de su confianza sin Osamu, no pude evitar analizar la expresión de este último. Sentado en el banco y con la nariz enrojecida y húmeda, Osamu se mantenía concentrado y taciturno.

En ese momento supe que se acercaba el fin de los hermanos Miya. Probablemente no fuera ese día ni en ese torneo, pero lo entendí. Supe que ambos estaban tomando caminos distintos y que empezaban a ser independientes el uno del otro, al menos, en lo que incumbía al ámbito deportivo. Y quien quizá hubiera empezado aquello era la misma persona que, por un descuido, se mantenía sentado en un banquillo presa de un resfriado. Y, por otra parte, a quien más afectaría ese cambio sería al hermano que saltaba y gritaba de emoción mientras festejaba la victoria, quedándose con todos los vítores del público y sintiéndose el rey del momento.

Entre aplausos y felicitaciones los insté a formarse frente a nuestros oponentes y continuar con los formalismos propios de las eliminatorias. Con la copa en nuestro poder y la satisfacción en nuestros rostros, volvimos a casa.

Recuerdo que esa noche cenamos todos juntos, aunque Osamu lo hizo algo más apartado para no contagiar su resfriado y, por consejo de Gin, tuvo que marcharse al sentirse peor. Lo acompañaron Suna y Atsumu y, después de aquello, no prolongamos mucho más la ceremonia.

Todos estábamos cansados y se nos notaba, especialmente a los que habían jugado durante los tres largos sets del partido.

Nos despedimos en un cruce entre caminos, aunque Aran y yo seguimos parte del trayecto juntos. Vivíamos cerca el uno del otro, si bien mi casa se aproximaba más a la periferia, justo cerca de unos grandes campos de arroz que me habían fascinado desde pequeño. A menudo solía observarlos desde la ventana de mi cuarto mientras ordenaba o leía. Eran tan grandes, tan amplios, ¿cómo podía alguien trabajar una tierra tan vasta y hacer que funcionase perfectamente? Sí, eso era: perfección.

El bostezo de Aran me trajo de vuelta al presente. Se me ocurrió entonces una divertida idea.

–Supongo que ahora es cuando los adultos se reúnen para tomar sake y festejar un negocio muy bien perpetrado, exitoso y satisfactorio.

–¿Negocio? ¿De qué estás hablando?

–Tal vez esté exagerando, pero por primera vez en mucho tiempo no me apetece irme a dormir temprano.

–¿Qué estás insinuando?

–Nada, quizá me haga un té al llegar y me siente en una butaca mientras miro las estrellas, escuchando cómo la brisa al otro lado de la pared se abre paso entre los inmensos arrozales.

–Shinsuke... me estás confundiendo mucho. –Bostezó de nuevo–. ¿Cómo es que tienes tanta energía ahora?

Sonreí de medio lado.

–Yo no he jugado tanto como tú, así que quizá por eso estoy más espabilado.

–Sí, claro, pero mientras que yo me dejaba el cuerpo en la cancha tú probablemente estabas fundiéndote el cerebro. Así eres tú, ¿sabes? Tu cerebro debe de sentirse como si hubiera jugado cinco sets él solo.

Reí divertido, aunque sabía que tenía razón. Me llevé una mano a la correa del macuto y la apreté.

–Lo que intento decir es que hemos obtenido una pequeña victoria hoy, pero es muy importante para nosotros. Será nuestro último torneo, Aran, ¿entiendes mi emoción?

Me miró con los ojos entrecerrados por el cansancio.

–¿Por eso tienes ganas de beber sake? ¿Te sientes lo suficientemente emocionado como para incumplir las normas?

Estallé en carcajadas.

–No tanto –reí–. Creo que aunque fuera mayor de edad evitaría a toda costa cualquier tipo de sustancia etílica. No dejan de ser nocivas para la salud.

–Bien, bien, entiendo. Pues ve a tu casa y hazte un té, pero deja de comerme la cabeza que tengo la energía justa para saber que lo que quiero es llegar hasta mi cama.

De nuevo, volví a reír.

Sí, me acuerdo de aquel día perfectamente. Recuerdo la sensación de estar a punto de iniciar una etapa final en mi vida. Me acuerdo de que, al mismo tiempo en que reía con mi mejor amigo, también había una parte de mí que no quería seguir avanzando por aquel camino desconocido que conducía inevitablemente hacia el futuro. 

Más allá: InarizakiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora