Kita 8

54 4 0
                                    


El rápido de los Miya no dejó indiferente a nadie. No fue un simple ataque perfectamente ejecutado y coordinado. Lo habían intentado muchas veces en los entrenamientos y nunca obtuvieron un resultado tan perfecto. A simple vista, parecería un milagro. Desde donde yo estaba, en cambio, la respuesta estaba clara. Pedirles a los Miya que hicieran algo sin más podía tener un efecto positivo o negativo, pero pedírselo después de que tuvieran una referencia los llevaría fácilmente al éxito. En este caso, esa referencia eran el número Nueve y el Diez. Verlos a ellos hacer un ataque rápido tan perfecto solo podía provocar algo en Atsumu: envidia, admiración, deseo por imitarlos.

Esto solo quedó más evidente en su siguiente rápido.

Después del saque de Atsumu, la estrella del Karasuno marcó un punto. El mismo jugador realizó los dos servicios siguientes. Fue entonces cuando lo hicieron otra vez.

Atsumu acunó entre sus dedos el balón y lo elevó con rapidez y decisión. Osamu ya había saltado, confiando ciegamente en que la palma de su mano impactaría contra la pelota. Así fue. Como un proyectil, la esfera voló hasta chocar contra el suelo del campo contrario.

Entre las ovaciones de nuestros animadores y el murmullo del resto, escuché un comentario entre Riseki y Kosaku.

–Es increíble que ahora les salga tan bien –murmuró el segundo–. Da bastante miedo que sean capaces de todo en mitad de un partido.

Kosaku estaba en lo cierto y, a la vez, ignoraba un detalle de vital importancia. Sí, estábamos en un partido real, la tensión era mayor, la expectación era incomparable. No era descabellado ni ilógico pensar que aquellos factores influían en el devenir de sus acciones. El más importante, en cambio, era la referencia de la que hablaba antes. Se apreciaba a simple vista en la violenta y hambrienta mirada de Atsumu: motivación. Pedirles que hicieran un rápido sin más no era suficiente. Ahora bien, esperar a que realizaran uno casi perfecto solo porque se lo habían hecho a ellos era distinto. Atsumu y Osamu querían hacer rápidos no solo porque fuera una arriesgada jugada, sino porque el enemigo lo había hecho también. Atsumu quería imitar a su referencia solo porque «se veía genial». Curiosamente, con algo tan simple era capaz de lograr increíbles resultados independientemente de cuánto lo hubieran practicado.

Con el nuevo punto de su rápido, el balón volvió a nuestro poder. Desafortunadamente, el remate del número Cinco golpeó la mano de Suna y cayó en nuestro territorio.

Los siguientes puntos fueron frenéticos y sin nada destacable salvo, quizá, una creciente y curiosa rivalidad entre sus números Nueve y Diez y los Miya. Era casi imperceptible a menos que se estuviera muy atento.

Todo comenzó cuando Suna y Osamu detuvieron el ataque rápido del Karasuno. En ese momento, vi el temor del equipo contrario y, por supuesto, la sonrisa de Atsumu.

«Ahora sienten que el ataque rápido ha dejado de ser su arma letal –pensé–. Se piensan que nos hemos apoderado de su carta estrella.»

La rivalidad no se detuvo. Fue a más cuando los gemelos volvieron a marcar otros dos puntos. Mientras que su número Nueve estaba centrado en analizar la situación y en cómo podía sacar provecho de sus rematadores, el Diez no dejaba de mirar a los Miya. Lo que sea que pensara fue captado al vuelo por Osamu. Desde la zona de jugadores en espera, lo entendí claramente: el partido solo acababa de empezar.

Cuando el marcador indicaba «17-14» a nuestro favor ocurrió la siguiente anomalía.

El servicio de Atsumu fue débil, dio en la red y pasó al campo. Fue recibido milagrosamente por su capitán y cruzó la red de vuelta a nuestro campo. Akagi logró elevarla hacia Atsumu, que no dudó en intentar un nuevo ataque rápido. En apenas un segundo, supe que no marcarían aquel punto.

Más allá: InarizakiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora