26: ¡Ayuda!

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Abro lentamente los ojos adaptándome a la tenue luz. ¿Dónde estoy? No consigo reconocer el lugar por más que me esfuerce. Minutos después, una puerta se abre y deja entrar un poco de luz.

Una persona entra. Es una mujer. Su figura es delgada y escucho el ruido de sus tacones. ¿Qué demonios está pasando?

—Por fin te despiertas, estúpida —espeta con lo que parece ser rencor y me asombro.

—¿Quién eres? —consigo preguntar.

Me duele mucho la garganta, y la tengo completamente seca.

—Alguien a la que le has jodido. ¿No reconoces mi voz?

Cierro los ojos para centrarme en su voz y poder entender un poco mejor qué es lo que está pasando.

—Desde el primer momento en el que te vi en el hospital, supe que eras una mocosa malcriada —vuelve a hablar.

—¿Noelia? ¿Eres la madre de Sabrina? —pregunto con los ojos muy abiertos.

—¡Claro que soy yo! Tu padre me ha dejado por tu culpa. Te odio —espeta furiosa y se acerca amenazante hacia mí.

Quiero moverme, pero no puedo. Estoy atada de pies y manos en una silla muy incómoda.

—Él te dejó porque merece a una persona mejor.

Su respiración agitada me da miedo. No quiero que me haga daño. Yo sólo quería estar con Arán y Dante...

—¡íbamos a casarnos!

—¿Qué? Estás enferma.

—¿No lo sabías? Ya teníamos fecha para la boda. Pero no lo culpo por no contártelo. Lo arruinas todo —comenta y sin darme tiempo a reaccionar, me da un fuerte golpe en la mejilla.

—¡Au! —me quejo de dolor y ella se ríe.

—Eso solo era el comienzo, guarra.

Cierro los ojos ante el impacto del siguiente golpe. ¿No se supone que en las películas alguien entra en este momento e impide la paliza? Pero cómo no, esto no es una película y por supuesto, yo no merezco ser salvada.

Unos cuantos golpes después, siento como la sangre cae por mi cara. Ya no tengo fuerza, pero lucho internamente para poder salir de aquí antes de que Dark haga alguna locura.

Cuando por fin para de golpearme, sale de la oscura habitación, dejándome sola con mi dolor.

—¡Sácame de aquí! ¡Socorro! ¡Necesito ayuda, por favor! —grito una y otra vez durante minutos que parecen eternos.

Cada vez la garganta me duele más y apenas puedo hablar. Me armo de valentía y grito una última vez.

—¡Ayuda!

Sin poder evitarlo, mis ojos vuelven a cerrarse lentamente.

(...)

—¿Pamela? ¡Pamela, mírame! —alguien menea mi cuerpo con brusquedad.

—¿Qué pasa...? —pregunto con voz ronca.

Segundos después, todo lo que ha pasado vuelve a mi cabeza y siento como si un cuchillo apuñalara mi corazón. Elevo la mirada hasta saber quién me ha despertado.

—¿Tomas?

¿Qué hace aquí el padre de Arán y Dante?

—¡No! ¡Tienes que ir a tu casa! —suplico y él frunce el ceño.

Si no está con ellos, no podrá protegerlos.

—Estás afectada por los golpes, te llevaré a tu casa —interrumpe y comienza a desatarme.

—¡No lo entiendes! Tus hijos están en peligro. Me dan igual ahora mismo mis golpes o el hecho de cómo me has encontrado, solo quiero verlos y saber que están bien —espeto con voz temblorosa.

Tomas parece sentir mi preocupación.

—Está bien, vamos a mi casa.

Termina de desatarme y me ayuda a caminar hasta su coche. Una vez allí, me ofrece agua y arranca el coche rumbo a su casa. No puedo pensar en nada que no sean los gemelos. Como les pase algo, me muero. La sonrisa de Dante me viene a la cabeza. Y con su sonrisa, un recuerdo.

—Odio mis estrías —confesé mirándolo a los ojos.

—Yo las amo. Son como las olas del mar.

—Sólo dices eso para contentarme —espeté.

—¿Y tú que opinas de mis estrías? A mí me recuerdan a un culo —confiesa riendo y abro mucho los ojos.

—¿Tú también tienes estrías?

—¡Claro que sí! Casi todo el mundo tiene, es algo totalmente natural. Mira, las tengo aquí —señaló la parte superior de su muslo y repasé sus estrías con mi dedo índice.

—Pues debo admitir que sí que parecen un culo, y uno muy sexy —admití entre risas.

—Como el tuyo —me miró con una sonrisa picarona y sentí mis mejillas arder.

Como respuesta, le besé hasta quedarme sin aliento. Ojalá ese beso hubiera sido eterno.

—Hemos llegado —avisa Tomas sacándome de mi trance.

Con su ayuda, camino hasta el interior de la casa con mucho miedo y nerviosismo.

—¡Arán, Dante!

Mi obsesión (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora