Aaron la observó, aún no podía creer que había fallecido. Había llegado a quererla con fuerza, incluso pudo llegar a pensar que la amaría muy pronto. Se lamentaba, incluso llegó a odiarse, por no haber visto los indicios de la enfermedad o que, al menos, Stella le hubiera confiado aquel secreto a tiempo.
Volvió a mirar la urna. Se encontraba allí, petrificada pero, seguía luciendo sencillamente hermosa...
Sus labios iban decorados de un ligero carmín, sus pestañas rizadas y su cabello corto se encontraba peinado. Portaba un vestido de un color azul pálido, sus manos se encontraban entrelazadas al nivel de su vientre y, entre ellas, unas hermosas lilas adornaban su figura.
Su piel blanca como la nieve, dejaba ver algunas de sus venas y en sus ojos, acompañaba un delicado maquillaje marrón, era sutil. Supuso que lo habían usado para desviar la importancia de sus ojeras.
Incluso, estando en aquel estado, seguía lucía hermosa.
Decidió no observar por mas tiempo, no quería incomodar a su familia así que se alejó del lugar y, en vez de tomar asiento cerca del centro, se alejó y reposo en el último banco de la fila, donde nadie quería sentarse porque la soledad les invadía y, de cierto modo, prefería esa sensación.
Se encontraba desconcertado pero, por loco que fuese, el alivio le invadía el alma. Stella descansó después de luchar con algo que era invisible e indiscutible, se encontraba realmente enferma y sabía con exactitud que no saldría de ello. Su sentido del humor seguía intacto, su brillo se fue apagando con los días al igual que su sonrisa y eso fue lo que más le molestaba.
Amaba ver como sus mejillas se sonrojaban y se le escapaban aquellas sonrisas pequeñas pero significativas o como se apenaba cuando él se quedaba mirando... Ahora, no podría volver a disfrutar de eso.
De pronto, todos guardaron silencio. Aaron subió la mirada y pudo ver como el cura entró al salón, se hacer hasta el pequeño podio, subió sus brazos en forma de saludo y comenzó la charla.
Observó nuevamente sin darle importancia a lo que el viejo dijera. Ubicó a su padre y a su abuela, incluso al lado de ellos había un hombre, podría tener unos treinta años o incluso más, dedujo que ese podría ser su hermano.
Aquel sujeto mantenía un semblante neutral, respiraba tranquilamente pero su mirada se encontraba distante, se encontraba sumido en sus pensamientos. ¿Tal vez se encontraba arrepentido por no pasar tiempo con ellos? O, tal vez, él sabía sobre la enfermedad que tenía Stella y podría sentirse culpable por ello...
"Al carajo, él no debe tener sentimientos." Pensó.
Dirigió la mirada, encontrándose con Coral y Bertha, no estaban muy lejos del centro, lucían trajes negros y en su mirada había tristeza.
Suspiró pesadamente y se dedico a observar al cura y seguir los pasos de los demás pero, lo que en verdad quería era estar en casa con una botella de vino.
Entre la habladuría del viejo, volvió a perderse entre la multitud. Habían rostros totalmente desconocidos, personas que nunca se encontraron con Stella por los pasillos de la universidad o en el café del campus, mucho menos en la biblioteca. Frunció la boca, eran todos unos hipócritas, buscando de que hablar por al menos una semana. Se apoyo en el respaldar del banco, suspiro para luego subir la mirada y, por cosas del destino, giró su cabeza. Sus ojos se toparon con un rostro único, la había encontrado después de tanto tiempo.
Su rostro lucía cansado, su cabello iba recogido en una coleta a medio atar, lo demás se encontraba fuera de lugar. Llevaba la nariz roja, sumamente roja y en sus ojos se reflejaba la culpa y el sufrimiento. ¿Qué era lo que estaba guardando en su interior?, ¿por qué tanto remordimiento? Pero, ¿por qué se encontraba lejos de ellos?
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¿Cómo saber sí es el chico correcto?
Misterio / SuspensoCreyeron que, tal vez, sufría de una enfermedad mental pero no era así. Sus sueños le mostraban lugares, sucesos y personas que ella no recordaba, pero lo que más la atormentaban eran unos ojos de color intenso. ¿Por qué?, ¿quién era?, ¿qué quería...