Osamu 1

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 –No puedes jugar así –sentenció Kita dolorosamente. El entrenador Norimune le dio la razón.

–¡Sí puedo! –casi grité. Al segundo después estornudé.

Sorbí la nariz y me la froté con la manga del antebrazo. No hacía falta ser un genio para saber que una hilera de mocos la había dejado perdida.

–De verdad que no puedes ser más cerdo –bufó Tsumu.

–Me voy a ahorrar lo que opino yo de ti –le respondí de inmediato con la voz ronca.

–¿Por qué no me dejas en paz y te vas a cantar? –gruñó.

–Chicos, parad –intervino nuestro entrenador–. Osamu, siéntate.

Apreté los puños.

–¡Pero si estoy bien!

–No, no lo estás y salta a la vista –comenzó Kita con los brazos cruzados–. No estás al cien por cien y no solo serías un estorbo para el equipo, lo serías sobre todo para ti.

–Y dejarías toda la pista empapada con tu sudor y tus mocos –susurró Tsumu lo suficientemente alto para que lo oyéramos todos.

–Atsumu. –Kita lo miraba a los ojos y mi hermano fue consciente de su error–. Tus comentarios solo desmotivan más a Osamu y estoy seguro de que no quieres hacerle eso a tu hermano, ¿verdad? –Ante su silencio, continuó–. Eso pensaba. Osamu, escucha, sé que no quieres esto, pero debes sentarte. Observa el partido, aprende, pero mantente aquí por el bien de tu propia salud y evita cualquier tipo de rabieta, ¿sí?

Asentí sin mediar palabra, lo cual fue más que suficiente para nuestro capitán. Mientras el resto del equipo se preparaba para el comienzo del partido, Tsumu me señaló con un dedo y sonrió. No dijo nada, pero con eso me bastó.

«Voy a demostrarte que soy el mejor» decían sus ojos. Eso solo me hizo querer estrangularlo, pero también animó que surgiera en mi mente una afirmación clara y nítida como el agua: «qué imbécil. Es absoluta e irremediablemente imbécil.»

Kita me dijo que estar en la banca no era algo malo. A veces somos quienes sirven de ejemplo para motivar y enseñar a otros, pero en ocasiones también somos los que aprenden. Aquella sería una gran oportunidad para observar cómo se veía el partido desde fuera. ¿Queréis saber qué opinaba yo de sus consejos? Eran interesantes y útiles, pero en aquel momento se equivocaba profundamente. ¿Cómo iba a aprender, a observar, a estudiar...? ¿Cómo iba a hacer nada de aquello cuando lo único que quería era salir ahí fuera y unirme al partido? En la cancha sentía que era parte de algo superior vinculado a la naturaleza de las cosas. La manera en que conectas con los demás miembros del equipo, la manera en que cada punto suma y te eleva hacia el éxito... Las risas, los abrazos en grupo, el sudor y, sobre todo y aunque suene sentimental por mi parte, las lágrimas. Jugar al voley era emocionante y no me gustaba para nada saber que no podía ser parte de eso, pero, al mismo tiempo, tampoco me dolía demasiado.

Lo que me decía Kita tenía mucho sentido: aprender, estudiar, mejorar. Pero ¿realmente yo quería mejorar o simplemente quería jugar? Es cierto que disfrutaba mucho con cada partido y me frustraba muchísimo cuando no ganábamos pero, comparando mis reacciones con las de Tsumu, el enfado se me pasaba rápido. Me bastaba probar una nueva técnica en la cocina y comprobar que era espectacular para superar mi depresión post-derrota. Tsumu tardaba mucho más en recomponerse y me obligaba a analizar el partido una y otra vez para encontrar los fallos y perfeccionarlos. Yo lo escuchaba, le daba ideas y luego lo poníamos todo en práctica. ¡Qué satisfactorio era cuando nos salía bien!

Sí, a eso me refiero cuando hablo de voleibol: jugar con Tsumu y contra un oponente que nos hiciera sudar era satisfactorio.

–¡Oh! ¿Has visto lo que acaba de hacer el del otro equipo? –me sobresaltó Suna, a mi lado.

¿En qué momento había cambiado con Akagi?

–¿Qué ha hecho? –le pregunté sorbiendo mi nariz de nuevo.

Antes de decirnos nada, se acercó a su chaqueta y sacó un paquete de pañuelos. Me tendió uno y yo me soné la nariz cuidadosamente. Doblé el pañuelo y lo guardé en el bolsillo de mi pantalón.

–¿No lo has visto? Es súper buen bloqueador. Ha sabido que Aran iba a hacer un cruzado y se ha esperado al momento justo.

–¿Y lo ha bloqueado?

–Nah, ha rebotado y se ha ido fuera. –Me miró de reojo–. Te veo muy pensativo hoy. Quiero decir, más de lo normal.

–Suna... ¿Tú qué piensas del voleibol?

–¿Eh? ¿Qué clase de pregunta es esa?

Entrecerré los ojos antes de estornudar.

–Tú responde.

Akagi se acercaba corriendo desde la cancha. Suna se alejó unos pasos de mí. Se giró solo un segundo para decirme:

–Diría que me gusta mucho.

Dejé caer los hombros y observé cómo su figura se alejaba hacia la cancha. El número diez a su espalda se ondulaba con cada agitación. En la mía, el número once se mantenía rígido y frío. Solo por aquel día, solo por un estúpido resfriado, pero... ¿cuánto más se agitaría?

«¿Qué clase de respuesta es esa, Suna? ¿En qué estoy pensando? ¿Qué me pasa? ¿Es fiebre?»

Más allá: InarizakiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora