Capítulo XXVI. ¿Eres tú Nicolás?

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– Irás a dónde me dé mi maldita gana – gritó Jeimy, haciendo retumbar su voz en el interior del auto.

– Tienes que llevarme a mi casa. No soy tu maldita muñeca, soy adulta y te estoy explicando de la manera más simple, que necesito llegar a mi casa – expliqué comenzando a enojarme.

– ¿Por qué tienes que quedarte a amanecer allá? Puedo llevarte en la mañana, pero de ninguna manera voy a permitir que te quedes a dormir con el imbécil de tu marido – dijo con los dientes bien apretados por el enojo.

– No dormiré con él bombón, te lo prometo. Es que tengo unos compromisos muy temprano y una conversación pendiente con María, le di mi palabra Jeimy ¡Por favor! – supliqué, tratando de que entendiera mi punto de vista.

– ¿No vas a cambiar de opinión? – me dio una mirada fulminante, aún sin soltar el volante.

Quería quedarme con Jeimy, pero Dios sabe que si lo hubiese hecho, jamás hubiese podido hablar con Nicolás. Esa noche de domingo, era más que obvio que estaría en casa y al amanecer saldría a trabajar  como todos los lunes, más temprano que nunca. Es por eso que debía aprovechar esta ocasión para pedirle definitivamente el divorcio. Además, al día siguiente debía salir a buscar una nueva casa donde vivir con mi madre. No podía darme el lujo de quedarme con Jeimy toda la noche, pues me era obvio que no me dejaría con fuerzas para levantarme al día siguiente.

Quizás,  si me hubiese imaginado las consecuencias que me traería esta decisión, si tan sólo alguien me hubiese aconsejado, o si por alguna razón, yo hubiese dejado mi orgullo atrás para poder confiar en Jeimy y contarle todo lo que tenía planeado, quizás esta historia hubiese sido más simple y con un nudo menos perturbador. En cambio, ahí estaba yo, tratando de hacerme la heroína y lidiar con todos mis problemas yo sola.

– No. – dije directa – Necesito que me lleves a mi casa, por favor – estaba muy seria mirando a Jeimy sin parpadear.

– Está bien… te llevaré con tu esposo. Solo espero que no te arrepientas de tu decisión – reafirmó Jeimy, con los ojos en llamas por el enojo.

No dije nada, sólo permanecí en silencio, viendo como daba la vuelta y tomaba camino a mi casa, o más bien, a casa de Nicolás. No quería ir a mi casa; en cambio, sentía que no podía cambiar la decisión de volver con Nicolás, así que solo estuve silencio, tragándome la impotencia y el dolor de ver  a mi bombón furioso por mi culpa.

Unos minutos más tarde, las verjas de metal que rodeaban la mansión me dieron una amarga bienvenida, pues con sólo mirarlas ya imaginaba todo el desmadre que se acercaba cuando le dijera a Nicolás que quería divorciarme, que pronto iba a irme de la casa y lo peor, si se enteraba de mis aventuras con Jeimy.

– ¿Vas a salir o ya te arrepentiste? – lanzó con la voz serena, tanto que pensé que la furia se le había esfumado.

– Tengo que bajar – me acerqué a besar sus labios – ¿No vas a besarme? – pregunté al no poder girar su rostro en mi dirección.

– ¡Sal del auto! – aún no volteaba a verme. – Jeimy, no te enojes por favor, te veré en la noche ¿Si? – pregunté esperando ver algo de comprensión en sus ojos.

En cambio lo único que vi, fue sus ojos en llamas, pero esta vez no eran los ojos de lujuria que tanto me gustaban, sinó de enojo y furia. Verlo así por mi culpa, hizo que mi corazón se rompiera en mil pedazos.

– ¡Sal de una vez del maldito auto, Larimar! – refutó toda esperanza de empatía para conmigo.

Tomé mis pertenencias, salí del auto y aunque tenía una lágrima en el rostro, que por la oscuridad, Jeimy no fue capaz de apreciar, me acerqué al auto y posé mi mano encima de la suya, la cual se encontraba sosteniendo el volante.

– Te prometo que mañana iré contigo y te juro que jamás, jamás, jamás volveré a dejarte sólo nunca más – besé su mano y él me regaló una mirada llena de esperanza que calmó toda la tristeza que estaba comenzando a manifestar.

– No te esperaré un día más – musitó con tristeza y luego avanzó velozmente en su vehículo.

Miré la entrada y aún con las llaves entre mis manos me sentía fuera de órbita, como si estuviera en el lugar incorrecto. Algo me punzaba el corazón, pidiendo a gritos que regresara con Jeimy. Pero ya era tarde y no podía darme el lujo de dar vuelta atrás. Avancé por el sendero que daba paso a la puerta principal e inmediatamente abrí el cerrojo, María apareció frente a mis ojos y con una mirada de anhelo, se lanzó entre mis brazos y me abrazó con fuerza.

– ¡Mi señora, al fin regresa! ¿Estás bien, Larimar? – preguntó mirando mi cuerpo que lucía algo marcado en algunas zonas.

– Estoy bien, no fue nada – exclamé subiendo los hombros, para restarle importancia – ¿Nicolás está arriba? – pregunté mirando en dirección a las escaleras.

– Si. Y ha estado muy preocupado por ti. Podría decir que incluso lo he notado algo triste – murmuró María en tono de lástima.

– ¡Por favor, María! – bufé – Si está triste, ha de ser por su familia que no les gustará lo del divorcio – burlé tomando camino a las escaleras, mientras María me ayudaba con la maleta.

María permaneció en silencio y al terminar de subir las escaleras, continuó hasta mi aposento con la maleta, yo en cambio, me detuve frente al cuarto de Nicolás, ya era hora de decidir mi futuro.

– ¡Toc! ¡Toc! – ¡Nicolás! – llamé  a la puerta.

– ¡Cariño! Pasa a delante  – abrió sonriente.

Vestía un pantalón de pijama azul cielo, su pelo estaba desordenado y no llevaba nada más, sólo podía apreciarse su torso desnudo. Tenia dos bolsas oscuras bajo sus ojos marrones, parecía ser que a diferencia de mí, él había pasado un mal fin de semana.

– Tenemos que hablar – dije, adentrándome en el lugar.

– ¿Cómo te fue en tu viaje? ¿Tomaste una decisión? – se sentó en el diván, sin dejar de mirarme.

– ¡Muy bien! Gracias por preguntar. Y sí, ya tomé una decisión – permanecí de pies y mis manos comenzaron a temblar.

– ¿Y… qué decidiste? – preguntó cabizbajo.

Sus ojos transmitían tristeza, lo conocía muy bien, pues llevaba cuatro años viviendo con él, me era muy fácil leer sus sentimientos con sólo ver su semblante. Además sentí preocupación en su tono de voz, pero aún así no titubee ni un poco para responder a su pregunta.

– ¡Quiero el divorcio! – tragué en seco – Esta farsa debe terminar – añadí sintiendo dolor en mí.

¿Por qué me dolió tanto? No amaba a Nicolás y creo que nunca lo hice, pero… el separarme de él me dolía bastante. Pestañee un par de veces y todo lo vivido con él pasó como un huracán frente a mis ojos, desde la primera vez que nos vimos, hasta la última ves que me hizo feliz. Después vinieron las desventuras, éstas pasaron lentamente o eran tantas que me hicieron recapacitar en lo mucho que anhelaba la separación.

– Larimar, cariño. No puedes hacerme esto, después de todo lo que he hecho por ti. No puedes abandonarme y olvidarte de todo – su voz me hizo despertar de mis cavilaciones.

– Nicolás… yo – musité al ver que se acercaba a pocos pasos.

Retrocedí un par de pasos, pero él se acercó lo suficiente para poder tomar mis manos entre las suyas. Sus ojos chocolate, se clavaron en los míos.

– Prometo que… – hizo una pausa y sus ojos se detuvieron en mi pecho – Tú… – me miró frío, al volver la vista a mis ojos – Hueles a perfume de hombre – gritó apretando mis manos.

– Nicolás ¡Me lastimas! – exclamé intentando librarme de su agarre.

– ¡Estuviste revolcándote con otro todo el fin de semana! ¿Cierto? – me lanzó con fuerza en dirección a la pared.

Me golpee el hombro al chocar con el concreto, pero permanecí de pies, pues era mejor pegada a la pared que sus manos lastimando mis muñecas.

– ¡Hay otro hombre! – susurré – Uno que sí se preocupa por mí, uno que me regala de su tiempo – respiré  profundo – Uno que me da su amor, el amor que tú… tú, tanto tiempo me negaste – me llené de ira – Estoy cansada de ti y de tus mentiras, de tus amantes ¡De todo! – grité a todo pulmón.

Nunca pensé que Nicolás tuviera amantes, pero en estos momentos debía defenderme con algo y después de pensarlo bien, no era tan mala deducción puesto que ningún hombre se mantiene casto por todo un año.

– ¿De qué mierda hablas? – me tomó por el cuello – No tienes derecho a cuestionarme y menos cuando estás llena de chupetones por todo el cuerpo  ¡Maldita ramera! – atacó mi cuello musitando con los dientes bien apretados por la ira.

Sus ojos hervían, su rostro enrojeció y sus manos comenzaron a apretar cada vez con más fuerza. Nunca había visto a Nicolás tan furioso, al parecer nunca conocí del todo a mi esposo.

– ¡Es eso! – me atreví a continuar, a pesar de la presión en mi cuello – O eres un maldito impotente que no puede complacer a su mujer – intenté gritar, pero mi voz salió ahogada.

– ¡Mujerzuela! – gritó, soltó  mi cuello a la vez que me abofeteó con el dorso de su mano, para luego lanzarme con fuerza sobre el diván.

Nicolás me golpeó, pero no sentí nada, mi cuerpo estaba anestesiado por la falta de oxígeno, sólo pude comenzar a toser con ímpetu. Cuando terminé de toser reparé en Nicolás, quien estaba atónito con su mirada fijada en mí. Bajé la vista para encontrarme con la falda de mi vestido, la cual después del golpe se había levantado dejando mi intimidad al descubierto. En eso recordé que después de las fechorías en el auto, no pude encontrar nunca mi ropa interior, cosa que yo había tomado desapercibida, hasta ahora. Me cubrí de inmediato, intenté decir algo, pero el enojo de Nicolás sólo crecía y crecía.

–  ¡Lárgate de mi casa! Quiero despertar mañana y no ver nada que te pertenezca ¿Entiendes? – gritó acercándose cada vez más.

Mi rostro comenzó arder, en el lugar donde me abofeteó, así que coloqué mi mano sobre la zona afectada. Sus órbitas iban a quemarse de no concluir la conversación, yo en cambio, temía por mi seguridad y el dolor en mi rostro hizo que las lágrimas brotaran sin siquiera darme cuenta. Sólo supe que mis manos no terminaron de secar las primeras cuando las segundas ya venían a sustituirlas.

– Mañana mismo iré a buscar un lugar a donde irme, tampoco soporto vivir contigo un día más – dije en medio del llanto.

Se acercó a mí y volvió a tomar mi cuello. – No me interesa lo que vayas a hacer – apretó más – Sólo quiero que sepas que no te daré un centavo de mi dinero, volverás a las calles como la perra que eres – intentó golpear otra vez, pero yo grité.

– ¡Pégame otra vez! Y te juro que te meteré a la cárcel maldito hijo de puta – grité, pero el no pensaba soltarme – ¿Vas a pegarme otra vez? ¿Vas a continuar abusando de mí? – apretaba cada vez más – ¡Juro que llamaré a la policía! – continué gritando, pues sólo quería que María viniera en mi auxilio – ¡Suéltame Nicolás! ¡Déjame ir, por favor! – grité y grité hasta que finalmente llegaron.

– ¡Ay, por Dios! – María lanzó un llanto de penuria.

– ¡Déjala ir! – gritó Luisa – ¡Vas a matarla! – repetía al mismo tiempo que golpeaba sus brazos.

Ya casi no podía respirar, la vista se tornaba borrosa y el sonido se dispersaba como si estuviera en un lugar lejano. Pero aún así mis ojos pudieron distinguir la silueta de Luisa golpeando con fuerza a Nicolás, mientras María se lanzaba al piso en medio del llanto.

Después de largos minutos, (o al menos así lo sentía yo) Nicolás soltó mi cuello. Veía sus labios moverse y con sus dedos, me apuntaba al rostro, en cambio yo no podía escuchar nada, entré en una especie de trance, donde la maldad no podía afectarme.
Luisa se acercó a mí, me levantó del diván y me ayudó a salir del aposento del Nicolás. Estaba consciente de lo que sucedía a mi alrededor, es sólo que no podía escuchar nada, ni articular una simple palabra.

Me acomodaron en mi cama y al cabo de unos minutos, María apareció bajo el umbral con un vaso de agua fresca. La tomé toda de inmediato, estaba sedienta y al terminarla mi cuerpo comenzó a recuperar la fuerza.

– ¿Se siente bien, señora? – preguntaba Luisa con la mirada preocupada.

– Di algo, mi niña por favor – repitió María, al menos unas tres veces.

– Estoy bien – articulé con dificultad – Sólo estoy cansada – añadí recuperando el aliento.

– ¿Qué le hiciste para que actuara de esa manera? – lanzó María como si yo fuera la culpable de todo.

– ¿Qué le hice? – bufé – Ese animal sacó su verdadero rostro ¡Sólo le pedí el divorcio! Por eso casi me mata – confesé acomodando la almohada.

– Jamás lo había visto actuar de esa manera, siempre fue paciente. Debe estar pasando por un momento difícil – defendió María ¿En serio lo estaba defendiendo?

– Sé que lo aprecias mucho, pero creo que Nicolás nos engañó a todos. Sólo me quiere a su lado para continuar liderando los negocios de la empresa familiar – solté un suspiro – Después del divorcio, su primo pasará a ser el nuevo presidente. Es cuestión de intereses – expliqué y María quedó en silencio.

Luisa estaba también a mi lado y aunque nunca nos llevamos muy bien, le agradecí por haberme liberado de las garras de mi futuro exmarido. Ella sólo asintió y permaneció peinando mi cabello que estaba todo alborotado y luego le indiqué donde estaba la pomada para los hematomas que me había dado la doctora en Hawái. Luego de encontrarla me dio pequeños masajes en cada uno de los moretones, principalmente en el que me había dejado Nicolás en el rostro.

Luego de verme al espejo, sentí pena de mí misma ¡Si que lucia como un periódico del día anterior! Justamente como Daniela me había dicho en la mañana de ese mismo día.

– ¿Pudiste hablar con tu hijo Carlos? – pregunté a María, intentando romper el hielo.

– Si. Me dijo que pueden verse en el almuerzo. Dijo que trabajaría solo en la mañana – explicó ahora medio sonriente.

– Perfecto, así paso a visitar a mamá en la mañana. Debo ayudarle a dejar todo listo –  comenté metiéndome bajo las cobijas.

No me di cuenta cuando terminó la conversación, pues me quedé profundamente dormida y solo recuerdo despertar la mañana siguiente por el sonido de la alarma de mi teléfono móvil.

Me levanté algo cansada, mi rostro estaba hecho un asco y el hematoma en mi mejilla era horrible. Así que después de tomar una larga ducha, tuve que tardar casi una hora aplicando suficiente maquillaje para cubrir todas las marcas. Terminé de vestirme y luego de desayunar, hablé con María y Luisa, les asigné guardar en bolsos todas mis cosas. También aseguré de tener el número correcto de Carlos, para luego comenzar con los quehaceres del que sería uno de los días más importantes, el cual daría un giro de ciento ochenta grados a mi vida.

Caminé hasta el garaje y al ver mi Mercedes blanco me llené de emoción ¡Si que lo extrañaba! Solté mi pelo y conduje despreocupada hasta el Centro de Rehabilitación, quizás esta sea una de las últimas veces que pise ese lugar.

Durante el camino mi mente se mantuvo organizando todas las cosas que haría en el día. En mi itinerario tenía planeado gastar la mañana preparando las maletas de mamá y explicarle cómo sería nuestra nueva vida. En la tarde debía conocer a Carlos y juntos buscar un lugar donde vivir. Tenía bien calculado alquilar ese mismo día, de modo que pudiera mudarme al día siguiente. Quería terminar todos mis quehaceres lo más rápido posible para pasarme toda la noche descansando junto a mi bombón.

Como no había tráfico, llegué más rápido de lo que tenía planeado e inmediatamente vi a mamá me lancé sobre su cuello, para dejar múltiples besos sobre sus mejillas.

– ¡Te extrañé mamá! – exclamé sintiéndome como una niña del preescolar.

– Tu piel, Lari. Está más morena – besó mis mejillas, lastimando levemente el hematoma que dejó Nicolás sobre mi rostro.

– Si ¡Auch! – quejé – Cuidado mamá – regañé sentándome en el sofá de su dormitorio.

– ¿Qué te pasó en el rostro? ¡Nunca usas tanto maquillaje! – lanzó la bomba, mamá nunca fue tonta y con el tiempo, se hacía cada vez más astuta.

– Un contratiempo con Nicolás – dije restándole importancia.

– ¿Contratiempo? – negó – ¿Qué le dijiste? – cuestionó con una mirada acusadora.

– Le pedí el divorcio – me encogí de hombros – No más eso y sacó el animal que llevaba escondido – dije la verdad a medias, pues no le confesé que se dio cuenta de mi aventura.

– ¿Por eso se atrevió a pegarte? – negaba una y otra vez – ¡Déjame ver ese golpe! Te llevaré a la policía. Nicolás ha sido muy amable con nosotras pero no le permitiré que le pegue a mi niña ¡no señor! – dijo mientras se acercaba con una servilleta en las manos.

– ¡Olvídalo mamá! – negué – De todas formas ya no volveremos a verlo. Hoy mismo iré a buscar un apartamento para las dos – convencí y pues nos pusimos a empacar sus cosas.

– Háblame de ese hombre – me lanzó una mirada penetrante.

– ¿Qué hombre? – pregunté abriendo exageradamente los ojos.

– Con el que te fuiste de vacaciones, de quién más hablaría – reclamó como si yo fuera una adolescente.

– Es un amor – recordé sus salvajes embestidas – Me trata como a una dama – imaginé como me nalgueaba – ¡Todo un caballero! – cerré los ojos y vi sus manos sobre mi cuello – No podría pedir nada más – confesé con una sonrisa.

– Veo que realmente te gusta ese hombre – soltó una sonrisa – Te brillan los ojos de solo hablar de él – añadió, mientras metía un vestido en la maleta.

– No sólo me gusta – me sonrojé – Tal vez vayamos en serio. Mira lo que me regaló – me emocioné, a la vez que le mostraba el Larimar en mi cuello.

– ¡Es hermoso! Es un Larimar, al igual que tú – sonrió – Veo que te gustan los hombres adinerados – me lanzó una mirada con algo de malicia.

– No es adinerado. Trabaja en los Hoteles Sullivan. Creo que gastó todos sus ahorros en la joya – negué con la mirada perdida en mi hermosa piedra azul.

Así pasamos toda la mañana, conversando de cómo sería nuestro futuro y en las cosas que extrañaríamos. Me encantaba pasar tiempo con mamá, puesto que siempre que estaba con ella sentía que el tiempo se iba volando y sólo recordé que debía partir, al tiempo que recibí una llamada de Carlos. Me despedí de mamá y luego conduje velozmente después de confirmar la ubicación del punto de encuentro.

Después de unos minutos, llegué al lugar. Era un restaurante muy humilde, más de lo que yo estaba acostumbrada a visitar, las mesas eran de plástico, al igual que los manteles y los platos en los que servían la comida, en cambio, las personas eran educadas, no paraban de sonreír y un aire de armonía cubría todo el lugar.

Me adentré a dubitativos pasos, pensaba en retirarme y avisarle a Carlos que estaba interesada en cambiar el punto de encuentro, pero luego recordé de dónde venía, yo también solía ser muy pobre. Así que me llené de valor y me sentí como en casa. Llevaba mi teléfono móvil en las manos con la fotografía de Carlos en la pantalla, pues así sería más fácil reconocerlo, teniendo en cuenta que era la primera vez que nos veíamos.

No fue necesario caminar mucho pues la Cabellera negra de Carlos, me dio la bienvenida. Sus ojos negros y sus labios carnosos repetían mi nombre y sus masculinos brazos gesticulaban un llamado para mí. Tenía suficiente barba en su rostro para dejar un candado bien definido y limpio, su piel era trigueña y aunque llevaba camisa, se podían apreciar abundantes vellos en el inicio de su pecho

¡Vaya macho el hijo de Carmen!



¿Lo hacemos otra vez? (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora