Suna 4

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Aiko no llevaba muchos días en casa y yo era consciente de que se quedaría varios más. Aun así, me fastidiaba como pocas cosas tener que irme a clase y dejarla en casa. Sentía que cada segundo alejado de ella era un valioso tiempo perdido.

Sin embargo, no todo fue malo. La llegada de Atsumu trajo un poco de distracción en el instituto. Si bien Osamu y yo éramos tal para cual, las bromas decaían enormemente si faltaba uno de los gemelos. Quiero aclarar que a mí no me gustaba verme envuelto en sus travesuras y que detestaba cuando Kita nos echaba la bronca por vaguear en los entrenamientos.

A menudo, Osamu y Atsumu se gastaban bromas entre sí o tenían ideas inesperadas y descabelladas. Recuerdo una ocasión en la que se les ocurrió colarse en un parque cerrado por obras solo porque les apetecía ver cómo estaba todo por dentro. Grabamos cada minuto como si fuera un documental de misterio –ese día además estaba lloviznando– y lo subimos a nuestras redes sociales. Adivinad a oídos de quién llegó. Exacto, nuestro capitán se enteró y no dudó en tildarnos de irresponsables e inmaduros. ¿Qué hubiera pasado si nos hubiéramos metido en un tramo lleno de andamios flojos o cemento recién echado? La cantidad de ejemplos sobre catástrofes fue tan inmensa que la he olvidado, pero desde entonces procuramos evitar los lugares con señales de obras.

En otra ocasión, Osamu engañó a Atsumu para que se metiera dentro de fuente. Le contó que le traería buena suerte echar una moneda al agua y le prometió que lo harían juntos. Osamu sabía que la fuente era profunda, así que no dudó en empujar a su hermano cuando estuvieron lo suficientemente cerca. Atsumu se resbaló en un intento por impedirlo y cayó de muy mala manera, casi de cabeza. Tragó mucha agua y estuvo tosiendo bastantes minutos. Él insistió en que se podía haber ahogado y Osamu no hacía más que defenderse diciendo que, por mucho que lo odiara, nunca dejaría que muriese.

Atsumu se la devolvió con creces.

Se inventó un evento en el que, supuestamente, daban a probar los mejores platillos japoneses de comida. La actividad se llevaría a cabo en un restaurante de lujo. Entre Atsumu y yo –también conseguimos arrastrar a Gin–, elaboramos pancartas y falsificamos algunas imágenes de páginas webs con la ayuda de unos compañeros de clase. Cuando le enseñamos todo el material a Osamu se lo creyó y fuimos juntos al restaurante. Por desgracia se dio cuenta de la mentira nada más ver el silencio sepulcral que reinaba entre los comensales. A día de hoy me sigo preguntando si Atsumu era consciente de que el dinero que hubiera perdido Osamu habría sido también el de sus padres. Esa broma podría haber terminado muy mal para los dos. Afortunadamente solo acabó en una riña entre hermanos.

Quizá por todas estas cosas me alegré cuando, el día después del Campamento Juvenil, vi que Osamu se acercaba por el camino acompañado de Atsumu.

–Anda, pero si ya has vuelto –lo saludé–. ¿Qué tal por el campamento?

–Oh, genial, hay un nivel alucinante este año. –La voz se le cortó en un prolongado bostezo–. Por cierto, Samu me dijo lo de la entrevista de tu padre. Dile que acepto.

–Ya se lo dije. Sabía que no te la perderías –obvié.

Atsumu emitió un gruñido mitad asentimiento mitad quejido. Algunas veces Osamu lo obligaba a salir de la cama por la fuerza y tardaba varias horas en espabilarse por completo.

Miré a Osamu por encima del hombro de Atsumu.

–¿Qué tal estás tú?

Él solo levantó un pulgar.

Apenas hablamos durante el camino de ida. Según me contaron, habían pasado buena parte de la madrugada viendo vídeos del campamento y hablando sobre voleibol. Me resultó muy fácil imaginar una escena donde Atsumu atosigaba con sus insaciables charlas a un Osamu que solo quería dormir. Por otra parte, Osamu no era de los que aguantaban un chaparrón porque sí, especialmente con su hermano. Con él hacía lo que quería y cuando quería, por lo que si tenía que elegir entre dormir o escuchar sus desvaríos, la elección estaba clara. Así que supongo que aquella noche ambos hermanos estuvieron a las tantas hablando porque así lo quisieron. Porque, a pesar de todo, se habían echado de menos. Desconozco el grado de dependencia que tenían entre sí, aunque diría que iba y venía en una espiral constante de amor y odio que solo ellos entendían. Lo que sí tengo claro es que si para mí Aiko, que llegó a mi vida cuando yo tenía apenas seis años, es todo y más, no me quiero ni imaginar lo que significa una persona con la que has estado desde tu nacimiento, todos los días, casi por obligación.

Más allá: InarizakiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora