Osamu 6

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Demasiadas cosas pasaron ese día.

Cuando llegué a casa con la bolsa de la comida, mantenía mi cabeza ocupada en muchos pensamientos. Los principales giraban en torno al inoportuno encuentro que sufrimos Suna y yo con Kita, pero eso era una nimiedad comparada con el tema del artículo de mi hermano. ¿Por qué motivo Atsumu no me lo había enseñado? ¿Con qué justificación no fardaría de algo así ante su familia?

Mi madre debió darse cuenta de mis pensamientos cuando me vio guardar los alimentos con más parsimonia de la habitual.

Le conté rápidamente el problema y ella se extrañó.

–Tu hermano nos enseñó el artículo a todos –confesó frotándose la sien–. Se lo leyó a tu abuela con mucho entusiasmo.

–¿Qué?

Me volví hacia ella con un paquete de fideos en las manos. La mirada de mi madre solo me confundió más.

–Deberías hablarlo con él –me recomendó.

–¿Cómo que debería hablarlo con él? No debería hablar nada. Si no me lo ha enseñado es porque es una mierda. –Resoplé y me di cuenta de lo que acababa de decir–. No, eso no tiene sentido.

Dejé el paquete sobre la encimera con una fuerza incontrolada y salí de la cocina en un par de zancadas. Subí la escalera con pasos agigantados y me precipité sobre nuestra habitación. Atsumu estaba sentado frente al escritorio repasando unos ejercicios de matemáticas.

–Tsumu, ¿por qué yo no he leído tu artículo todavía?

Levantó la mirada de su cuaderno y me miró con el ceño fruncido. Se llevó una mano a la oreja y extrajo uno de sus auriculares.

–¿Qué quieres?

Entré en el dormitorio y apoyé una mano sobre el escritorio.

–¿Dónde tienes el artículo que escribió el padre de Suna? –le pregunté–. Me he encontrado con él y me ha dicho que salió hace tiempo.

Mi hermano se agitó en la silla. Pasó de sorprendido a desolado en dos segundos. Después, su expresión se llenó de disculpa.

–Se me olvidó.

Parpadeé. Si su intención era sonar creíble, desde luego no iba por el buen camino.

–¿Por qué mientes?

Apretó el labio y tamborileó la mesa con la punta del bolígrafo. Yo ejercí más presión al invadir aún más su espacio. Apartándose con un fuerte gruñido, se levantó de un salto y caminó hasta la estantería. De un cajón extrajo una revista y me la tendió con desgana.

Sonreí satisfecho y, con el preciado objeto entre las manos, me dejé caer sobre mi cama. Durante la lectura no pasaron desapercibidas ninguna de las miraditas nerviosas que sobresalían por encima de su hombro. Yo sabía que él no dejaba de buscar su aprobación en mis gestos, a pesar de que fingía estar profundamente distraído en sus ejercicios. Desgraciadamente, engañarme nunca se le dio bien.

Cuando terminé de leerlo, se lo devolví.

–¿Y bien? –me preguntó impaciente.

–Es muy tú –reí–. Alardeas de tus habilidades, de las de tus compañeros, presumes de un futuro prometedor y de una carrera recomendable para todos. Es un buen artículo y ha quedado muy profesional. ¿Por qué no me lo diste antes? –pregunté de nuevo, aún intrigado.

–Porque se te olvidó –me atacó, ofendido–. Esto fue muy importante para mí y tú pasaste por completo. ¿Qué clase de hermano hace eso?

–Yo no sigo las publicaciones de las revistas –obvié cruzando los brazos–. Suna tampoco me habla de la editorial de su padre.

Más allá: InarizakiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora