Capítulo XXV. Candente regreso a casa

42 3 1
                                    


– ¿Qué significa tu tatuaje? – pregunté sin levantar la vista de la maleta.

– ¡¿Eh?! – me miró extrañamente por mi inesperada pregunta.

– Tu tatuaje – volví la mirada en él – Tiene letras y alas – continué doblando el último vestido – Aparenta ser un nombre – concluí para luego cerrar la maleta.

– Si, es un nombre – respondió sin ánimos y sin voltear a verme, sólo continuaba metiendo sus cosas en la maleta.

– ¿Qué significa? Puedes contarme, no sé nada de ti – añadí sentándome a piernas dobladas encima de la cama, para quedar justo frente a él.

– Olivia – me dio una mirada corta – Dice Olivia – respondió sin expresión en el rostro.

– ¡Olivia! ¿Puedo saber quién es? ¿Tu hija? ¿Tu madre? O… ¿Tu esposa? – pregunté con insistencia.

Jeimy estaba a medio vestir, después de la intensidad de nuestro encuentro, las horas habían pasado y ya debíamos ponernos en marcha para regresar a nuestras vidas. Yo me vestí de prisa, en cambio él había estado recibiendo múltiples llamadas en todo el día que lo hicieron gastar todo el tiempo y por eso aún no terminaba de colocar nada sobre su torso. Tan sólo había puesto sus pantalones, pero aún permanecía en calcetines y alistando su maleta.

Como había terminado de preparar mis pertenencias y aún nos quedaban unos minutos a solas, supe que era el momento adecuado para indagar en su vida y de una vez por todas, revelar las incógnitas que tanto Laura como Elena, había dejado en mi interior.

– ¡Esposa! – bufó – No tengo nada de eso. Olivia es mi exnovia – escupió para luego dejar un mohín en sus labios.

– Ahhh – solté un suspiro de alivio – Continúa, por favor – dije colocando mis manos bajo mi barbilla.

– Fuimos novios a los diecisiete y cuando cumplimos un año de relación, nos tatuamos nuestros nombres. Ella se tatuó el mío y yo me tatué el suyo – tragó en seco y después de un suspiro continuó – Después de eso la relación se rompió.

– ¿Dejaron de quererse? – indagué aún más. Quería saberlo todo.

– No – respondió directo – Mas bien, nunca nos enamoramos. Solo era la lujuria de la primera relación sexual. Fue a causa de nuestros padres – tenía el entrecejo fruncido y no aparentaba gustarle el tema de conversación.

– ¿Sus padres? – me sobresalté – ¿Ellos desaprobaron su relación? – pregunté en tono de lástima.

– Al contrario – soltó un suspiro – ¿En serio quieres que continúe? – preguntó subiendo el tono de voz, como si estuviera enojado.

– ¡Claro bombón! Parece ser importante para ti. Quiero conocerte – repetí aun mas interesada.

– Olivia y yo solíamos vernos a escondidas y… cuando nuestros padres se enteraron, intentaron arreglar un matrimonio entre ambos. Al parecer nos apasionaba lo clandestino porque luego de eso perdimos el interés y comenzamos a salir con otras personas. Dejamos que nuestros encuentros se convirtieran en puro interés sexual. Desde entonces sólo nos tratamos como amigos – terminó de cerrar la maleta – ¿Algo más que quieras saber? – apoyo las manos en la cama hasta bajar su rostro a mi altura.

– ¿Aún la quieres? – fruncí el entrecejo, a la espera de su respuesta

– ¿Lo dices porque aún conservo el tatuaje? – hizo una media sonrisa con los labios.

– ¡Quizás! – le di  una mirada penetrante.

– Tenía pensado borrarlo, pero luego dormí con la morena más hermosa del mundo, que cabe destacar está casada, me abandonó en el hotel y no dio señales de vida por todo un año – respiró profundo – Entonces me enojé y me retoqué el nombre de mi querida amiga de infancia.

– ¿Entonces sí, la quieres? – solté con veneno, volví a hacer un mohín de desapruebo.

– De hecho sí. Fue mi primera novia, pero… A ella no la quiero como te quiero a ti – dijo, acercándose a mis labios.

– ¿Lo dices en serio? – susurré en sus labios.

– Quiero que recuerdes esto por siempre – se acostó sobre mi cuerpo – Eres diferente, eres especial ¡Te quiero, Larimar! – confesó con sus ojos miel derretidos sobre los míos.



Las horas habían  pasado, nos despedimos de Hawái después de disfrutar de una tanda de fotografías para recordar tan plácida experiencia que habíamos disfrutados con nuestros amigos.

De camino al aeropuerto Jeimy se pasó todo el camino con mi brazo apretado a su cuerpo, nuestras manos estuvieron entrelazadas y en una que otras ocasiones, las elevaba hasta su rostro para dejar un casto beso sobre el dorso de mi mano.

Yo me sentía la mujer más afortunada del mundo, pues Jeimy era un hombre muy atractivo y su masculinidad atraía la vista de un centenar de mujeres que al ver la figura de mi hombre quedaban deslumbradas, otras me miraban con envidia y otras tanto podría decir que con menosprecio. Quizás yo no era la mujer más hermosa, pero tenía mis dotes, grandes atributos y mi cintura de abeja, además de mi hermoso y largo cabello que era una de las cualidades que más me gustaba de mí misma.

Al principio todas esas miradas comenzaron a molestarme, pero al cabo de un tiempo y al ver la poca importancia que Jeimy le asignaba a aquella mujeres, dejé de prestarles atención y continué disfrutando del tacto que mi bombón me regalaba. En todo el camino no paré de sonreír, pues él no dejaba de lanzarme miraditas muy pícaras y una que otras veces me susurraba algunas indecencias con relación a mi cuerpo, a lo que yo sólo podía sonrojarme y sonreír.

Después de acomodarnos en el jet de Aníbal, los tres hermosos caballeros que nos acompañaban se reunieron en el mismo sofá donde habían venido de camino a Hawái, dejando espacio en los otros asientos para nosotras disfrutar de una amena conversación.

– Entonces… no vas a contarnos como te fue con Alejandro – disparó Daniela con una mirada de maldad en dirección a Laura.

– ¡Por Dios! Te he dicho mil veces que no revelaré nada – exclamó Laura, sonrojada y reprimiendo una sonrisa.

– Es cierto, ningunas han compartido sus experiencias –  fomenté la pregunta, alzando una ceja.

– Te dije que Aníbal es todo un caballero y me trató como la dama que soy, nada que ver con el salvaje novio tuyo – explicó Daniela con aires de grandeza, mirándome por encima del hombro.

– De acuerdo, tienes razón. Pero… te confieso que ya estaba cansada de que me trataran como a una dama – mofé saboreando cada palabra que salió de mi boca.

Todas reímos a unísono llamando la atención de Aníbal, Jeimy y Alejandro, quienes nos miraron con curiosidad, al escuchar nuestras agudas y pícaras carcajadas.

– ¡Ya bajen la voz! No quiero que me tomen por desvergonzada – siseó Laura, tratando de reprimir las risas.

– ¡Sólo si nos cuentas como es el pelinegro! – retó Daniela, en dirección a Laura.

– Él… – miró alrededor – Me pidió que fuera su novia y… luego lo hicimos apasionadamente – confesó Laura sonrojada con una felicidad increíble.

– ¡¿Estás bromeando?! ¡Eso es más que impresionante! ¿Te das cuenta de lo que significa eso? – exclamó Daniela casi gritando de vehemencia.

– No estoy bromeando, pero… ¿Qué quieres decir exactamente con eso? – preguntó la rubia, como si la felicidad nublara su mente.

– Simple, Alejandro es uno de los empresarios más importantes, es multimillonario, tú como su novia, ¡Vas a convertirte en famosa! – explicó Daniela, mientras ambas la mirábamos con atención.

– Daniela tiene razón ¡Serán la pareja más hermosa de todas! – exclamé – Me alegro tanto por ti. Espero que sean muy felices – dije tomando sus manos sinceramente.

– Gracias a ambas. Quizás después les cuente algo más, porque en verdad sólo tuvimos un par de encuentros – añadió Laura con las mejillas ruborizadas.

– Ahora que estamos así en confianza… me gustaría hacerle una pregunta – murmuré a dubitativas palabras.

– Adelante que soy toda oídos – dijo Daniela para luego lanzar su atención en mí.

– Es que… como sabrán, no soy muy experta en estas cosas del sexo y… hubo algo que me dejó en cierto grado de desconcierto – bajé la voz y me acerqué más a mi amiga.

Me sentía como una niña hablando por primera vez de sexo, pero si en verdad quería saber a qué se refería Jeimy cuando dejó su erección frente a mi rostro, debía preguntar a alguien y sin duda alguna Daniela era la más indicada. Ella era mi mejor amiga y además siempre me había aconsejado a lo largo de mi vida ¿Por qué no hacerlo ahora?

– Te conozco Larimar, y me queda obvio que luces como una niña que nunca había visto un pene. Ahora cuéntame ¿Qué te hizo el pervertido ese? – asumió colocando los ojos en blanco, para luego darme toda su atención.

– No seas mala con ella. Adelante Larimar, si está dentro de mis conocimientos yo te explicaré – Laura se mostró tan solidaria, que le di a Daniela una mirada burlona.

– Ya en serio – me acerqué más a ellas – Es que… Esta mañana, Jeimy… pues – solté un suspiro – Ha hecho lo mismo en dos ocasiones – respiré profundo – Cuando estamos desnudos apunto de hacerlo, él pone su erección frente a mi rostro y… se queda allí, pausado por unos minutos. No hace nada, no dice nada, sólo sujeta mi pelo con fuerza y luego me dice: “Algún día tendrás que hacerlo, preciosa” – confesé en un susurro con nudo en la garganta.

Vi como mis dos supuestas amigas estallaron a carcajadas, como si se burlasen de lo que acababa de decirles. Al principio también reí un poco, pero al cabo de unos segundos, al ver que sus risas no cesaban comencé a enojarme con ellas.

– ¡Ya basta ustedes dos! – grité alzando la voz – ¿Van a explicarme o tengo que arrepentirme por haber confiado en ustedes? – pregunté cruzándome de brazos.

– Larimar ¿En serio no sabes qué quería Jeimy? – preguntó Laura, intentando  reprimir otra carcajada con un fracaso evidente.

–  Estoy hablando en serio – fruncí el entrecejo – No comprendo qué quería, pero tampoco quiso explicarme – miré  a Daniela, quien continuaba roja de tanto reír – ¿En serio van a continuar burlándose mí? – grité ahora más enojada.

– ¡Quería un oral! – musitó para luego volver a estallar en carcajadas – ¡Al fin te va a tocar! – añadió Daniela, para terminar tosiendo de tanto reír.

– ¡¿Un oral?! – exclamé obviamente confundida.

Yo era muy inocente en ese tiempo, y aunque estuve casada, llegué muy virgen al matrimonio, en el cuál tuve tanta intimidad que podían contarse con los dedos de mis manos.

– ¿No has hecho un oral? – me miró Laura como si no pudiera asimilar mi grado de ingenuidad.

– Es obvio que no, mírala… parece que vió a Freddy en sus sueños – murmuró Daniela,  afinando la voz, después de tanto toser.

– Larimar ¿cómo es que no has hecho un oral si estuviste casada por unos años? – la confusión de Laura era de imaginar, pero ese no era el tema de conversación en este momento.

– Se casaron por intereses financieros, pero…  ese es otro tema que luego te contaremos – bufó Daniela y yo asentí de inmediato.

– Pues es sencillo, sólo tienes que ponerlo en tu boca y listo… él hará el resto – Laura trató de explicarme, pero era obvio que el tema de conversación la ponía algo incómoda.

– ¡No, espera! – Daniela interrumpió – Debes buscar un video para que aprendas, porque de lo contrario podrías lastimarlo y en vez de darle placer, perdería la erección.

– No creo que pueda hacerlo, me pongo muy nerviosa cuando lo tengo de frente – confesé muerta de vergüenza.

– Bueno, pues de ser así. Dile que no lo harás hasta que él te haga uno a ti primero. Además… es lo justo ¿No? – solucionó Daniela.

– Buena idea, dicen que a los hombres no les gusta devolver el favor. Así tienes tiempo para prepararte – reafirmó Laura muy segura de sus palabras.

– Y si les digo que… – tragué saliva – Es lo primero que Jeimy hace antes de… ¡ya saben! – asumí que me entendían con el objetivo de omitir ciertas palabras.

– ¡Ay por Dios, Larimar! ¡Eres una maldita hija de puta! – exclamó Daniela, dando un golpe sobre el asiento – Eres una suertuda y no sabes darle un simple oral al pobre hombre – concluyó cayendo otra vez en las carcajadas.

– Tranquila, ya aprenderé. Algún día me necesitarás – amenacé entre risas viendo como se burlaban de mi inexperiencia.

Me fue tan agradable pasar las horas durante todo el viaje con Laura y Daniela, es casi imposible describir la sensación de sentirse en familia, poder compartir los sentimientos, preocupaciones y compartir con amigos después de tanto tiempo de no haberlo hecho.

Después de largas horas en el avión, llegamos y ya era muy de noche, así que luego de unos minutos en llegar a un acuerdo posamos para una última fotografía de recuerdo del viaje. Tomé mi teléfono y guardé varias selfies con mi bombón, quería que esa hermosa experiencia se quedara conmigo para siempre.

A la salida del aeropuerto, la Range Rover negra de Jeimy nos esperaba para llevarnos a casa, nos despedimos amablemente de los demás y fijamos nuestro camino hasta el auto. Un hombre alto, pelinegro, de piel trigueña, algo de barba en el rostro y ojos negros, corpulento y aunque llevaba traje denotaba ser fornido.

– Buenas noches Señor – el pelinegro se acercó a nosotros – Buenas noches señorita – me  saludó con mucha cordialidad.

– Buenas noches Roberto, gracias por traer el vehículo, eres muy amable –  Asintió Jeimy, tomando las llaves del auto y se retiró de inmediato.

– ¿Quién es él? – pregunté, caminando hacia el auto.

– Roberto, compañero de trabajo, él tomó mi lugar durante el fin de semana – respondió sin ninguna expresión en el rostro, con mi mano entre su brazo.

– Es muy amable por prestarse a traer tu vehículo a éstas horas – añadí sintiendo empatía por el pelinegro.

– Lo es – asintió abriendo la puerta del copiloto para mí.

– Gracias, ¡Eres todo un caballero! Nada comparado con el salvaje que me secuestró la otra noche – comenté en tono gracioso, a la vez que me adentraba en el vehículo.

– Con ese vestido tan pequeño que traes, ganas no me faltan de secuestrarte y cogerte ahora mismo – susurró en mi oído, humedeció sus labios y luego de lanzarme una mirada penetrante, cerró la puerta.

Su repentino y morboso comentario no se hizo esperar para erizar mi piel. No entiendo porqué escuchar sus sucias palabras, me excitaban, calentaban mis mejillas y por supuesto, dejaban salir los nervios que hacía una horas no habían salido de mi interior.

Al tiempo que Jeimy rodeaba el vehículo hasta llegar a la puerta del conductor, intenté respirar profundo y ocultar mis sentimientos para aparentar ofendida, pues no quería que él supiera lo que aquellas sucias palabras provocaban en mí.

– ¡Eres un pervertido! – exclamé luciendo ofendida, a la vez que el se adentraba al auto.

– ¡Pervertido yo! – bufó – Eso no es lo que dices cuando estás gritando debajo de mí.

– ¡Jeiiimy! – reclamé su indecente comentario, abriendo exageradamente los ojos, a la vez que sentía mis mejillas arder.

– Así me gusta preciosa. No sabes lo dura que me la pones cuando gimes mi nombre – dijo mordiendo su labio inferior y mirándome de reojos, a la vez que conducía el auto.

Imaginarme su miembro erecto, humedeció mi ropa interior en un abrir y cerrar de ojos. Las imágenes de todo lo vivido entre ambos empezaron a presentarse frente a mis ojos, y aunque intenté ignorar su indecorosa insinuación mirando por la ventana del auto, pero mis labios no pudieron contenerse y unos segundos más tarde, liberaron la presión en mí.

– Tienes la boca muy sucia – dije en un hilo de voz sin voltear a verlo, sintiendo como se me aceleraba el corazón.

– ¡Lávamela con tu lengua! – lanzó aquellas palabras sin titubear ni un poco.

Giré el rostro en un movimiento brusco, mis ojos se pusieron en blanco al encontrarme con sus labios muy húmedos con una media sonrisa pícara dibujada en el rostro. Bajé la mirada buscando su silueta atraves de su camisa, continué descendiendo con los ojos, deleitándome del bulto bajo sus pantalones. Su silueta se marcaba a la perfección, ya lo había visto lo suficiente para descubrir fácilmente en la posición en que se encontraba.

– ¡Estás excitado! – las palabras se escaparon de mi boca, yo misma quise golpearme por no poder controlarme.

– No tanto como tú, pero sí que lo estoy – asintió sin dejar de mirar el camino.

¡Rayos! Jeimy está sacando lo más sucio en mí. No podía creer lo que estaba a punto de hacer, pero ya no podía controlarlo más, además si no iba a quedarme a dormir con él esta noche, por lo menos debía disfrutar hasta el último segundo.

Acerqué mis manos despacio hasta acariciar su entrepierna con mis dedos. Por encima de su pantalón, dibujaba la silueta de su erección haciendo énfasis y algo de presión sobre su terminal. Él inmediatamente al sentir mis manos, soltó un gruñido de placer para luego mirarme de reojos.

– ¡Larimar! – ¿gimió mi nombre? – Estás jugando con fuego – ¿ahora la chica mala era yo?

– Quiero quemarme – susurré en su oído con la respiración agitada.

– ¡Eres una chica mala, muy mala! – exclamó al sentir mis manos bajar el cierre de su pantalón.

Metí mis manos bajo su ropa interior e inmediatamente la fiera se unió a la fiesta. Estaba en llamas y su terminal estaba tan roja, tan caliente que estuve a punto de comenzar a practicar el oral que tanto mi bombón anhelaba. Estuve a punto bajar mis labios hasta su altura, pero luego recordé que si hacía algo mal, podría lastimarlo, es por eso que sólo me limité a frotarlo despacio. Después de unos minutos, las humedad en mis dedos se estaba haciendo notar tanto como la de mi ropa interior. Los gruñidos que salían de su garganta me hicieron perder completamente la razón.

– ¡Detén el auto! – volví la vista hasta su rostro.

– ¿No te aguantas a llegar? – sus ojos estaban en llamas y sus labios rojos por las mordidas que les propinaba.

– ¡Por favor, Jeimy! – supliqué, pues estaba en un trance de lujuria.

Asintió y después de unos segundos, detuvo el auto en una esquina oscura del lado derecho de la pista. Yo no me hice esperar, metí las manos debajo de mi vestido y después de alzarme un poco, pude sacar mi ropa interior con facilidad, para luego lanzarlo a algún lugar del interior del auto.
Solté su cinturón de seguridad, besé sus labios y con un poco de su ayuda, logré sentarme a ahorcadas sobre su pelvis.

– Estás demente, Larimar – exclamó con la voz ronca, después de abrir exageradamente los ojos.

– ¡Demente por ti! – sonrío – ¿Te suena familiar esa frase? – pregunté mordiendo su cuello.

– Pensé que eras una diosa, ahora me doy cuenta que eres una diabla – dijo entre gemidos, mientras me apretaba más a su cuerpo.

– Espera venirte para que tomes esa decisión – arrematé besando, mordiendo y succionando todo su hermoso rostro.

Sin abandonar sus labios, sujeté su dureza con seguridad y entre jadeos de ambos, la introduje despacio en mi interior hasta apoderarme completamente de ella. Las manos de Jeimy acariciaban mi cuerpo con desasosiego, no paraban de manosear mi pelo. Se dedicó a sujetarlo con una mano, a la vez que la otra descansaba sobre una de mis nalgas, la cuál se daba el gusto de apretar cada vez que el placer lo extasiaba.

Estaba moviendo mis caderas al ritmo del placer, me movía en círculos, de arriba a abajo con movimientos muy sensuales, de adelante hacia atrás e incluso me di el lujo saltar sobre él. Estaba extasiada, no me reconocía, sólo sabía que estaba dándome placer con el hombre que amaba y que por fin era mío.

Poco a poco me olvidé del tiempo, del lugar, todo se desvaneció y de repente mi vista estaba nublada, sólo podía ver nubes, estrellas, estaba en el cielo y Jeimy estaba ahí conmigo. Sólo él y yo.

Con el tiempo los movimientos se hicieron más demandantes, quería más, así que comencé a moverme más rápido, el placer aumentaba hasta que sentí llegar a la cumbre de la lujuria y mi orgasmo llegó, haciendo que infinidad de gemidos salieran de mis labios, a la vez que mis dedos se clavaron sobre sus musculosos hombros.
– ¡Qué rico, preciosa! Sigue, que ya casi termino – pronuncio con la voz ahogada en placer.

Así que continué moviéndome, chocaba mi cuerpo contra el suyo, su respiración forzada chocaba con la cueva de mi cuello, ahora sus dos manos estaban sobre mi redondo trasero, apretándome y haciéndome  saber que era completamente suya. No dejé de moverme ni un segundo y al cabo de un par de minutos sentí sus dientes clavarse en mi cuello y sus dedos en mis glúteos, cuando lanzó un hermoso gruñido de placer, a la vez que toda su ardiente esencia se derramaba en mi interior.

– ¡Eres mía, Larimar! ¡Completamente mía, preciosa! – gimió haciéndome subir y bajar lentamente sobre su erección ahora derramada de amor.

– ¡Tú eres mío bombón, siempre lo serás! – respondí a sofocante voz, por el sube y baja de mi respiración.

Aun estaba dentro de mí, pero nos mantuvimos en esa misma posición por unos minutos,  disfrutando del roce de piel, de la sensibilidad del otro, de los movimientos involuntarios de mi vagina, hasta que nuestras respiraciones volvían a sus niveles normales, hasta que nuestros cuerpos regresaron a la normalidad.
Después de complacidos y saciados el uno del otro, Jeimy me ayudó a recobrar la posición sobre mi asiento, luego nos miramos y comenzamos a reír como niños cuando acaban de hacer una travesura al ver que estaba todo hecho un desastre.

Raudamente busqué dentro de mi bolso y saqué un empaque de toallitas húmedas, las que por lo regular utilizo para limpiar mi rostro del maquillaje o si en algunas ocasiones debo ir a algún baño público a orinar.

– Mira lo que tengo – tarareé como si cantara una canción, al mismo tiempo que le mostraba el empaque.

– ¡Menos mal! ¡Limpia todo el desastre que me dejaste! – dijo en medio de risas, después de soltar un suspiro de alivio.

– Toma las toallas y hazlo tú mismo ¿Porqué tengo que hacerlo yo? – lo reté intentando aparentar despreciable, mientras secaba el desastre debajo de mí.

– Porque tú fuiste la incitadora que no pudo esperar llegar a casa para hacer sus indecencias – reclamó sin dejar de ver sus genitales y su pantalón humedecido.

Yo estallé a caracajadas, ver su rostro de preocupación no dejaba de producir mas y más deseos de reír.

– ¡Basta! ¿Qué es tan gracioso? – gritó al ver que no paraba de reír.

Me tragué las carcajadas y con una toallita húmeda entre mis manos, comencé a higienizar la zona que yo misma había hecho un desastre. Me sentía como una pequeña que la obligan a limpiar el caos que causó, pero a pesar de todo me sentía muy bien, podría decir que incluso me gustó dejarlo como si fuera un bebé acabado de salir del baño.

– ¿Así te gusta o lo quieres más limpio? – pregunté complacida del trabajo realizado.

– Esta bien… – encendió el auto –  Por ahora – yo lo mire extraño – En unas horas nos ensuciaremos otra vez – confesó poniendo el vehículo en marcha. Ahora era él quien jugaba conmigo.

– ¡Eres un maldito sátiro insaciable! – lo regañé, aún sintiendo como su comentario me llenaba de felicidad, pues si Jeimy era un sátiro, yo no estaba muy lejos de ser una ninfómana.

¿Lo hacemos otra vez? (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora