Suna 2

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En casa todo solía estar asquerosamente silencioso. ¿Recordáis lo que decía sobre mi amor por la calma y el silencio? Pues es mentira, al menos cuando estaba casa.

La situación en mi familia era muy delicada. Originalmente yo vivía en la prefectura de Aichi, pero debido a una inspección que se hizo en los institutos de mi zona, me recomendaron para ingresar en Inarizaki y así es como acabé en Hyôgo.

En los tiempos de Aichi mis padres ya se llevaban mal, pero el hecho de que nos mudáramos a Hyôgo terminó por destruir lo poco que quedaba de su ya descompuesto matrimonio. A mí realmente no me importaba y yo era el primero que quería verlos lejos el uno del otro. El problema era mi hermana pequeña. Su nombre era Aiko y tenía once años. Vivía en Aichi con mi madre y venía a pasar los fines de semana conmigo y con mi padre.

Un divorcio nunca es un tema del que se quiera hablar. Ya no solo es un fastidio para el propio matrimonio, sino que resulta incluso peor para los hijos. Como he dicho, yo no tuve problema en adaptarme a la separación y hasta me alegré cuando me dieron la noticia. Aiko, por otra parte, lloró durante horas y yo tuve que quedarme con ella para consolarla.

Nunca me he considerado sociable y hasta han llegado a irritarme numerosas conversaciones de las que, por educación, no podía escapar. A pesar de eso, siempre he sido un gran hermano mayor. No solo porque Aiko es mi responsabilidad, sino porque cuidarla y protegerla es mi deseo. Ella era y, a día de hoy sigue siendo, la persona más importante del mundo para mí. Supongo que es lo ideal entre hermanos, aunque no siempre sea lo normal.

Por eso, cuando mis padres me dijeron que se separaban, lo primero que pensé fue: «mierda, me van a quitar a Aiko.»

Me enfadé muchísimo cuando comprobé que no me equivocaba. Mi madre se quedó con ella y, debido a su trabajo como empresaria en una oficina de Aichi, no podía mudarse a Hyôgo. Mi padre lo tuvo más fácil, ya que era periodista y no vio problemas en encontrar una nueva editorial que lo aceptara, gracias sobre todo a sus buenas referencias.

Supongo que a estas alturas de la narración todavía no entendéis por qué os estoy contando todo esto. Bien, ese día, el día después de saber que íbamos al Torneo Nacional de Primavera, mi madre llamó por teléfono a altas horas de la madrugada.

–¿Sí? –respondí a media voz y con los ojos cerrados. Desde donde estaba me llegaba el incesante repiqueteo de mi padre tecleando en su ordenador, escribiendo algún artículo de última hora.

–Rintarô, querido, necesito pedirte un favor.

«La mujer de los favores...»

–Cuéntame.

–Se me presentan unas semanas muy complicadas de trabajo y me han pedido que me traslade momentáneamente a una sede menor que hay en Okazaki. Es una grandísima oportunidad para ascender en mi trabajo y no puedo rechazar la oferta, ¿lo entiendes?

«Son las 2 de la madrugada y sabes que tengo problemas habituales para dormir, pero sí, entiendo que perturbes mi horario de sueño porque eres una egoísta sin remordimientos», pensé. ¿Se lo dije? No.

–Claro que lo entiendo, mamá. ¿Qué necesitas?

–Os llevaré a Aiko estos días para que la cuidéis, ¿vale? Le pedí a tus tíos que se ocuparan de ella, pero Aiko no quiere. Insiste en quedarse contigo y creo que no puedo negárselo esta vez.

«¿En qué momento te has vuelto tan atenta con tus hijos?»

–Pues claro que la cuidaremos. ¿Cuándo la traerás?

–Ah, yo no puedo ir. Mañana la lleva la tía Asuka, ¿vale?

«Ni siquiera la quieres traer, ¿eh? Qué mal que te cae tu ex-marido, pedazo de...»

Más allá: InarizakiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora