Atsumu 4

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Después de las clases me dirigí con rapidez al punto de encuentro con el padre de Suna. Habíamos quedado en una cafetería próxima a la escuela para que me diera tiempo a acoplarme a los entrenamientos de la tarde aunque me perdiera unos minutos. A mí no me importaba realizar la entrevista en dos o tres días, pero el señor Suna tenía mucha prisa por entregar a tiempo su columna, así que decidí ajustarme a él.

Por suerte, la entrevista no tomó más de media hora. Acompañó su trabajo con un té y, mientras yo iba hablando, él escribía en su cuaderno en silencio mientras que una grabadora filmaba toda la entrevista. De vez en cuando daba un sorbo a su taza y formulaba una nueva pregunta.

Le interesó conocer el nivel que hubo en el Campamento, mi opinión sobre el resto de jugadores –especialmente los otros armadores–, si creía que algunos de ellos conformarían el equipo de la selección nacional en el futuro y, sobre todo, me preguntó qué tenía pensado hacer yo. La respuesta a esta última pregunta era sencilla pero, a la vez, complicada.

–Quiero seguir en el mundo del voleibol –afirmé, con las manos entrelazadas sobre la mesa y la vista fija en la mirada del señor Suna–. Tengo la esperanza de seguir expandiéndome y de ingresar en algún equipo profesional. Para eso, debo mantenerme donde estoy y no dejar que mis compañeros armadores me superen. Es importante tener un renombre en este mundillo, aunque supongo que otros preferirán ingresar antes en equipos universitarios para seguir escalando peldaños.

–Ya veo –asintió el periodista–. Así que crees que tú tienes nivel suficiente para acceder a un equipo profesional directamente.

–No diría que ahora mismo pudiera hacerlo, soy solo un estudiante y me queda mucho por mejorar y, sobre todo, los profesionales actuales tienen muchísimo que aportarme. No obstante, sé que voy por el buen camino.

Pasó a otra pregunta sin perder ni un segundo.

–No es un secreto que toda nuestra prefectura, por no decir todo el país, os admira tanto a ti como a tu hermano, Osamu Miya. Dime, ¿qué significa para ti jugar con él? ¿Es un compañero más o te sirve de gran apoyo contar con tu hermano en la cancha?

Apreté las manos y me acaricié los nudillos. Fruncí el ceño y medité la respuesta. ¿Qué significaba para mí jugar con Osamu? Llevábamos haciéndolo toda la vida, era el único compañero que había estado ahí siempre, a mi lado, a mi espalda, delante de mí. Compartíamos red, compartíamos la cancha pero, además, compartíamos el resto de nuestra vida. Osamu no era un simple compañero de voleibol. Siempre estuvo ahí para todo. Para golpear mis balones, para impulsarlos cuando yo no podía, defendiendo la mitad del campo mientras yo defendía la otra. A pesar de todo, desde que Osamu no pudiera jugar en el último partido de las preliminares, comprendí que no lo necesitaba para ganar.

«Y sin embargo lo quiero ahí, justo donde está.»

–Disculpe si suena grosero, pero... ¿podemos omitir esta pregunta? No encuentro bien las palabras para responderle.

El señor Suna ladeó la cabeza. A pesar de la decepción que asomó a su mirada durante una milésima de segundo, accedió a mi petición.

–Claro, sin problema. –Tachó una línea en su cuaderno y volvió a mirarme–. Para finalizar, ¿qué les dirías a los niños, a las niñas y a toda la gente que está empezando ahora a jugar al voleibol?

Atsumu se acomodó en su asiento.

–Oh, pues les diría que, para comenzar, deben entrenar todos los días un poco (si es que buscan dedicarse a él). A los que solamente jueguen por ocio, les digo que han escogido uno de los deportes más divertidos para pasar el rato y que, en lugar de obsesionarse con él, se limiten a disfrutarlo.

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