Capítulo XXII. Hawái (2da parte)

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Las horas pasaban y yo continuaba sentada sobre la cama, no paraba de buscar algo interesante en el televisor que pudiera entretenerme hasta la llegada de Jeimy. Habían pasado unas horas desde la pequeña subida de tono que tuve con Aníbal y Daniela y aunque no volví a verlos luego de lo ocurrido, me sentía muy mal por la manera como los traté, quería disculparme con ellos, pero no quise tocar la puerta de la suite, pues no era correcto interrumpirlos nuevamente. Es por eso que sólo me quedé en la cama esperando entretenerme con algún programa de televisión.

Apagué el televisor luego de un intento fallido de entretenimiento. Miré la hora y ya pasaban de las ocho de la noche. Era muy temprano para irme a dormir y en seguida recordé las palabras de Dante. Pues aunque no tenía planeado juntarme con él, la idea de bajar un rato a la discoteca no era tan descabellada, pues al contrario era más un desahogo ante la soledad que me acompañaba.

Busqué entre mis cosas y nuevamente quedé desconcertada ante toda la provocadora vestimenta que había empacado. Me vestí  con un pequeño vestido negro de brillantes, no tenía mangas ni tirantes y terminaba unos pocos centímetros debajo de mis glúteos. Me hice una coleta a un lado del pelo, dejándola descansar sobre mi pecho hasta llegar a mi cintura. Como mi vestido era muy llamativo decidí no usar maquillaje más que sólo un poco de brillo labial y unos sencillos tacones negros. Tomé rumbo hacia la discoteca sintiéndome muy sensual, al ver todas las vistas de los presentes.

Al llegar al lugar donde estaba la discoteca, había un guardia de seguridad quien vigilaba la puerta e inmediatamente me vio, abrió cordialmente dándome una respetuosa bienvenida. Entré al lugar después de agradecerle al amable señor, el cual era un lugar amplio, muy bien combinado e iluminado con pantallas de tipo LED. Caminé hasta la hermosa barra con terminaciones en granito donde me acomodé para pedir un trago. 

– ¡Buenas noches! ¿Qué le sirvo, Sra. Sullivan? – preguntó el barista muy cordial y respetuoso en dirección a mí.

– Disculpa ¿Me está hablando a mí? – exclamé con sorpresa, a la vez que miraba alrededor buscando la inexistente presencia de alguien más a mi lado.

– De hecho sí. Me dirigía a usted Sra. Sullivan – aclaró el joven, muy seguro, mientras me miraba fijamente.

– Pues me estás confundiendo con alguien más. No soy esa tal “Sra. Sullivan” que usted asegura – comenté gesticulando comillas con mis dedos.

– Juraría que era la mujer de la fotografía que nos enseñaron como acompañante del Sr. Sullivan. Nos encargaron cuidar muy bien de usted – aseguró.

– Pues creo que te equivocas, ya que en primer lugar no conozco al tal Sr. Sullivan, quien supongo es el dueño del hotel ¿Cierto? – expliqué mofando de la polémica confusión.

– Así es. Pero… si no es usted, lamento mucho la incómoda situación y dígame ¿Qué puedo servirle? – añadió tratando de remediar las cosas.

– Tráeme un Margarita, necesito relajarme un poco – dije al barista, después de soltar un largo suspiro.

Tomé una copa, luego otra y después  de la tercera perdí la cuenta de cuantas había tomado ya, a tal punto que no reparé en la presencia de Dante, quién yacía sentado a mi lado balbuceando un sin número de palabras que eran incomprensibles para mí. No sé a ciencia cierta si no le entendía por el alto volumen de la música del salón o por los altos niveles de alcohol que recorría por todo mi organismo.

Estuvimos en esa misma situación por un buen rato, él magullando las palabras a la vez que yo tomaba una copa tras otras al ritmo de la música. El panorama cambió cuando Dante se acercó más a mí y tomó  mis manos entre las suyas, fue en ese momento cuando pude entender la primera oración que comentaba.

– Ven Larimar, baila conmigo – dijo Dante llevándome casi a rastras hasta la pista de baile.

– ¿Qué haces, Dante? – balbuceé  tratando de liberarme de su agarre.

– Vamos a bailar, sé que quieres – concluyó dejándome en medio de la pista.

– Está bien, pero no te emociones mucho ¿De acuerdo? – asentí, disfrutando la música de fondo.

Dante no respondió a mi pregunta, pero tampoco hizo comentario alguno, tan solo continuamos bailando y saltando al ritmo de la música. El aparentaba ser un hombre  muy divertido, pues con la gigantesca sonrisa que portaba, pude deducir que disfrutaba la música a la perfección. No sé que tanto estuvimos allí en la pista dejándonos llevar por el sonido, pues hacía ya un buen rato que había perdido la noción del tiempo, pero lo que sí recuerdo fue cuando todo cambió de repente.

Sentí como las manos de Dante subían y bajaban lujuriosamente por ambos costados de mis curvas, desde mis senos hasta las caderas; entre tanto, sentí como su erección rozaba mis glúteos con deseo. No tardé dos segundos y con una fuerza de empuje, me separé tambaleante de la cercanía de su cuerpo.

– ¿Qué haces? – grité con enojo, al sentir sus malvadas intenciones.

– Sólo nos estamos divirtiendo ¿Acaso no te gusta? – preguntó mientras se acercaba cada vez más a mí.

– No, no me gusta. Tan solo estábamos bailando – grité con enojo –  Lo… lo siento Dante, pero… Esto no era lo que tenía en mente – balbuceé a la vez que intentaba buscar la salida con la mirada.

Sentí que iba a irme de bruces contra el piso, por lo que comencé a deshacerme de los tacones que ahora me impedían el libre desplazamiento. Tomé ambos entre mis manos y continué caminando hasta la que pensé era la salida.

– Espera Larimar. Lo siento, no volverá a suceder. Pero por favor no te vayas – suplicó Dante a la vez que me sostenía del brazo, impidiendo mi fuga.

– Quiero irme a mi cuarto ¿Sabes dónde está  la salida? – pregunté al denotar mi propio aturdimiento.

– Es por allí. Déjame acompañarte a tu cuarto – señaló el lugar, e inmediatamente yo tomé rumbo.

Llegando a la salida, observé que Dante aún permanecía sujetando mi brazo, cosa que me desagradaba lo suficiente como para gritar como toda la ebria que ahora era, justo del lado afuera de la discoteca.

– Suéltame Dante, no quiero que me acompañes – grité vehemente, llamando la atención del guardia de seguridad.

– Apártese de la dama, caballero – reaccionó el seguridad, en dirección hacia nosotros.

– Solo quiero ayudar, está totalmente ebria – Explicaba Dante en un intento fallido por disculparse.

– Retírese caballero. Ella ahora es mi responsabilidad – arremató el seguridad en un tono demandante.

Dante se aparto de mi sin rechistar, a la vez que el uniformado me escoltaba  hasta mi  deslumbrante y llamativa suite. Estaba tan fuera de mí misma que inesperadamente ya estábamos cruzando bajo el dintel de la puerta y el musculoso me depositaba sobre la cama, después de haberme traído la mayor parte del viaje prácticamente sobre sus brazos.

Observé como parloteaba mediante un pequeño comunicador de color negro que cargaba entre sus manos. Fue justo en ese instante cuando recordé que Jeimy era el Jefe de Seguridad, pues de seguro se estaría comunicando con él en estos momentos. Llamé su atención sin perder tiempo alguno.

– ¡Espera! – grité – Dile a Jeimy que no debe dejarme sola tanto tiempo – me puse de rodillas sobre la cama – Hay muchos hombre que desean a su “Preciosa” – expliqué con una voz muy coqueta, mientras gesticulaba comillas para hacer énfasis en la última palabra.

– Acuéstese señorita, está fuera de sí – dijo el seguridad tratando de evitar que me cayera de la cama.

Se acercó a mí y me sostuvo antes de que me desplomara en el piso, pero esta vez me sentó en la cama y antes de retirarse, lo tomé del brazo con el objetivo de enviar otro mensaje.

– También dile a tu “jefecito” Que como castigo por su ausencia – mordí mi dedo índice – No le toca sexo esta noche – gruñí en un tono muy sensual, acercando el comunicador a mis labios.

El rostro del uniformado estaba ruborizado y sus ojos estaban en blanco. No pude evitar soltar un diabólica carcajada al ver su avergonzada cara, mientras salía velozmente del cuarto, cerrando la puerta de un tirón.

Después de lo anterior, saqué el pequeño vestido de mi cuerpo y lo lancé por algún lugar del aposento, para luego meterme bajo las cobijas. Estaba tan cansada, mareada y algo adormilada que lo único que me interesaba en éstos momentos era dormir y descansar hasta el día siguiente.



El calor que emanaba de su cuerpo comenzó a calentar mi brazo despiadadamente. Quise liberarme de la presión que  se me ejercía pero la fuerza que me mantenía prisionera era mayor. Abrí mis ojos en un intento fallido por acomodar mi cuerpo para encontrarme con la belleza del torso desnudo de mi maravilloso Jeimy acostado bajo mi rostro.

Su pecho sirvió de almohada para mi rostro, y uno de mis brazos se había quedado atrapado debajo de su cuerpo. Uno de sus brazos yacía muy cómodo debajo de su cuello y con el otro rodeaba mi espalda hasta mantenerme fija e incrustada a él. ¿Cuándo llegó? Me pregunté a mí misma, encontrándome presa de su fragancia. Estaba completamente dormido, al parecer había llegado muy tarde y ahora pagaba las consecuencias de un día muy ajetreado.

Me separé despacio hasta sentarme a su lado, tratando de no sacarlo de la  comodidad que le acompañaba, para luego fijar mis ojos en su blanco y bien definido torso desnudo que se movía lento y coordinado al ritmo de su calmada respiración. Miré su rostro que lucía profundamente dormido, sus labios rosas y brillante pelo castaño, me hacían sentir como que estaba en un hermoso sueño del cual no quería despertar jamás. Amaba a Jeimy, no me lo podía negar y su presencia me llenaba de paz, armonía y un sin número de sentimientos que revolvían mis estómago hasta quedarme totalmente perdida en su compañía.

Después de gastar su imagen con la mirada, sentí el gruñido de mi estómago. Quería quedarme y continuar contemplando la figura inerte de mi amado, pero moriría de hambre si me quedaba. Salí sigilosamente de la cama y después de refrescarme bajo la ducha artificial me vestí con otro provocativo vestido de verano, pues así eran todos los que había traído. Salí del cuarto asegurando de cerrar cuidadosamente la puerta, para luego encontrarme con los cuatro amigos míos que habían estado perdidos desde la tarde del día anterior.

– Buenos días Larimar – saludó Laura sonriente y muy pegada a Alejandro.

– Buenos días a todos. Veo que les amaneció muy bien – saludé haciendo énfasis en las dos últimas dos palabras.

– ¿Vas a desayunar? – preguntó Daniela tratando de cambiar el tema.

– Si ¿Ustedes van al restaurante? – pregunté sonriente mirando las enamoradas parejas.

– Así es. Si quieres podemos desayunar juntos – respondió Alejandro sonriente.

– Claro. Estoy de acuerdo con eso – asintió Aníbal a la vez que me invitaba a caminar junto a ellos.

Caminamos todo en silencio rumbo al restaurante y después de acomodarnos en una mesa para seis, las preguntas hacia mí persona no se hicieron esperar.

– ¿Dónde está Jeimy? – preguntó Alejandro inocente de todo lo ocurrido el día anterior.

– Está dormido – dije sin más.

– Que extraño, nunca duerme tanto. Al parecer lo mantuviste ocupado toda la noche – añadió con una sonrisa pícara.

Yo ignoré su errado comentario para poner mi atención en Daniela y Aníbal, a quienes le debía una disculpa por el altercado de la tarde anterior.

– Oigan, quiero disculparme con ustedes dos. Ayer estaba muy enojada y no medí mis palabras –  expliqué con humildad, avergonzada de mí misma.

– Tranquila amiga, que a mi no me ofendiste en lo absoluto – respondió Daniela con una sincera sonrisa en los labios.

– ¿Y que tal con usted, Aníbal? No tengo la confianza y… la verdad estoy muy apenada con usted – recalqué mirando cabizbaja.

– ¿Conmigo? – preguntó Aníbal con sorpresa – Lo cierto es que… tenias toda la razón. Nosotros somos quienes deberían disculparse contigo, Larimar – continuó humildemente.

–  ¿Se puede saber qué fue lo que nos perdimos? – preguntó Alejandro intentando introducirse a la conversación.

– Pues que tu amigo se quedó trabajando hasta tarde y la pobre chica estuvo corriendo de un oportunista – comentó Aníbal en medio de risas.

– ¿En serio? ¿Y no la ayudaron a deshacerse del hombre? – preguntó Laura esta vez, con rostro de desconcierto.

– No lo hicieron, esa es la cuestión. Se quedaron mirando desde lejos, sin articular una palabra en mi ayuda – expuse algo subida de tono.

– Aparentaba estar divirtiéndose o quizás lo divertido era verla a ella huyendo de aquel blanquito desconocido – argumentó Daniela en medio de risas.

– Y esas son las palabras de mi mejor amiga – dije con decepción , mientras negaba con el rostro. Todos rieron a unísono ante mi comentario.

Estuvimos desayunando y conversando en esa misma actitud, pues era divertido tener compañía y disfrutar de un cálido desayuno con amigos. No puedo negar que estas vacaciones estaban despertando sentimientos que hace años había reprimido y renunciando a ellos después de mi matrimonio con Nicolás. Me sentía orgullosa de mí  misma por haber decido renunciar a los lujos para darle paso a una nueva vida.

Fui la primera en terminar mi desayuno, quería salir a relajarme  un rato en la piscina por lo que decidí levantarme y después de despedirme de los demás, salí a cautelosos pasos del lugar. Quedé asombrada ante la abrupta presencia de una persona con quien no esperaba encontrarme de frente a la salida del restaurante.

Lo admiraba muy impresionada, pues estaba muy diferente a como solía vestirse a diario. Los escanee con la mirada de manera ascendente. Llevaba unos shorts blancos con una camiseta muy ajustada del mismo color, encima de ella vestía una camisa azul cielo de mangas cortas y cuyos botones permanecían desabotonados, dejando apreciar su marcada musculatura. Sus ojos miel brillaban haciendo una perfecta armonía con el poco cabello que se apreciaba debajo de su elegante sombrero, blanco también. Además había algo que llamó al cien por ciento toda mi atención. Pude apreciar en su ojera derecha, un pequeño pendiente de diamantes que lo hacía lucir jovial, salvaje, atractivo y sobre todo, demasiado comestible.

Quería saltar encima de su cuerpo y devorar sus labios con todo el deseo que había guardado desde el día anterior, en cambio aún me sentía muy molesta por haberme abandonado todo la tarde-noche sin haberme dejado si quiera una llamada o un insignificante mensaje de texto. Sus delicadas palabras me hicieron despertar de mis pensamientos y recobrar de mi atónito semblante.

– Buenos días preciosa – dijo Jeimy con sus hermosos labios rosados a la vez que se acercaba cada vez más  a mí.

– Hola, veo que al fin te acuerdas de mi – dije tratando de reprimir el deseo de besarlo.

– Nunca sales de mi cabeza, hermosa – exclamó atrayéndome abruptamente hacia él.

– ¿Qué haces? – pregunté mientras intentaba alejarme un poco de su atadura.

– Déjame besar tus labios, estás matándome de deseo – confesó envolviendo sus manos entre el nacimiento de mi cabello.

Por un instante quise dejarme llevar y deleitarme con el sabor de su aliento que ahora chocaba con mi rostro y me dejaba aturdida  con la fragancia que emanaba de su piel. Pero debía hacerme la difícil, tal vez así sentiría un poco de cargo de conciencia por haberme dejado sola a merced del estúpido de Dante.

– Nada de eso – lo empujé con fuerza – Estoy molesta contigo. Me dejaste sola todo el día. Ni creas que voy a perdonarte tan fácilmente – expliqué con una voz muy coqueta mientras me mordía el labio inferior.

– Entonces ¿Vas a jugar conmigo? – preguntó en medio de una media sonrisa que se dibujaba en sus labios.

– Tal vez – dije dándome la vuelta sensualmente para retirarme del lugar.

– Espera Larimar – gritó – ¿No piensas desayunar conmigo? – preguntó tomando mi brazo.

– No. Ya desayuné con los demás. Si quieres, te veo en la piscina – comenté deshaciendo su agarre.

– Está bien, vete. Pero ¡Por Dios! ¡Cámbiate ese vestido! Vas a hacer que mate a todo hombre que se atreva a mirarte – susurró en mis labios, después de apretarme con fuerza entre sus brazos.

Casi me derrito al sentir su cuerpo tan cerca del mío. Cerré los ojos por la química que había entre ambos, mi respiración se aceleró y por un momento pensé que no lo soportaría más y me dejaría llevar por la lujuria. Pero después de articuladas sus palabras, abrí mis ojos, respiré profundo para calmar mis ansias y sin detenerme a pensarlo, dejé que saliera algo de mi boca.

– Ummm… se siente tan rico ver como me celas. Espero te acostumbres porque… ¡Me encanta como me queda este vestido! – dije en un susurro con la voz más provocativa que había expresado jamás.

– Me sorprendes, Larimar – soltó mi cuerpo – Veo que así quieres jugar, pues juguemos – asintió con el rostro, mientras me lanzaba una mirada penetrante, después de acomodar su sombrero. 

– Te veo en la piscina… bombón – arrematé a la vez que me alejaba contorneado mis caderas con sensualidad.

Jamás entenderé de dónde salió esa Larimar que se comportó como todo una experta en juegos sexuales. La verdad es que nunca había sentido tantas cosas por una persona y en definitiva Jeimy estaba despertando sentimientos en mí, que ni siquiera yo misma sabía que tenía. Estar con él era como experimentar cada día algo nuevo, sentirme bien conmigo misma, al mismo tiempo que descubría mi sexualidad que a mis veinticinco añoss, aún yacían dormidas en mi interior.

Llegué sin darme cuenta al dormitorio, estaba tan metida dentro de mis pensamientos que todo pasó frente a mi sin que mi mente pudiese captarlo. Sabía que Jeimy no comía mucho  y tal vez estaría en restaurante algunos quince minutos como mucho, es por eso que intenté cambiar mi ropa lo más rápido posible. Elegí el bikini más provocativo que compré y encima de éste coloqué un vestido de baño totalmente transparente para que dejara a la vista todo lo que llevaba debajo.

Después de tomar todas las cosas que iba a necesitar, salí del cuarto, donde me encontré con Daniela y Laura que iban bajando también en dirección a la piscina. Se veían hermosas y estaban muy sexys al igual que yo, es por eso que no pude evitar soltar una pequeña carcajada al ver lo hermosas que lucían.

– ¡Wau chicas! ¡Están hermosas! – Exclamé en medio de una sonrisa.

– Gracias. Tu también lo estás – respondió Laura al instante.

– Vas a dejar loco a Jeimy – comentó Daniela, después de llegar al área de las piscinas.

– Y tú vas a dejar a Aníbal sin aliento. Claro, si le quedó algo después de anoche – bufé para después soltar una carcajada.

– No molestes, sólo  estás envidiosa – respondió arqueando los ojos.

– Ya dejen eso y vamos a buscar un lugar para broncearnos un poco – dijo Laura tratando de calmar las aguas.

– Bueno querida Laura, tendrás que broncearte sola, porque te recuerdo que eres la única rubia del grupo – aclaró Daniela, acomodándose en una tumbona bajo la sombra.

– Lo siento Laura, pero Daniela tiene razón – asentí en medio de risas, a la vez que buscaba una toalla entre mis cosas.

Laura se sentó junto a Daniela para colocarse el bronceador; entre tanto, yo colocaba una toalla en la tumbona. Sólo hacía falta unos segundo para terminar de acomodar la toalla cuando reparé en la presencia del ojiazul, quien yacía de pie frente a mí  con una sucia sonrisa en el rostro. No sé que tenía de diferente, pero había algo en él que no me daba la confianza que sentí el día anterior.

– ¡Larimar! Que gusto encontrarte – exclamó Dante, escaneándome con la mirada.

– Que lástima que no sea mutuo – disparé seria.

– Solo quiero hablar contigo – balbuceó con dificultad.

– Pues no me interesa hablar contigo – confesé alejándome e inmediatamente las miradas de los demás alrededor se fijaron en nosotros.

– No te vas ir ¿Por qué me dejaste así anoche? – pregunto sosteniendo lastimosamente mi brazo.

– ¡Suéltame! ¿Acaso estás loco? – pregunté intentando liberarme de sus garras.

– ¡Oye! ¿Qué haces? ¡Suéltala ya! – exclamó Daniela colocándose de pie.

– No puedes tan sólo calentarme y luego salir corriendo como una chiquilla malcriada – dijo Dante, magullando las palabras mientras intentaba abrazarme.

Los ojos de Dante no eran los mismos del día anterior, algo que me hacía temblar de solo mirarlos. Me asusté, tanto mi respiración como mis latidos se aceleraron y mis ojos estaban en blanco. Me entraron escalofríos de solo pensar en que ya estaba utilizando todas mis fuerzas intentando que me soltara. Pensé que iba a lastimarme,  pues sus manos estaban sujetas con firmeza a mis brazos y me sacudía con intensidad.

Laura salió corriendo llamando a Alejandro,  entre tanto Daniela trató de ayudarme, pero sus intenciones fueron en vano, puesto que Dante era muy fuerte y nosotras obviamente no reflejábamos amenaza alguna para él. Mis esperanzas de libertad me abandonaban cuando abruptamente, escuché la demandante y masculina voz de Jeimy resonar por todo el lugar.





¿Lo hacemos otra vez? (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora