Capítulo XXVIII. Noche de insultos y malentendidos.

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P.D.V de James Sullivan

−    Quiero que pienses muy bien lo que vayas a decirme – carraspeó − ¿Qué significa esto? – preguntó limpiando sus lágrimas con el dorso de su mano.

Larimar sostenía una prenda de lencería roja entre sus dedos y en la otra mano, sostenía mi teléfono móvil. Su rostro denotaba enojo, más su voz estaba cargada de decepción y dolor. Yo no sabía qué responder, puesto que si ella ya había revisado mi historial de conversaciones, era más que entendible su actitud en ese momento. En cuanto a la prenda íntima, a la cual iba dirigida la pregunta,  en seguida la vi, recordé que Olivia la traía puesta la última vez que tuvimos sexo.

− Larimar cariño, No es lo que te imaginas – me acerqué un poco – Puedo explicarte. Solo necesito que te calmes – intenté disipar su enojo.

− ¡¿Quieres que me calme?! – bufó − ¡¿Cómo maldición quieres que me calme cuando tienes ropa íntima de mujer en tu cuarto?! – lanzó un fuerte grito de desesperación.

− Fue antes de ti – negué con la cabeza – Debió quedarse oculta en alguna parte del dormitorio – expliqué lo más calmado posible.

Me sentía muy incómodo con esta conversación, puesto que no acostumbraba a tener este tipo de relaciones formales con ninguna mujer. Todas mis relaciones en los últimos años se basaron en tener sexo una o dos veces, luego de eso me aburría de ellas, no volvía a llamarlas y mucho menos a verlas. En cambio con Larimar había roto todos mis esquemas, y es que ya la había tenido varias veces en mi cama y ahora estaba tratando de arreglar las cosas con ella.

−  ¿En serio? – achicó los ojos − ¿Y qué me dices de esta tal Malory? – levantó mi teléfono, en el cual se visualizaba una conversación − ¿Y por qué mierda te manda fotos de ella desnuda? – reclamó, en un grito lleno de ira.

Yo mismo no entendía ¿Por qué quería retenerla junto a mí? ¿Por qué no soportaba verla llorar? ¿Qué tenía ella que me hacía sentir tan diferente? ¿Acaso Alejandro tenía razón, y en verdad me estaba enamorando de ella? Aún no estaba seguro de cómo responder a esas preguntas, mientras tanto seguí intentando que me creyera; pues a fin de cuentas no estuve con nadie desde esa noche que la hice mía otra vez después de un largo año sin verla.

− No lo sé – afirmé – Te juro que nunca he tenido nada con ella. Si lees los mensajes verás que he estado ignorando sus llamadas – confesé sincero, pero a ella no parecía convencerla del todo.

− Entonces… ¿Por qué le dijiste que estabas trabajando cuando en verdad estabas conmigo? – preguntó con el entrecejo fruncido − ¿Acaso me dijiste lo mismo a mí, cuando te pasaste todo el viernes con ella? – añadió aclarando los ojos.

¡¿En serio, Larimar?! No podía asimilar como su hermosa cabeza pudo armar toda una película en tan solo unos minutos. Hacía apenas cinco minutos estuvimos disfrutando de un maravilloso acto sexual, salí a contestar una llamada de mi padre y me encuentro con tremendo espectáculo. Lo peor de todo es que sus erradas ideas encajaban  a la perfección. ¿Cómo hacer que me creas, preciosa? – pensé para mí mismo.

− Sabes que no te haría eso – abrí mi corazón – Si hubiese estado con ella ¿Crees que te hubiese regalado el Larimar que pende de tu cuello? – Me acerqué más a su cuerpo – Mírame preciosa – tomé su rostro entre mis manos – Te juro que no estuve con ella – Confesé con la sinceridad más grande que jamás había expresado.

− Suéltame Jeimy – alejó mis manos de su rostro − ¿También quieres que te crea que “esto” estuvo en tu cuarto mucho antes de mí? – cuestionó alzando nuevamente la prenda íntima.

− ¡Por Dios, Larimar! – pasé mis manos sobre mi melena sintiendo frustración − Ya te lo dije antes y te lo vuelvo a repetir – hice una pausa – Fue antes de ti – recalqué alzando la voz, pues ya me estaba haciendo enojar con todas sus preguntas. 

− Dime la verdad ¿Es de Olivia? ¿Cierto? – preguntó alzando una ceja, ahora con mirada acusadora.

− ¿En serio vas a seguir con esto? – grité, pues ya no podía controlar la ira.

− ¡Si! Voy a continuar con esto – asintió múltiples veces – Hasta que confieses que te atreviste a dormir con ella después de todo lo que hicimos en el auto – soltó un sollozo – Después de haberme dicho que me querías. Tú y ella… − ella quizo continuar pero fue interrumpida por su propio llanto.

− Larimar, preciosa – dije con dolor en el alma. Intenté acercarme nuevamente, pero ella intervino.  

− ¡No! Ni se te ocurra acercarte a mí – me interrumpió − ¿Vas a negar que es de Olivia? – volvió a levantar la tanga de encajes − ¿Eh? ¡Contesta Maldición! – me gritó como si quisiera arrebatarme las palabras.

− ¡Si maldición! – grité – Es de Olivia – tragué en seco − ¿Y ahora qué vas a decirme? ¿Vas a cuestionarme por dormir con Olivia cuando tú te quedaste a follar con tu maldito esposo? – solté un enorme aullido.

Estaba tratando de controlarme, pero ya no podía continuar haciéndolo, puesto que le abrí mi corazón y ella no fue capaz de creer en mí. Además cómo se atrevía a cuestionarme cuando le pedí un millón de veces que se quedara junto a mí esa noche, en cambio prefirió irse a dormir con él y dejarme solo después de haberme prometido que se quedaría junto a mí.

− ¿Qué cosa dices, Jeimy? – su rostro cambió, ahora lucía sorprendida – No dormí con él, te expliqué que tenía compromisos y por eso no podía quedarme contigo, pero tampoco era para que metieras esa perra en tu cama – reclamó volviendo a levantar muy alto la voz.

− ¿Compromisos? – bufé – Tenías el compromiso de follarte a Nicolás – grité con furia – Te atreves a cuestionarme cuando tú – respiré profundo – Cuando tú estás jugando con los dos al mismo tiempo – volví a gritar  con vehemencia.

No terminé de articular por completo las palabras anteriores cuando sentí su mano estamparse con fuerza en un lado de mi rostro. Se atrevió a abofetearme y cuando volví la vista a su rostro, estaba alterada, sus ojos estaban llenos de lágrimas, en cambio ahora sus ojos mostraban un abismal dolor que por un segundo quisieron engañarme, en cambio recordé todas las demás cosas que me había hecho y aun así quiso hacerse la víctima.

− No te atrevas a volver a pegarme – la empujé con fuerza a la pared – No soy tu maldito juguete con el que haces lo que se te venga en ganas – dije aprisionando su cuerpo entre el dorso de mi brazo y la pared.

− ¿Qué vas a hacer? ¿Vas a pegarme también? – sus ojos no paraban de llorar, en cambio sus palabras no titubeaban antes de salir de su boca.

− Que tú seas una puta no quiere decir que yo sea un malnacido – balbucee con los dientes bien apretados por el enojo − ¿Acaso crees que no me di cuenta de todo lo que hacías a mi espaldas? ¿Eh? – pregunté mirándola fijamente a los ojos.

− Cuida tus palabras Jeimy – intentó liberarse – No te atrevas a volver a insultarme – amenazó con los ojos bien abiertos.

Ella estaba ignorando mis preguntas, en cambio ya no podía guardarme por más tiempo todas las que me había hecho, y de la misma manera en que ella me juzgó, ahora le tocaba escuchar todo lo que tenía que decirle.

− ¿Crees que no te vi hablando a escondidas con tu esposo cuando estuvimos de compras? Eres una mentirosa, Larimar ¿Qué le inventaste para que te dejara salir por el fin de semana? De seguro le dijiste que saldrías con tu amiga – bufé, sin dejar de apretar su pecho a la pared.

− ¡Basta Jeimy! Las cosas no sucedieron así – dijo en un sollozo para después bajar el rostro.

− Quizás no, pero… ¿Qué me dices de lo que sucedió en Hawái? ¡Háblame de Dante! – solté una risita malvada – Te quedaste a embriagarte toda la noche con él. Deberías contarme ¿Acaso dormiste con él también? – cuestioné en un grito de ira levantando nuevamente su rostro.

− No lo hice, Jeimy. Tú bien sabes todo lo que sucedió ¿Por qué estás haciéndome esto? −  preguntó para luego derrumbarse en llanto.

− Porque fui un tonto – exclamé – Porque pensé que te quedarías conmigo como prometiste, en cambio solo estabas usándome para salir de tu rutina, para obtener lo que tu marido no sabe darte – no estaba pensando, las palabras salían solas de mi boca.

− ¿Quedarme contigo? – mofó sin dejar de llorar – Jamás dejaría a Nicolás por un simple empleado como tú. Te crees el muy importante, pero jamás… escúchame bien – me miró con odio – Jamás estarás a la altura de mi esposo – intentó humillarme la muy ingenua.

− ¡Eres una maldita ambiciosa! – grité lanzando un fuerte golpe en la pared muy cerca de su rostro.

Sus palabras me hicieron enojar tanto que estuve a punto de golpearla. Ganas no me faltaron de hacerlo, así que mis puños se plantaron en la pared, en un intento por disipar la ira. En ese momento agradecí a mí mismo no haberle contado sobre mi apellido, pues al final de cuenta la gata sacó las uñas.

− Puedes pegarme, pero eso igual no me hará cambiar de opinión. Eres un maldito mujeriego que no puede mantener su pene dentro de sus pantalones ¡Me das asco! – dijo en un sollozo que al parecer le dolió tanto a ella como a mí.

Estaba fuera de mis cabales, pues escucharla expresarse así de mí, hizo que la sangre se me subiera a la cabeza. Creo que jamás me había enojado tanto con alguien, y justo ahora lo hacía con la única mujer que me había hecho sentir amado y diferente.

−  ¡Tú, me das más asco! – apreté su cuello − Eres la mujer más sucia con la que he estado. Duermes conmigo y luego eres tan desvergonzada que vas y te acuestas con tu esposo ¿Acaso no te da vergüenza? – continué apretando mientras me desahogaba a gritos.

− ¡Suéltame! – exclamó con la voz ahogada en llanto.

  − ¿Crees que me engañas con tus lágrimas vacías? ¡Eres una fácil! Te vienes a mi cama cada vez que me da la gana – insulté aún más fuerte apretando más su cuello entre mis manos.

− Basta Jeimy, estas lastimándome – suplicó en un hilo de voz.

− ¿Quieres que me detenga? – bufé – No dices eso cuando te estoy cogiendo. Me pedías a gritos que te follara y ahora dices que te doy asco – continué burlando – Recuerdo muy bien todas las cochinadas que dijiste cuando lo hicimos en Hawái ¿Cómo besas a tu madre con esa boca tan sucia que tienes? – dije recordándole la noche que tuvimos el encuentro más rudo.

− Por favor, No puedo respirar – suplicó, en cambio yo no estaba entendiendo lo que pasaba, solo estaba enfocado en liberar toda la ira que ella misma me había provocado.

En ese instante la puerta del cuarto se abrió y en menos de dos segundos mi aposento se amontonó de personas. Alejandro se acercó a mí, estaba intentando decirme algo pero los llantos de Laura y los reclamos de Aníbal no me dejaron comprender a plenitud hasta que volvió a repetirlo.

− ¿Qué esperas? ¡Suéltala ya! – gritó Alejando,  intentando separar mi cuerpo de ella.

− Eres una sínica maldita – solté su cuello − ¿Creíste que me engañabas? ¿Eh? – la veía toser mientras Laura y Elena sostenían su cuerpo − ¡Ramera! Solo te interesa el dinero – grite vehemente, a la vez que Alejandro  me impedía acercarme más a ella.

− ¡Basta! – exclamó Aníbal − ¿Acaso no ves que está llorando? ¿Cómo se te ocurre tratar así a una dama? – reclamó airado.

− No te metas en lo que no te importa, que esto es entre Larimar y yo – abochorné al rubio que quiso hacerse el héroe.

− ¡Lo haré si es necesario! ¡Es Larimar! No puedes continuar insultándola, deberías disculparte – dijo Aníbal con el rostro muy en alto como si quisiera retarme.

− ¿Por qué la defiendes? ¿Acaso tú también te la follaste? – cuestioné mirándole fijamente a los ojos.

En ese mismo instante sentí como el puño de Aníbal se clavaba con fuerza en mi rostro, haciéndome retroceder algunos pasos. No esperé a asimilar la situación, pues en ese mismo instante le devolví el golpe hasta hacerlo caer de espaldas contra el piso. Quise lanzarme una vez más sobre él, pero Alejandro me detuvo haciendo una gran resistencia en mis brazos.

– ¡Reacciona amigo! ¿Acaso has perdido la razón? ¡Es Aníbal! – gritaba Alejandro, al mismo tiempo que sacudía mi cuerpo.

Yo no respondí nada al pelinegro, sólo cambié la vista desde Aníbal quien se levantaba del suelo, para clavarla una vez más en Larimar. Se veía muy mal, vestida únicamente con una de mis camisas, los botones estaban desabrochados dejando todo su ropa interior a la vista.

– ¡Lárgate de mi casa! Ya obtuve lo que quería de ti ¿O acaso estás esperando el pago por tus servicios? – vociferé mientras miraba a Larimar con desprecio.

– ¿Qué te he hecho para que me trates así? – preguntó Larimar en un sollozo – Algún día te vas a arrepentir de estas humillaciones – dijo limpiando sus lágrimas.

– ¿Arrepentirme? – burlé – Me arrepiento de haberte traído aquí – dije vomitando toda la ira que emanaba de lo más profundo de mí.

– Escúchame bien, Jeimy – se acercó unos pasos – Te diré todo lo que realmente pasó… ¡La verdad! – me miró con odio –  Aquella que por  estar hablando “tus asuntos” mas importante que lo nuestro  no quisiste escuchar – aclaró la voz – Me mude al centro de la ciudad, me separé  de Nicolás con la puta esperanza de iniciar  todo desde cero contigo, pero… ¿sabes qué? – dio un par de pasos al frente – Estoy completamente segura que fue la decisión mas estúpida que he tomado en mi vida – otras lágrimas volvieron a caer por sus mejillas –Y me dan náuseas de sólo pensar que lo hice por ti que no vales la pena, ni siquiera vales el tiempo  que estoy dedicando para decirte esto – confesó con la voz temblorosa de tanto sollozos.

Miré sus ojos, esos ojitos que tanto me gustaban, aquellos que de sólo mirarlos me hacían olvidar mis problemas hasta caer redondo en la dulzura que desprendían. Por un instante quise lanzarme sobre ella y pedirle perdón ¿Y si estaba diciendo la verdad? ¿Y si estaba pensando realmente en quedarse conmigo? ¡Por supuesto que no! Larimar era una experta mentirosa, además si ella no creyó una palabra de lo que le había dicho, pues yo tampoco creería en la suya.

– ¡Eres un imbécil! – la voz de Aníbal me hizo despertar de mi trance –  Te has excedido con Larimar  y conmigo. No sabes la mujer que te estas perdiendo – la rodeó con su brazo – Si hay algo que sé, es valorar a las personas  por lo que son y te aclaro – me apuntaba con su dedo índice – No tengo la necesidad de “follármela” como dices – hizo comillas con sus dedos –  Porque yo sí se distinguir,  entre una amiga y una amante, algo que a ti… todavía… no te queda bien claro, pues es cierto  que te las andas follando a todas – me acusó con un tono de lástima y decepción.

– ¡Lárguense los dos de aquí! No quiero verlos, en especial a ti Larimar,  no te atrevas a volver  aquí nunca mas – repliqué en un aullido retumbante mientras los veía  alejarse del lugar.

Mis ojos se marchitaron al ver marcharse a Larimar entre los brazos de Aníbal, la única mujer que realmente me importaba; ella, la que logró tocarme más a fondo, la que tenía la llave exclusiva de mi corazón. La dejé ir porque aunque mi corazón sentía que no podía vivir sin ella, mi conciencia sabía que Larimar no era de fiar, que quizás estaba mintiendo y todas esas últimas palabras fueron un intento por mantenerme a sus pies.

Salí a las escaleras para continuar viendo su silueta por última vez, ella estaba a punto de salir por la puerta principal cuando su rostro volvió atrás lanzándome una mirada de esperanza. En ese momento sentí como mis sentimientos se interponían ante mi orgullo, quise correr hasta ella, abrazarla, besarla, pedirle perdón, quedarme con mi preciosa para siempre, justo como había tenido planeado. Pero no podía hacerlo, ya era muy tarde, todas las palabras habían sido lanzadas y ya no había forma de remediar todo el dolor que nos habíamos causado. Así que sólo me quedé allí tragándome todos mis sentimientos hasta que desapareció de mi vista por completo.

– ¡James! ¡James amigo! – la voz de Alejandro me atrajo de mis cavilaciones – ¿En serio piensas dejarla ir? – preguntó golpeando mi hombro.
Yo le di una mirada de desapruebo, pero él la interpretó como una mirada de dolor y tristeza, lo sé porque sus insistentes palabras en relación con el tema no pararon de salir de su boca.

– ¡James, la amas! ¡Mírate! Sé que mueres por ir tras ella – insistió mientras sujetaba mi hombro con fuerza.

– ¡Cállate maldición! – grité entrando nuevamente al cuarto – ¿Crees que si la amara como tanto dices, la hubiese insultado de esa manera? ¿Acaso perdiste la razón? – pregunté pateando uno de los sillones.

– Si – afirmó – Te conozco mejor que nadie y puedo jurar que todos esos insultos los dijiste en un intento por convencerte a ti mismo. Además sabias que estaba casada y aún así decidiste estar con ella – me detuvo frente a él – ¿Y si está diciendo la verdad? Si dejó a su esposo por ti, no deberías dejarla ir – intentó convencerme, pero ya había tenido esa reflexión conmigo mismo.

– No le creo ni una sola palabra y tú no deberías creerle tampoco ¿Acaso no ves que es todo una actriz? No salen más que mentiras de su boca – enfaticé caminando hacia el vestidor.

– ¿Podrías por lo menos contarme qué pasó? – hizo una pausa –  Porque hace apenas unos minutos nos divertíamos y de momento sus gritos nos hicieron subir a toda prisa – preguntó mi amigo, sin dejar de seguirme el paso.

– Larimar encontró ropa interior de Olivia – dije abriendo una maleta – También leyó mis mensajes con Malory – solté un suspiro – Quiso hacerse la ofendida, a pesar que le es infiel a su esposo conmigo – expliqué con la ira brotando por los poros, a la vez que llenaba la maleta con mis cosas.

– ¡No se qué decirte hermano! – chistó mientras me miraba con ojos de lástima.

– No tienes que decir nada. A fin de cuentas tú tenías razón y esa mujer sólo iba a traerme problemas – terminé de cerrar la maleta – Es por eso que le pedí que se fuera, es mejor que se termine ahora antes de que las cosas se pongan peor – dije saliendo del vestidor.

– Tranquilo, ya veras que pronto te olvidarás de ella y de todo lo que pasó – pasó su mano por mi hombro para darme ánimos – ¿Para qué la maleta? – añadió con el entrecejo fruncido.

– Iré a casa de mis padres por unos días – pasé mis manos por encima de mi cabello para liberar la tensión – Necesito desestresarme un poco y sacar la ira que tengo – comenté ahora sentado sobre la cama.

Tomé la decisión de ir allá porque mis niveles de frustración estaban al máximo y mi madre era la única persona que siempre había sabido como calmarme y hacerme sentir mejor. Hacía ya muchos años desde mi adolescencia que no me sentía tan estropeado como me sentía en ese momento.

Después de terminada mi charla con Alejandro, me lancé sobre la cama por algunos minutos sin poder conciliar el sueño por ninguna ocasión. Larimar continuaba metida en mi cabeza haciendo más daño que bien, pues me atormentaba saber que se había ido y que nunca más tendría sus besos y caricias junto a mi.

Después de sumergido largas horas en sus hermosos recuerdos, yo mismo me obligaba a recordar todas sus mentiras , esas por las que me vi en la obligación de insultarla y deshacerme de ella.

– ¿En qué demonios estoy pensando? – me preguntaba mi conciencia – Larimar es una mujer como cualquier otra y se supone que sólo las ves, las llevas a la cama y luego te olvidas de ellas – repetía una y otra vez.

La única  diferencia estaba en que nunca pude olvidar a Larimar desde la primera vez que la hice mía. El recuerdo de sus besos y caricias se repetían tanto en mi cabeza como en mi piel. Era como si al cerrar los ojos cada una de sus caricias se materializaran, erizando mi piel y dejando un vacío tanto en mi cama como en mi corazón.

A la mañana siguiente, todo el peso de la horripilante noche anterior cayó sobre mis hombros haciéndome sentir tan apaleado como saco de boxeo. Me elevé de la cama, troné mi cuello y después de una larga ducha, tomé rumbo a casa de mis padres.

Cuando llegué  a la mansión, todos los empleados me recibieron con mucho respeto, con mucho más de lo que solían hacerlo. El lugar estaba exacto a como lo había dejado hacía unos años. No puedo creer que había tardado tanto tiempo que volver a casa, si quiera había venido durante las vacaciones. Sacudí mi cabeza para salirme de mis pensamientos y adentrarme más al deslumbrante palacio.

Entrando por la puerta principal no tardé dos segundos en darme cuenta de la presencia de mi madre quien dio un sobresalto de felicidad de solo verme, en cambio yo no pude demostrar el mismo sentimiento, puesto que el dolor que cargaba en el pecho era inmensamente mayúsculo.

– ¡James, hijo mío! – saltó a mi cuello – ¿Por qué no avisaste que vendrías? – preguntó dejando infinidad besos en mis mejillas.

–  ¿Cómo está la mujer más hermosa del mundo? – saludé tomando su cintura hasta elevarla del piso, mientras ella sonreía de felicidad.

– Feliz de volver a ver a mi primogénito – soltó mi cuello – ¿A ti te pasa algo? – atinó a preguntar frunciendo el ceño.
– ¿Cómo mentirte, madre? – chisté – ¿Dónde está clara? – pregunté intentando cambiar el tema que tanto me atormentaba, mientras tomábamos el camino hacia las escaleras.

− Salió con unos amigos, de seguro regresará en la noche – explicó sin dejar de seguirme el paso.

− ¡¿Amigos?! ¿Salió con amigos varones? – alcé la voz subiendo una ceja, pues no me agrada que mi hermana menor ande por las afueras con algún aprovechado.

− ¡Deja los celos! – mofó divertida – Le he puesto un guardaespaldas personal para su seguridad – aclaró sin dejar de reír.

− Menos mal – solté un respiro abrupto – De todas formas no deberías dejarla caminar por la ciudad como si fuera mayor de edad – reclamé entrando en la comodidad de mi antiguo aposento.

− Eso podemos hablarlo después – carraspeó – ¿Por qué mejor no me cuentas qué te está sucediendo? Te noto demasiado triste – volvió a preguntar tomando mi brazo para llamar mi atención.

− ¡Sí que me conoces! – me tumbé sobre el colchón – Tengo tanto que contarte – dije dejando salir todo el dolor que estaba reprimiendo, a la vez que juntaba mis párpados y con los dedos masajeaba mis sienes.

− Tienes esos ojitos de enamorado otra vez – posó sus suaves dedos sobre mis mechones – La última vez que estuviste así fue cuando conociste a esa chica – hizo una pausa − ¿Cómo se llamaba? – colocó un dedo sobre su barbilla − ¡¿Lariana?! ¿Era así? – preguntó aun dudosa.

Emma Sullivan, mi madre. Mujer alta de tez bronceada, muy elegante, tenía el pelo naturalmente castaño oscuro que caía en sus hombros con unas ondas perfectas,  sus ojos miel al igual que los míos, su apariencia era perfecta, porque aunque no estaba en la flor de su juventud, se mantuvo muy refinada y con estilo. Mi padre desde que se casaron, apoyó sus intereses al proporcionarle los recursos necesarios para establecer una exitosa agencia de modelos, la cual ella ha administrado durante todos los años posteriores.

Yo no pude evitar soltar una pequeña sonrisa al ver lo mucho que me conocía mamá, además de que no podía pasar desapercibido lo exacta que era para acertar en cuanto a mis sentimientos ¿Cómo era posible que aún recordara a Larimar? Le conté todo hacía ya un año y aun la recordaba. Era cierto que siempre fuimos muy unidos y no hay cosa alguna en este mundo que ella no supiera de mí, en cambio, después de que mi padre me entregó definitivamente todos sus negocios desde hacía ya tres años, nuestra comunicación era escasa y distante.

− ¡Larimar! – le recordé el nombre exacto de mi preciosa.

− ¡Larimar! ¡Si! Ahora recuerdo – sonrió – Pero no puedes negar que estuve muy cerca −  dijo alzando levemente una ceja.

− Volví a verla – confesé con la mirada perdida al vacío.

− Es una buena noticia, cariño. Pero no entiendo ¿Por qué estas así? – inclinó el rostro, algo extrañada en dirección a su hombro.

−  ¡Está casada! – sentí una presión en el pecho al articular esas pocas palabras – Nunca será para mí – añadí entrecerrando los ojos.

− ¡Oh, mi amor! Debiste hablar con ella, las mujeres somos algo complejas. Dudo mucho que no sienta nada por ti – intentó darme ánimos con cada palabra llena de entusiasmo.

− Hice más que eso mamá. Estuvimos juntos todo el fin de semana en Hawái y me atrevo a admitir que fue uno de los momentos más especiales  que he tenido en años – continué con la mirada perdida – Larimar me hace sentir diferente y me enoja – alcé la voz – No sabes mamá como me enfurece sentirme así, nunca me había sentido tan confundido respecto a una mujer ¡Lo sabes! Quiero saber qué demonios me pasa ¿Por qué me siento así? ¿Por qué mierda la extraño tanto? ¿Por qué no puedo dejar de pensar en ella? ¿Por qué? – grité soltando un golpe fuerte sobre la cama.

− ¡Cariño! – tomó mi rostro entre sus manos – ¡Estás enamorado! Es normal que te sientas así. Solamente estás experimentando sentimientos que nunca antes habías sentido, pero es algo normal, todos nos enamoramos, ya verás que luego te sentirás mejor– explicaba con sus ojos miel penetrados en la profundidad de los míos, más en sus labios  se dibujaba una tierna sonrisa maternal.

− No estoy enamorado de Larimar, me niego a hacerlo – retiré sus manos de mis mejillas – Terminé la relación tóxica que llevábamos, no estoy dispuesto a volver a  verla – gruñí – ¡No pienso ser su amante! – grité esas palabras sintiendo un ardor quemando mi pecho.

− Cuéntame todo lo que pasó, quizás pueda ayudarte con esto – comentó empática mientras acariciaba el mi espalda.

− No me siento bien mamá. Me duele mucho la cabeza – tragué en seco – Quizás continuemos esta conversación más tarde – dije poniéndome de pies.

¿Lo hacemos otra vez? (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora