Capítulo XXXI. Diciembre

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– ¿Qué estás diciendo, Larimar? ¿Acaso bromeas conmigo? ¡Dime que no es cierto! – exigió Mariana, estando vehemente con los ojos en blanco.

– ¡Míralo tú misma, mamá! – me dejé caer al suelo, entregándole la ecografía de mi bebé, mientras me ahogaba en remordimientos.

– ¿Qué  es esto? – sacó las borrosas imágenes del sobre blanco – ¡No… No puede ser cierto! – exclamó luego de unos segundos de silencio.

– ¡Lo es! – tragué en seco – Es un hecho… ¡Estoy embarazada! – confirmé  secando el manantial que brotaba de mis orbes.

– ¿Cuándo pasó esto, hija? ¡Por favor, dime que es de Nicolás! – suplicó Mariana, mientras sus ojos comenzaban a enrojecer.

Su pregunta detuvo completamente mi llanto, pues sí que había cometido un error a embarazarme. Pero en definitiva, mi hijo no era de Nicolás; era del hombre que más había amado en el mundo.

– ¡¿Qué cosa me preguntas?! ¡¿Acaso no entendiste nada de lo sucedido en Hawái?! – aclaré mi voz, después de dejar caer mis palmas sobre mis rodillas sintiéndome decepcionada.

– ¡Por Dios, Larimar! No puedo creer que hayas tenido sexo con un desconocido ¡Y menos sin protección! – reclamaba, angustiada.

– Lo sé, mamá. Fui  una tonta – bajé el rostro, mientras admitía mi error.

– ¿Qué piensas hacer, entonces? ¿Ya llamaste a ese hombre? – interrogó sintiéndose enojada conmigo.

– ¡No! Sabes que no puedo hacer eso. Jeimy me odia y no creo que deba enterarse de la existencia de mi bebé – explicaba sumergida en un profuso llanto.

– El debe saberlo ¡Es su padre! Además, es su deber hacerse responsable – insistió mi madre, acomodándose a mi lado.

– ¡No! Prefiero criarlo en la humildad, antes de volver a verle la cara a ese maldito mujeriego, arrogante y despiadado – negué rotundamente, dejando claro que no tenía el valor para hablar con Jeimy.

– Por lo menos debes informarle de su existencia. El tiene derecho de saber que tiene un hijo – intentaba convencerme, pero yo permanecía fija en mi decisión.

– El me dejó muy claro que no quería hijos. Palideció cuando me vió comprando las pastillas anticonceptivas – negué con el rostro una vez más, recordando aquella noche en la farmacia.

– Si esa es tu decisión… yo te apoyaré. Somos mujeres fuertes y no hay nada que no podamos vencer juntas – manifestó mi madre entrelazando nuestros dedos.

En el momento cuando escuché aquellas palabras salir de los labios de mi madre, sentí como mi alma se llenaba de fuerzas, coraje y voluntad para seguir adelante. Era tan reconfortante sentir el apoyo incondicional de mamá, pues en definitiva ya no tenía dinero, ni lujos, pero ahora tenía amor y una familia.



Estaba a punto de comenzar un nuevo mes y el aire frío del invierno ya empezaba a hacerse sentir todas las mañanas. Permanecía yo de pies frente al espejo de mi dormitorio, mientras calculaba el beneficio que me otorgaría este nuevo empleo; ya que, eran demasiados mayúsculos los gastos que tenía viviendo en aquella costosa zona, que la paga que recibiría por trabajar, de ocho la mañana hasta las cinco de la tarde en tan modesto restaurante.

Llegué a mi nuevo empleo después de un largo e incómodo viaje en autobús, pues ya no podía darme el lujo de continuar gastando en taxis, el poco dinero que me quedaba de mis ahorros.

Me adentré en el lugar y cuando estuve en el cuarto de empleados, acomodé mis cosas para comenzar a vestirme con mi uniforme.

– ¿Entonces, tú eres la chica nueva? –  preguntó una pelinegra de grandes atributos sin voltear a verme.

– Eh… ¡Si! ¿Tú eres? – indagué confundida, sintiendo curiosidad por ver su rostro.

– Soy Natalia – me miró sonriente, estrechando su mano – Pero puedes decirme Naty ¿Cómo te llamas? – preguntó cordial con sus brillantes y voluminosos ojos negros en mí.

– Larimar, es un placer – respondí sonriente, al sentir su amabilidad.

– Voy a ser tu mentora – añadió Naty terminando de vestirse – Sígueme, te mostraré el lugar – dijo saliendo del cuarto, yo la seguí.

– Estos son los casilleros. Este es el tuyo y aquí puedes guardar tus pertenencias – me mostró un oxidado cajón después de cruzar un estrecho pasillo.

Luego me llevó hasta donde estaban  los baños de empleados, los cuáles no eran de cinco estrellas, pero estaban en buen estado de sanidad. También me mostró como funcionaba el lugar y todo concerniente a mi trabajo.

– Y por último, él es Josep. Es nuestro cocinero. Debes tener cuidado de no estropear su comida, de lo contrario lo verás muy enojado – señaló a mi regordete compañero de cachetes rosa.

– Hola, espero que seas tan activa como lo eres de bonita. Al igual que Naty – expresó Josep sonriente, mientras se vestía, e inmediatamente supe que sus palabras eran de buenas intenciones.

– Gracias Josep, espero superar tus expectativas – asentí y todos reímos.

Mi primer día fue excelente para nunca haber hecho el trabajo de camarera con anterioridad. Naty y Josep eran los mejor compañeros, ya que nunca me presionaron y me hicieron saber que lo estuve haciendo bien. Por lo menos en la mayoría de las ocasiones.

La señora Victoria, era quien se encargaba de la caja registradora y todo lo relacionado con el dinero, mientras Naty y yo, nos preocupábamos por llevar todos los pedidos de los clientes.

Con el paso de los días el trabajo en el restaurante se hacía más complicado, puesto que la navidad se acercaba y el tumulto de personas se hacía evidente.

Estaba casi concluyendo mi primera semana como camarera en el restaurante cuando escuché a la señora Victoria discutiendo con un señor de voz aterrorizante dentro de su pequeña oficina.

– El problema es que no me consultas cuando vas a contratar a alguien. Estoy necesitando esa chica en el bar, mucho más que tú en el restaurante – reclamó la voz masculina, en un grito de desesperación.

– Te sugiero que te hagas cargo del bar, que yo me haré cargo del restaurante. Y si necesitas a una chica ¿Por qué no la contratas, en vez de estar quejándote conmigo? – respondió Victoria alzando gradualmente la voz.

– Porque ningunas quieren trabajar. Todas simplemente se van sin siquiera avisar – comentó  herido.

– Se van porque no les pagas lo suficiente. Apuesto que si les pagaras bien, ningunas abandonarían el puesto – solucionó Victoria, despojándose de la responsabilidad.

Estaba profundamente sumergida en la conversación detrás de la puerta, cuando toda mi atención fue repentinamente arrebatada por mi extrovertida compañera de trabajo.

– ¿Qué estás haciendo? Llevo horas esperando por ti – reclamó Naty, exagerando las cosas. 

– ¡Espera! Hay alguien discutiendo con la Señora Victoria – susurré, gesticulando en dirección a la puerta de la oficina.

– Descuida, Lari. Gerardo solo viene a discutir sobre el bar con Victoria. Luego te acostumbras – se encogió de hombros restándole importancia.

– ¿Pero cual es el problema? – cuestioné intrigada, levantando una ceja.

– ¡Es por el bar! Nunca tiene empleados fijos. Al final del mes, todos se marchan decepcionados – explicaba; entre tanto, yo más me confundía.

– ¿Pero a qué bar te refieres? No comprendo nada – añadí estupefacta.

– ¡Es aquí! – exclamó obvia – Después de las cinco, retiramos las mesas y colocamos las sillas altas. Transformamos todo en un bar, es bien divertido ¡Deberías quedarte, si tanto te interesa que paren de pelearse! – mofó la pelinegra, mientras intentaba tomarme del brazo hacia la cocina.

– ¿Y tú te quedas aquí? ¿Hasta qué hora? – interrogué mostrando pleno interés.

– Abrimos las puertas al público a las siete y partimos a las dos de la mañana. Te conviene quedarte, ahora que estamos en festividades de navidad, se gana un buen dinero con las propinas – alentó Naty, mientras encontraba otra solución para poder pagar el costoso apartamento donde vivía.

– Pero… no tendría forma de como volver a mi casa saliendo tan tarde de aquí ¿Cómo lo haces tú? – revelé, todas las dificultades que me impedían tomar el empleo.

– Vivo a unas cuadras de aquí, deberías mudarte en los alrededores y así te evitas el gasto de transporte. Además las casas son mucho más económicas en esta zona – convenció Naty, hasta hacerme asentir con el rostro.

– Me convenciste ¿Ahora qué hacemos? – expulsé nerviosa.

– ¡Te irá bien! ¡Eres hermosa! Solo debes ser amable con los clientes. Ahora sólo entra y habla con Gerardo – incitó mostrándome su reluciente sonrisa.

– ¿Estás loca? ¿Cómo podría yo interrumpir su  “conversación”? – refuté al mismo tiempo que retrocedía unos cuantos pasos.

En eso, Naty se giró a verme y sus ojos que expresaban un claro “cobarde” y al mismo tiempo entrelazaba sus brazos. Sin embargo yo no pude articular palabra alguna, tan solo permanecí de pies en el mismo lugar. Fue entonces cuando Naty sin previo aviso, empujó la puerta de la oficina y con las miradas de todos puestas en ella, se atrevió a interrumpir.

– ¡Oye Gerardo! Lari quiere quedarse para ayudarte en el bar – gritó Natalia, después de cruzar el umbral.

–¿Qué? – dijo Victoria estando atónita.
– ¿En serio? – asintió Gerardo sonriente.

Después de conseguir inesperadamente ese empleo en el bar, comencé a sentirme más confiada y feliz. Aunque Mariana no estaba feliz con saber que estaría embarazada, con dos empleos y llegando a casa a peligrosas horas de la madrugada. De todas formas no le quedó de otra más que aceptar, ya que era la única manera de poder costear nuestras vidas.

Los días  pasaban y cada vez, más me acostumbraba a mi nueva rutina. Y aunque era los suficientemente agotadora y no tenía los fines de semanas libres, me sentía tranquila porque casi no tenía tiempo para pensar en Jeimy. Tan sólo era feliz con mis nuevos amigos y conversando a solas con mi bebé. 

Estuve así de tranquila hasta que la mañana de un domingo, cuando descansaba plenamente de tan laboriosa semana, recibí una inquietante llamada.

– ¡Ring, ring! – el sonido de mi teléfono móvil me hizo levantarme de la comodidad de mi cama.

– Bueno ¿Quién me habla? – respondí intrigada, al ver un número desconocido en la pantalla.

– ¿Habla la Señora Larimar Miller? – cuestionó una voz masculina del otro lado del teléfono.

– Si, con ella habla ¿Con quién hablo yo? – continué acomodándome a la orilla de la cama.

– Le habla el Licenciado Rodríguez y abogado del Señor Nicolás Miller. Me comunico con usted para notificarle de su demanda de divorcio ¿Cuándo puede pasar por la empresa para firmar la petición? – Explicó el hombre de voz gruesa.

No pude responder inmediatamente, puesto que mi mente estaba totalmente en blanco y ni siquiera tenía asegurado un día libre en mis dos empleos.

– El martes a las seis ¿Le parece bien? – respondí después de un corta cavilación.

– Me parece perfecto. Gracias por su tiempo. Hasta pronto – concluyó el abogado y luego colgó.

El tiempo no se detenía y con cada nuevo día, me sentía más relajada de saber que pronto sería una mujer libre. Estaba desesperada por retirar toda atadura de mí hacia Nicolás, es por eso que los días pasaron muy lentos, pero finalmente llegó el tan esperado martes.

Después del analizar la situación, solicité a la Señora Victoria que me permitiera salir una hora antes, con el objetivo de pasar por mi apartamento a cambiarme de vestimenta. Aunque estaba pasando por una situación económica bastante crítica, de ninguna manera iba a permitir que Nicolás me viera en dichas condiciones. Quería hacerle saber que podría sobrevivir sin él. 

Así  que cuando llegué a casa busqué mi mejor vestido, me coloqué unos tacones de aguja y como el invierno comenzaba a sentirse, usé un fino gabán  de Channel. Además,  me tomé el tiempo necesario para peinar mi alborotado cabello y maquillarme lo mas apropiada para la ocasión.
Llegando al edifico de Las empresas Miller, los ojos de todos los empleados ser colocaron abruptamente sobre mi ; en cambio yo alcé más mi cuello mientras me dirigía al ascensor  contorneado exageradamente mis caderas.

Cuando entré directamente en la oficina, me encontré con la distinguida figura de Nicolás, vestido con un fino traje negro, hecho justo a la medida. Permanecía de pies, mirando atraves de un gran ventanal de cristal, que permitía una majestuosa vista de la ciudad, ahora comenzando a oscurecer. Del otro lado de su oficina, se encontraba un señor de unos cincuenta años, quien también vestía traje formal, se puso de pies para darme la bienvenida.

– ¡Buenas tardes, Señora! Lic. Rodríguez, yo me haré cargo de su divorcio – se presentó el hombre, muy educado mientras estrechaba mi mano.

Yo no pude decir nada en lo absoluto, pues mis labios estaban muy pegados y un nudo de extremado grosor, ocluía  mi garganta. Entre tanto, mis ojos no podían apartarse de la figura inerte de mi esposo.

– Puede tomar asiento – añadió el señor y yo sólo asentí con el rostro.
El Licenciado comentaba todas las pautas del divorcio, en cambio, mis ojos continuaban sintiendo el llamado de Nicolás, quién aún no articulaba palabras, mucho menos, había volteado a verme ¿Acaso sentía tanto rencor hacia mí?

– Al firmar el documento, usted estipula estar de acuerdo con todo lo acordado arriba: No tendría derechos a reclamar absolutamente nada de los bienes de mi cliente, tan sólo  permanecería en su poder la cuenta bancaria que está a su nombre. Aunque debe tener en cuenta, que ese dinero es del Señor Miller, así que puede estar muy agradecida de que él permita que se lo quede – aclaró el caballero, para después poner una pluma entre mis manos.

Entendí perfectamente claro todo lo que había dicho el abogado, pero tampoco le dí mucha importancia, ya que, yo sabía muy bien que no iba a recibir nada de parte de Nicolás. Es por eso que no me tembló el pulso para tomar la pluma que me entregaba.

Estuve a punto de firmar el documento, cuando la gruesa voz de mi marido, hizo retumbar todo el lugar.

– ¡Déjanos a solas! – exclamó repentinamente Nicolás, en dirección al Licenciado.

– ¡¿Disculpe señor?! – hicieron contacto visual – Como su abogado, debo decirle que no es conveniente que se queden a solas, y mucho menos, antes de firmar la demanda de divorcio – explicaba el Lic. Rodríguez, cuando Nicolás lo hizo callar de repente.

– ¡Déjeme solo con mi esposa! – interrumpió mi gallardo esposo, pegándole un fuerte golpe al escritorio.

Di un sobresalto, al sentir la vibraciones en la mesa, después del enérgico golpe. Yo aún no había abierto la boca, tan sólo permanecía expectante al panorama, cuando vi salir enojado al caballero más veterano de los dos que allí se encontraban.

– ¡Larimar! – se sentó frente a mí – ¿En serio vas a dejarme? ¿En serio vas a divorciarte de mi, todo por un recién llegado? – preguntó triste, mientras me tomaba de las manos.

– ¡Lo siento, Nicolás! Pero sabes muy bien que lo nuestro estaba roto desde mucho antes – respondí segura, intentando no sentir empatía por sus emociones.

– Lo sé y me arrepiento de todo lo que te hice, pero… – me miró a los ojos – Podemos arreglarlo hermosa, puedo hacerte feliz, tan solo debes darme otra oportunidad – disculpó sincero, con sus ojos marrones algo húmedos.

Me fue imposible no sentir su dolor, pero ya era muy tarde para pedir disculpas. Tan sólo recordar todo el dolor y la soledad que viví junto a él, me hacían darme cuenta que toda ésta película, no la hacía por mí, sinó por la empresa y por su familia. Además, el bebé de Jeimy crecía en mi interior y aunque no podía notarse aún, no debía contarle sobre eso a mi esposo, y mucho menos pensar en volver al infierno que viví junto a él.

– Es muy tarde para eso. Si tanto te importo ¿por qué nunca me llamaste en éstos dos meses? ¿Por qué nunca fuiste por mí? – reclamé fría, aunque me moría por dentro.

– ¡¿Eres tonta?! O… ¿Acaso estás viviendo con él y por eso no quieres volver a tu casa? – se puso pies, muy frustrado – Sabes que si firmas ese papel, no voy a darte un centavo ¡Te quedarás en la calle! – enfatizó, apuntando con su dedo a los documentos sobre el escritorio.

– ¡Si! ¡Estoy con él! Y me quedaré con él. Y aunque no tenga mucho dinero, allá tengo amor y una familia – mentí, sólo para que no pudiera humillarme.

En ese momento Nicolás comenzó a gritar y a tirar todo lo que había en la oficina. Busqué en mi bolso el anillo de bodas que hacia tiempo no colocaba en mi dedo y lo puse sobre la mesa. No presté atención a sus gritos y lamentos, solamente me enfoqué en firmar el despreciable documento, el cual iba a dejarme sin una recompensa después de tanto tiempo mal vivido junto a Nicolás. Una vez plasmada mi firma en el blanco papel, el anillo de diamantes sobre él y sin mirar hacia atrás; salí lo más rápido que pude del Edificio de las Empresas Miller, entrando ahora en un nuevo capítulo de mi vida.



– ¿Qué te parece usar el transporte público, en vez de usar taxi? –preguntó Mariana, intentando buscar una solución.

– Ya uso el transporte público todos los días para ir al trabajo, y aún así el dinero no alcanza – respondí frustrada, mientras calculaba rigurosamente nuestros gastos e ingresos.

– Podrías comprar menos productos cárnicos y quitar algunos productos de la compra mensual – insistió mamá.

– Ya lo he calculado miles de veces y por más que intenté, el ahorro sería muy mínimo – giré el rostro en dirección a Mariana – ¡Tendremos que mudarnos! – exclamé.

– Pero… ¿Mudarnos, a dónde? – musitó confundida.

– A una casa más cerca del Restaurante. Naty me estuvo diciendo de algunos departamentos muy económicos. Si nos mudamos, ahorraríamos el dinero del pasaje y la mitad en la mensualidad de la casa – expliqué convencida de que era la mejor solución.

– Si crees que es la opción más conveniente, yo te apoyaré. Todo por nosotros tres – expresó y luego me abrazó dándome confianza.

Luego de llegar a una solución para nuestro problema económico, me puse en contacto con el gestor de vienes raíces para terminar el contrato.

En la conversación llegamos a la conclusión de que solo me quedaría en el apartamento hasta que terminase el mes en curso. Así que Carlos me ayudó a buscar una nueva casa cerca de mi trabajo. Para mi buena suerte, elegí una humilde casa, ubicada a solo metros del lugar donde vivía Naty. Además Carlos vivía en el mismo barrio, así que estaría bastante cercana a mis nuevos amigos.

Las próximas semanas de fin de año, pasaron con rapidez. Estaba muy feliz con mis dos empleos, con las festividades, las propinas eran muy buenas y aunque mis mañanas eran horribles por las náuseas matutinas y los malestares del embarazo, al final del día todo se iba poniendo mucho mejor.

Estaba tan emocionada de pasar las festividades con mi madre, que me vi en la necesidad de rechazar todas las invitaciones de parte de Carlos y María para pasar juntos la fiesta de Navidad. Decidimos que era lo mejor, estar solo nosotros tres como una familia.

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⏰ Última actualización: Apr 30, 2021 ⏰

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