Capítulo VII. La verdadera identidad de Jeimy

69 4 3
                                    


P.D.V James Sullivan

Estaba yo en la maldita reunión de negocios, ¡como odiaba estar allí!, para esto contraté a Leonardo, para que se hiciera cargo de buscar a los nuevos socios, me gustaba sólo hablar con ellos cuando había un acuerdo seguro; en cambio, no le bastó con hacer la reunión en uno de mis hoteles, sino que también me hizo estar allí presente. Que bueno que invité a mis inseparables amigos Aníbal y Alejandro,  ellos sí que sabían como ponerme de buen humor.

– Oye Ale, ¿viste esas dos muñecas que están frente al bar? - exclamó Aníbal señalando a dos hermosas mujeres.

Giré el rostro para ver a las dos hermosas damas, pero no podían creer mis ojos, lo que estaba viendo yo. Era ella un radiante lucero rojo, el mismo que un año atrás me había dejado sólo en un cuarto de hotel, sin dejar su apellido, ni número telefónico. La misma mujer que no había podido sacar de mi mente, a la que le hice el amor como nunca y aún así no volvió a buscarme. En cambio allí estaba, el destino me la había traído de vuelta y ahora más hermosa que nunca. Al verla allí sonriendo, con ese hermoso vestido rojo que la hacía ver como la diosa que realmente era, no me faltaron ganas de acercarme, hablarle, apretarla a mi cuerpo, besarla y por supuesto arrancarle ese vestido, que aunque le quedaba perfecto, me encantaba más el como lucía sin nada puesto.

– ¡Wao, que ricas están! La morena del vestido rojo es mía – respondió Aníbal casi boquiabierto.

– ¡Cállate imbécil! ¡Esto NO puede ser real! – exclamé con sorpresa y enojo, a la vez  que golpeaba su pecho con  el dorso de mi mano.

– ¿Qué pasa contigo hermano? Yo lo dije primero – añadió Aníbal.

– La mía es la rubia – expresó Alejandro.

– Es ella – dije mordiéndome el labio inferior.

– ¿Quién? ¿La morena? –  preguntó Alejandro.

– Si – asentí.

– Espera, pero ¿Tu morena? –  preguntó Aníbal esta vez.

– ¡Que sí joder! Es la diosa que me dejó sólo en el hotel sin darme su número de teléfono – exclamé.

– Veo que tenías razón,  si que es todo una diosa – dijo Aníbal, tragando en seco.

– ¡Si que lo es! La rubia es Laura y es mi empleada, después tendrán tiempo de acercarse, por el momento tengo que hablar con Larimar – dicho esto, di un paso al frente.

– Espera James – habló Alejandro sosteniendo mi brazo.

– ¿Qué pasa? – pregunté con el ceño fruncido.

– ¿Le diste tu verdadero nombre? Porque si no fue así, deberías recordar el nombre que le diste antes de hablar con ella – respondió Alejandro, dando su muy valioso punto de vista.

En ese momento recordé que casi le digo mi verdadero nombre y que para disfrazar mi identidad como siempre lo hacía, pues le puse un pequeño diminutivo dejándolo sólo  en Jeimy. Yo era un hombre joven que a mi corta edad había aprendido a manejar los negocios de la familia por ser el mayor de sólo dos hijos. Me encantaba dormir con todas las mujeres hermosas que me gustaban y para no llamar la atención de las caza fortunas me acostumbré a decirles  que yo, sólo era un empleado más del hotel, aparte de que nunca, pero nunca les decía mi verdadero nombre, cuestión de que no pudieran encontrarme si trataban de volver a buscarme al hotel, cosa que sucedía con mucha frecuencia. Pero algo no salió como lo planteado con Larimar, ella era diferente, su recuerdo seguía latente en mi memoria, quería volver a tenerla entre mis brazos, cosa que nunca me había sucedido antes con ninguna otra mujer.

Así que al recordar el nombre que le había dado como mío, agradecí a Alejandro por su observación y me puse en dirección hacia ella. Pude ver como se alteró al verme caminando hacia ella, intentó retirarse pero su intento fue en vano, pues ya yo estaba parado frente a sus narices.

– ¡Buenas Noches! disculpe mi interrupción Lic. Williams, pero solicitan su presencia en la recepción – expresé refiriéndome a Laura, mientras le mostraba un pequeño comunicador, el cual utilizaba para mantenerme en contacto con los hombres encargados de la seguridad.

– Disculpa Larimar, tengo que retirarme. En seguida regreso – dijo Laura a la vez que se retiraba con cortesía.

Laura Williams llevaba algunos años trabajando para mí, sabía que nunca mostraba mi verdadera identidad y que todo esto era solo una excusa con el fin de quedarme a solas con Larimar. Mis empleados tenían estrictamente prohibido referirse a mi como jefe delante del público, pues no me agradaba ni un poco que las personas tuvieran conocimiento de que era yo el dueño de toda una cadena de lujosos hoteles. De solo pensar en que las mujeres se acercarían a mi por dinero, me daba nauseas y tener que salir a la calle con guarda espaldas para mi era un fastidio o mucho peor, que la farándula me vigilara en cada paso que daba.

– Veo que el destino me ha devuelto la piedra preciosa que hace un año perdí – le dije mirándola fijamente a los ojos y mordiendo mi labio inferior.

– ¿Disculpa? – preguntó abriendo exageradamente  los ojos al mismo tiempo que dejaba la copa encima de la barra. – ¿Acaso te conozco? – añadió.

– ¡Larimar! ¿Es ese tu nombre, cierto? – pregunté.

– ¡Lo es! Te preguntaré de nuevo ¿te conozco? – preguntó  queriendo disimular lo nerviosa que estaba.

Por un instante creí que no me recordaba y ya se había olvidado de todo lo que habíamos vivido aquella noche, pero mis dudas desaparecieron al ver lo nerviosa que estaba con mi presencia, miraba a todos lados como evitando que alguien se fijara en nosotros y su cara estaba tan sonrojada como el color de su tentativo labial. Decidí alejarme un poco esperando que se calmaran sus nervios.

–  No me digas que quieres que te recuerde lo que hicimos hace un año en mi cuarto – susurré en su oído, humedeciendo mis labios mientras me colocaba a su lado de espalda a la barra.

– ¡Eres un imbécil! – exclamó e inmediatamente comenzó a caminar alrededor del salón.

– ¿A donde vas? – la seguí.

Ella no respondió y solo continuaba caminando en dirección a un corredor sin salida, era evidente para mí que no sabía a donde se dirigía y que solo estaba huyendo muy nerviosa de mí.

– ¡Oye! ¡Preciosa! ¡Solo detente! No me obligues a sujetarte del brazo, mira que hay muchas personas aquí y no quisiera hacer “una escena” – expresé con una leve sonrisa  pícara en los labios.

–  ¿Qué demonios quieres? – preguntó ahora enojada.

– Okay, de acuerdo. ¡Lo siento! – me disculpé – Solo empecemos de nuevo, Soy Jeimy ¿Recuerdas? –.

– Tú no entiendes nada, Jeimy. Soy casada, estoy aquí con mi esposo y tú vas a meternos a todos en un problema – enfatizó a la vez que mostraba el anillo en su mano izquierda mientras miraba muy nerviosa todo el alrededor.

Escuchar aquellas palabras que salían de sus labios, fué como recibir una estocada justo al corazón. Todas las ilusiones de tener esos labios y de imaginarla en mi cama, se desvanecieron como agua al caer al mar. ¿Acaso se había casado con otro después de haber estado conmigo? Para mi era imposible sacarla de mi mente y en cambio ella en un año se olvidó tanto de mi que hasta se casó con otro hombre. O ¿Ya estaba casada cuando nos vimos y yo solo fui una vil infidelidad?. No podía creer lo que decía, quizás era solo otra mentira que tenía que descubrir de alguna manera.

– Solo quiero tu número de teléfono – dije sin más.

– ¡¿Acaso estás loco?! No sé quien eres, no sé tu apellido, no sé qué estás haciendo aquí y quieres que te entregue mi número personal ¡Si que estás loco! – exclamó llegando al final del corredor sin salida.

Dichas aquellas palabras, no pude evitar sentir dolor al escucharlas ¿Por qué se engañaba a sí misma? Podía ver con facilidad en sus ojos el mismo deseo que yo sentía por ella. Miré alrededor y me aseguré que no hubiera nadie, entonces comencé a acercarme poco a poco mientras la miraba con deseo. Me lancé raudamente  sobre ella, tomé sus dos brazos con mi mano izquierda y los puse sobre su cabeza, aplasté su cuerpo con el mío y tomé su rostro entre mi mano derecha a la vez que la miraba fijamente a los ojos. Nuestras respiraciones se unieron, casi podía tocar sus labios con los míos. No me faltaron ganas de besarla y de llevarla muy lejos, donde pudiera hacerla mía, solo mía.

– ¡Mírame! ¡mírame a los ojos, Larimar! Admite que no has podido olvidarte de la ultima vez que estuvimos juntos. Admite que extrañas mis caricias y estas nerviosa de solo sentirme cerca. O mírame a los ojos y dime que no te acuerdas, que si es así juro que me iré y no volverás a verme nunca más – Susurré en sus labios todas estas palabras mientras sus ojos permanecían cerrados y su respiración se aceleraba cada vez más. 

– Jeimy, Ahh – susurró  mi nombre como un gemido – Te lo suplico, ¡suéltame ya! – exclamó con una voz casi inaudible por la respiración agitada que tenía.

Tenía que calmarme, la solté. Hice un circulo con mis pies y quitándome el sombrero con una mano, sostuve mi cabello con frustración. Respiré profundo y me acerqué nuevamente, pero algo mas calmado esta vez.

– Podemos tener esta conversación en un lugar mas tranquilo si tan solo me dieras tu numero de teléfono – dije, tratando de encontrar una solución.

– Jeimy, mi esposo ha de estar buscándome. Solo ¡déjame ir ya! Por favor – me rogó.

– Pues, ¿por qué no me das el maldito numero de teléfono? Y así no tengo que contarle a, “tu esposo”, de donde nos conocemos – expliqué, dejando que el enojo volviera a entrar a mi cuerpo.

– Dame tu teléfono – gritó.  Yo se lo entregué sin objetar.

– Solo quiero que me prometas una sola cosa – dijo nerviosa, escribiendo el numero en la pantalla de mi móvil.

– ¿Qué? – pregunté seco.

– Por favor, no me llames ésta noche – rogó dejando el teléfono en mis manos.

– No hago promesas que yo  sé, que no voy a cumplir – exclamé con una media sonrisa de maldad en mis labios.

Marqué el número para que quedara guardado, me aseguré que el suyo timbrara y giré sobre mis pies para alejarme velozmente de allí. Me coloqué mi sobrero y volví junto a mis amigos enojado y algo frustrado.

–¿Qué pasó hermano? – preguntó Alejandro, preocupado.

– Está casada – dije, seguido de un silencio brutal.

– ¿En serio? – preguntó  Aníbal, algo sorprendido.

– Dime que estás bromeando, James – exclamó Alejandro.

– Vino con él. Y  tampoco se acuerda de mí,  o al menos eso quiere hacerme creer – dije con la mirada perdida. Inmediatamente la mano de Alejandro se posaba con fuerza sobre mi hombro.

– ¡Mierda James! Todo un año buscándola y cuando por fin aparece, está casada – Dijo Aníbal apenado.

– Tanto que te pedí olvidar esa mujer, mira el resultado ahora. No valió en nada la pena – Aclaró Alejandro, haciendo que recordara las palabras que me había dicho un año atrás.

Después de mi maravilloso encuentro con Larimar un año atrás, la vi entrar al ascensor muy desesperada, sabía que algo no estaba bien y que por eso había salido tan agitada del cuarto de hotel, pero aún así no me preocupó. Lo que realmente revolcó mi cabeza era el hecho de que no me había dado su número de teléfono, tampoco un apellido para poder encontrarla. Cuando vi la puerta del ascensor cerrarse, me puse el pantalón y salí presuroso hacia el corredor, corrí por todo el pasillo hasta llegar a los ascensores comunes, marqué al parqueo, estaba desesperado. Tenía la esperanza de que algún contratiempo la iba a retrasar, cuestión que me diera tiempo de interceptarla antes de que pudiera salir del edificio. Después de una década las puertas se abrieron, corrí como nunca con mis pies descalzos hasta la puerta de salida. Lo estaba casi logrando, sólo debía correr una esquina, cuando al fin llegué a la puerta miré a la calle y dolorosamente vi el Mercedes blanco alejarse en el horizonte a gran velocidad.

Al cabo de los días, no podía sacarla de mis pensamientos y tenía la esperanza de que volvería a buscarme al igual que todas las otras mujeres con la que había estado anteriormente. Larimar fue distinta, nunca una mujer me había quitado el sueño, pensar que tuvimos sexo y ni siquiera recordé usar protección, ella era la única mujer que había logrado hacerme perder el juico y el criterio. Estuve bajando todos los días a la discoteca con la esperanza de que algún día volvería y poder encontrarla, pero nunca sucedió. Unos tres meses después, mis amigos inseparables me aconsejaron olvidarla, me llevaban a fiestas, me presentaban hermosas mujeres, querían volver a verme feliz.

Un día desperté y me di cuenta de que ellos tenían razón y debía volver a mi vida, salí de casa y comencé a tener sexo con cuantas mujeres me gustaban, solo con el fin de olvidarla. Ahora se aparece sin buscarla, estaba feliz con su esposo, mientras yo me moría de ganas por tenerla, después que ya la había olvidado, justo cuando mi vida volvía a ser la misma.

– Tengo su número de teléfono – añadí, aun con la mirada perdida.

– Si ¿y qué ganarás con eso? – preguntó, Aníbal  desconcertado.

– ¡Mucho! Haré que se enamore de mí. La quiero en mi cama, voy a hacer que se estremezca ante mis pies. Luego la dejaré ir, para que sufra lo mismo que yo sufrí – expliqué a ambos con sonrisa de maldad.

– No crees que ya fue suficiente de esa mujer, olvídate de ella- dijo Alejandro haciéndome entrar en razón.

– Larimar se enamorará de mi – negué.

– Sólo espero amigo, que no seas tú quien termine enamorado de ella – añadió Aníbal, mirándome fijo a los ojos.

– Vamos a investigar quien es el esposo, quizás lo conozco. – caminé hacia el salón de los socios con mis inseparables amigos uno a cada lado.

– Yo me acercaré a ella y esperaré hasta que el marido se presente – manifestó Aníbal caminando hacia Larimar con cautela.

– Ven conmigo James, vamos a preguntarle a Roberto, él ha estado aquí en la puerta toda la noche – maquinó Alejandro con su evidente inteligencia.

Nos acercamos a Roberto, quien era el seguridad que había estado vigilando la gran puerta del salón desde el comienzo de la velada. Era prácticamente imposible que no hubiera notado el acompañante de tan despampanante mujer.

– Oye socio, ¿ves a la hermosa dama del vestido rojo con escote? – pregunté con mucha discreción.

– Sí señor Sullivan, llegó al principio de la velada – respondió con respeto.

– ¡Shh! – reclamé, insinuando que bajara el tono de voz – No me llames por mi apellido Roberto, que nos pueden escuchar.

– Lo siento señor- asintió.

– ¿De casualidad viste quién es su acompañante? – pregunté  con disimulo.

– Sí señor, ella es la esposa del Sr. Nicolás Miller. Es el hombre que vino a hacer negocios con ust…, con el Sr. James Sullivan y Leonardo lleva horas hablando con él tratando de llegar a un acuerdo – me explicó Roberto con suficientes detalles.

– Gracias Roberto, eres excelente haciendo tu trabajo – Agradecí, marchándome junto a Alejandro.

Caminamos hasta donde se encontraba Leonardo junto a Nicolás Miller, yo me quedé un tanto retirado y le pedí a Alejandro que se acercara a ellos y le hiciera saber a Leonardo que declinara los acuerdos. De ninguna manera iba a hacer negocios con el hombre que tenía a la mujer que quería para mí, de todas formas a quien le interesaba el negocio era a él mucho más que a mí.

Pude observar el enojo de Leonardo cuando Alejandro le comunicó mi opinión al oído, quiso acercarse hasta donde yo yacía parado, pero pude detectar sus intenciones con facilidad, así que tomé mi camino y me retiré del gran salón. Llegué  hasta el corredor, bajando por el ascensor llegué hasta mi Range Rover negra y conduje a casa algo enojado, pero sobre todo muy decepcionado.



¿Lo hacemos otra vez? (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora