Osamu 7

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El gimnasio metropolitano estaba atestado de gente. Fuera se arremolinaban familiares, periodistas y espectadores. Dentro del pabellón principal estarían todos los equipos de cada prefectura. Al entrar, tanto nuestros entrenadores como los organizadores del torneo nos indicaron el orden de salida: antes de que diera inicio la ceremonia de apertura, los equipos se acercarían al pórtico de acceso a la cancha siguiendo una alineación por prefecturas.

Aún faltaban muchos por llegar, pero nosotros fuimos de los primeros porque debíamos cumplir con las expectativas que se nos atribuían. Precisamente por eso, el silencio sepulcral que se hizo con nuestra entrada fue tan descarado. Susurros, miradas, gestos. Todos nos conocían y sabían que éramos uno de los enemigos a batir. Una especie de «enemigo final común». A la vez que se respiraba el miedo, también se notaba la admiración. Ninguna rivalidad allí estaba inspirada por la envidia, tan solo por la competitividad sana y animada.

Muchos de los equipos no tenían tantos integrantes como nosotros, solo los titulares y unos pocos más de apoyo. No es que fueran peores que nosotros, simplemente tenían menos fama. En el caso de las prefecturas menos pobladas, había que tener en cuenta ese factor. No era lo mismo una escuela desconocida y en cuya ciudad apenas había cien mil habitantes, que una escuela famosa y situada en Tokio, como el Itachiyama. También había escuelas desconocidas en ciudades muy pobladas que acogían a un gran número de miembros. Todo esto no es más que una justificación ante la desorbitada cantidad de jugadores que se reunían en los torneos.

Nos mantuvimos juntos en nuestro rincón particular, hablando entre nosotros y compartiendo experiencias con los de Primero. Les tuvimos que recordar varias veces que, aun con la relevancia y prestigio que se le otorgaba al Torneo de Primavera, no era tan diferente del Interescolar. Tenía una ceremonia de apertura más ostentosa, era el último torneo nacional del curso, el punto de partida para los alumnos de tercero que quisieran seguir con el voleibol tras la preparatoria... Entendíamos sus nervios y debíamos reprimirlos.

–Los partidos serán iguales –les dijo Kosaku a Riseki y Ken, casi abrazados el uno al otro–. Ya lo hicisteis en verano, ¡podréis con esto!

–Además, el Interescolar también fue televisado –añadió Suna–. Si pudisteis hacer frente a la televisión entonces, no hay nada que temer ahora.

–Creo que eso no me anima en absoluto... –sollozó Ken.

Ladeé la cabeza y, pensativo, le dije:

–Ten en cuenta que estás en Primero, probablemente no juegues mucho en este torneo. Además, es el último año de los de Tercero, que están perdiendo su valioso tiempo de estudio para los exámenes finales jugando con nosotros. Cuando se gradúen, tú estarás en Segundo y pasarás a jugar todos sus partidos. Por ahora, no es problema tuyo; la mayor responsabilidad recae sobre nosotros.

–Tu manera de posponer mi sufrimiento tampoco me alivia –sonrió, nervioso.

Encogí los hombros. Al menos lo había intentado. Me preocupaba ver a mis compañeros tan nerviosos pero, por desgracia, se me daba mal contagiarles mi tranquilidad. Yo llevaba años yendo a torneos nacionales y jugaba al voleibol desde pequeño, era algo casi normal para mí. ¿Significaba eso que no sentía emoción? Claro que no, me encantaba toda la parte de la ceremonia, la expectación, el ritmo acelerado de las pulsaciones con cada punto, la atención del público y sus aplausos cuando reconocían una magnífica jugada. Me encantaba y tenía verdaderas ganas de empezar el primer partido. Todo ello, no obstante, no dejaba de ser una experiencia que ya había vivido bastantes veces. Hasta hacía no mucho, pensaba que la emoción era más intensa cuando se vivía por primera vez. Las segundas ocasiones, si bien la emoción estaba presente, era diferente.

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