Osamu 5

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El día en que se iba a celebrar el encuentro amistoso contra el Kumakawa comenzó de la manera más normal posible.

Tsumu y yo casi nos arrastramos somnolientos hasta la preparatoria. Arrebujados en nuestros abrigos y con varios giros de bufanda en torno al cuello, caminamos el uno junto al otro. Hacía muchísimo frío y estaba claro que, de caer algunas gotas de lluvia, lo harían ya en forma de nieve.

Personalmente me gustaba, al igual que a mi hermano. De pequeños solíamos jugar cada vez que nevaba. Hacíamos muñecos de nieve con nuestros padres, siempre compitiendo por ver quiénes conseguían el más bonito. Terminábamos pasando de construir pacíficos muñecos a lanzarnos bolas de nieve sin el menor cuidado. Más de una vez, emocionados por el juego, Tsumu y yo tuvimos que quedarnos los días siguientes en cama y con fiebre.

Cuando llegamos al gimnasio, la mayoría de nuestros compañeros ya estaban allí. El encuentro tendría lugar por la tarde y Kita insistió mucho en que nos lo tomáramos en serio. Si bien algunos de nosotros no dejábamos de pensar en el partido como un entrenamiento más, otros como mi propio hermano lo veían como una cuestión de vida o muerte. En realidad, a tal extremo solo llegaba él. Aran y Akagi se encontraban en la misma posición que Kita.

Salimos a correr en contra de nuestra voluntad, exponiéndonos a las bajas temperaturas del recién llegado invierno. Al volver estiramos, hicimos algunos ejercicios más de resistencia y fuerza y, casi sin tiempo de abarcar todo lo que queríamos, nos cambiamos y aseamos para asistir a las clases.

En uno de los recesos entre horas, salí al pasillo con Suna para mirar por la ventana. No es que quisiéramos ver nada en particular, pero era mucho mejor que esperar sentados en las sillas. Allí nos encontramos con Atsumu y Gin. Mi hermano estaba ceñudo y el otro con los puños muy apretados.

–¿De qué habláis? –se interesó Suna.

Gin abrió la boca para responder pero, como de costumbre, Atsumu se le adelantó.

–Estábamos hablando de Noda –dijo–. Ya sabéis, el tipo del Kumakawa que siempre se enfada cuando pasamos sus bloqueos.

–Ah, sí, ese chico tan insoportable –coincidió Suna–. A mí me cae peor el otro, el líbero.

–¿Ueno? –probó Gin.

–No, ese es el colocador. ¿Cómo se llama el bocazas ese...?

–Había unos cuantos –rió mi hermano–. El líbero es Arai. ¿Os acordáis del balonazo que Akagi se llevó en el último partido?

–Sus rematadores tienen muchísima fuerza –comenté–. En el Interescolar casi me parto todos los dedos bloqueándolos.

–Son muy salvajes –coincidió Gin–. ¡Por eso tenemos que darlo todo hoy! Les vamos a demostrar lo mucho que hemos mejorado.

–No tenemos que demostrarles nada –objetó Atsumu arqueando una ceja–. Siempre hemos sido mejores que ellos.

–Oh, el profe de música –anuncié, dándole un toque a Suna en el hombro y cortando bruscamente la conversación–. Nos vemos luego –me despedí de los otros, que siguieron hablando hasta que su profesora de economía emergió del fondo del pasillo.

* * *

–No me gusta la nieve –dijo una voz aterciopelada a mi lado, justo cuando recogía mis cosas tras la última clase.

Orochi, quien llevaba días desaparecida por una gripe, habló oculta tras una mascarilla blanca. Su cabello le caía a ambos lados de la cara, esta vez, con algunos mechones pintados de rosa fucsia intercalados con rubio oscuro.

Más allá: InarizakiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora