27. "-¿Querías privacidad?"

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Maratón! 1/3

Narra Kendall Adams

Desperté, pero aun así no abrí mis ojos. Aún seguía celebrando la victoria de ayer... vaya celebración. Fuimos a un bar local y allí celebramos, luego llegaron unas estudiantes de la escuela en la que habíamos ganado y una de ellas y yo... bueno, supongo que ya saben lo que pasó.

Abrí mis ojos de golpe al recordar un pequeño detalle, tenía que ir a hacer el trabajo de Literatura con Kendall y los otros dos. Demonios, llegaría tarde, el viaje era largo y no tenía mi auto aquí.

En fin, me puse de pie y sentí un dolor de cabeza familiar. En el suelo solo encontré mis calzoncillos, ¿en donde estaba mi ropa? Me los puse y noté que Samantha seguía dormida. Le resté importancia y empezé a buscar mi ropa y mis cosas a su alrededor. No estaba. Lo que sí habían eran cuadernos del instituto con el nombre de Mónica.

Ah, se llamaba así.

Salí de su habitación y caminé por el pasillo, para encontrar a 2 chicas en el sofá mirando la televisión. Ah cierto, ahora que lo recuerdo Samantha/Mónica había dicho que vivía con unas amigas. Ellas notaron mi presencia y me miraron.

—Eh, ¿saben donde está mi ropa?

—En la primera habitación a la izquierda.–dijo una de ellas.

No iba a preguntar por qué carajos estaba mi ropa ahí.

Caminé hasta la habitación y allí estaban mis cosas y mi ropa. Rápidamente me vestí y salí del apartamento. Corrí escaleras abajo y llegué a la puerta principal, para luego buscar un taxi.

¿Por qué demonios no hay taxis en Portland?

En eso vi que un hombre de traje estaba parando un taxi a la orilla de la calle, así que corrí y me adelanté a subir.

—¿Adonde lo llevo?–preguntó.

—Seattle.–el hombre me miró con cara de: "No estarás hablando en serio."

—¿Sabes lo caro que te costará si te llevo a Seattle, niño?

—Solo llévame.–dije y el hombre empezó a conducir.

Busqué mi celular en mi bolsillo trasero, tenía 21 mensajes de Amanda (la maniática), 2 mensajes de Chad y un 3% de batería. Además eran las 8:53 a.m. Llegaría jodidamente tarde.

Simplemente estupendo.

—¿No puede conducir más rápido?–presioné al notar la "velocidad" que llevábamos.

—No.–bufé molesto. Debía llegar pronto a Seattle.

—Detenga el auto.–dije y el hombre accedió sin molestia. Bajé, me acerqué a la puerta del conductor y la abrí.

—¿Qué demonios...?

—Baje.–dije serio.

—¿Me estas robando?

—No, yo conduciré. Abajo.–repetí.

El hombre bajó y se subió a la parte trasera, para dejarme subir adelante y empezar a conducir.

Encendí el auto y presioné el acelerador. Tengo que llegar sí o sí.

Después del largo recorrido Portland-Seattle, estacioné el auto frente a mi casa.

—¿Ya llegamos?–preguntó el hombre acostado en los asientos traseros.

Me bajé del auto y empezé a caminar directo hacia la entrada de mi hogar, pero escuché al hombre gritar:

Kendall y KendallDonde viven las historias. Descúbrelo ahora