Kita 4

71 8 1
                                    


De entre todos los que supuestamente íbamos al karaoke, Aran era el que más excitado estaba. Presumo que en su imaginación aparecía muy clara la escena de un grupo de compañeros divirtiéndose después de una dura semana de trabajo. En parte, eso era así y yo también lo deseaba. No se me daba mal divertirme, si bien es cierto que todos los presentes teníamos diferentes conceptos de diversión.

Desde que supimos que también vendrían los de segundo, algo había cambiado en el ambiente. Aran pensó que sería una gran oportunidad para estrechar aún más la relación entre los miembros del club, pero Omimi estaba bastante seguro de que crecería una tensión entre todos. ¿Por qué? Estaba claro. Los de segundo tenían mucha energía y Omimi y yo éramos mucho más tranquilos, así que supongo que estaba preocupado por que, de algún modo, nuestro aburrimiento cohibiera el entusiasmo de los otros. Me llegó a contagiar tanto sus pensamientos que por un instante pensé que había sido una completa locura aceptar la propuesta de Shiemi. ¿No era, acaso, mucha mejor idea que saliéramos solo los de tercero? Sin compañeros de segundo ni planes que pusieran al límite nuestra resistencia mental. Por ejemplo, a veces tomábamos té y era igual de divertido que una noche en el karaoke.

Pensé en ello durante el entrenamiento matutino y también en los cambios de clase. Incluso hablamos de ello durante el almuerzo.

En las práctica de la tarde, con la quedada a la vuelta de la esquina, resultó muy difícil tranquilizar a los de segundo. Fue como si fueran conscientes de que esa tarde habría un gran evento extra para compensar el trabajo y el esfuerzo de toda la semana. No podía juzgarlos porque, aunque hubiéramos compartido muchos momentos únicos durante aquellos años, era la primera vez que realmente salíamos a pasar el rato no como compañeros de club. Tampoco como amigos. Simple y llanamente era algo diferente, por eso todos estaban tan nerviosos y entusiasmados.

El tiempo pasó desapercibido entre balones surcando el cielo del gimnasio, el rechinar de la suela de los zapatos sobre la pista y los fortísimos golpes de las pelotas rompiendo contra el suelo. Se hizo extraño y agradable a la vez ir casi todos juntos en la misma dirección. Habíamos quedado con el resto de compañeros a la salida del edificio principal.

–Espero que lleves abrigo de sobra –bromeaba Atsumu dedicándole miradas orgullosas y burlonas a su hermano.

–Ah, sí, no te preocupes por eso, voy bien abrigado. De todas formas, como buen hermano mayor que eres, supongo que me prestarás tu abrigo si me ves tiritar.

–Sí, claro, y de paso te canto una nana –respondió el otro al instante.

–Bueno, es un karaoke, puedes cantar lo que tú quieras, aunque preferiría que no te humillaras demasiado; yo también me preocupo por ti.

–¿Ahora me vas a dar una lección de canto, Don Afónico?

–Con tus escasas neuronas necesitarías más de una lección y no estoy dispuesto a invertir tanto tiempo en ti.

–¿¡Podéis parar!? –saltó entonces Aran, interponiéndose entre los dos y mirándolos muy molesto–. ¿Vais estar así toda la tarde?

Osamu y Atsumu parpadearon perplejos y se miraron.

–¿Qué pasa, Aran, no quieres oír cantar a Atsumu? –dijo el primero.

–¿Qué vas a cantar tú? –se interesó el segundo.

–A lo mejor ni canto, porque con vosotros dos ya hay espectáculo de sobra –protestó Aran.

–¿Eh? ¿Por qué no? –se apenó Osamu mirándolo fijamente con sus profundos ojos adormilados–. Seguro que tienes una voz muy bonita. Mejor que la de este, seguro.

Más allá: InarizakiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora