Sus palabras no paraban de dar vueltas en mi cabeza. ‘‘¿Por qué nunca le dijiste?’’ ‘‘Si tanto lo amas es tu deber decirle, ya será de él si te perdona o no’’. Sabía que tenía razón, pero en cambio no podía decirle, Nicolás era mi esposo, teníamos cuatro años de matrimonio, con problemas, pero aun así me trataba bien, además pagaba el tratamiento de mi madre y ese costoso Centro de Rehabilitación.
– Por eso no puedo perdonarlo, ese tipo de hombre hay que tenerlo lejos, además ya estoy saliendo con Thiago que está muuucho más sexy y atractivo. ¿Tú qué opinas Larimar? – preguntó Daniela, haciéndome salir de lo más profundo de mis pensamientos.
– ¿Me decías? – pregunté con desconcierto.
– ¿No escuchaste nada de lo que te he contado? – Insistió frunciendo el ceño.
– Discúlpame amiga, es que… Hay algo que no te he contado y no me lo puedo sacar de la cabeza – le explicaba estirando a un lado el labio inferior.
– Cuéntame amiga, ¿Pasó algo malo? – preguntó preocupada a la vez que salía de la piscina.
– Es que… ¿recuerdas la velada a la que acompañé a Nicolás anoche? – pregunté a dubitativas palabras.
– Si, ¿y? – respondió desesperada por escucharme mientras se sentaba a mi lado.
– Voy a contarte todo, pero por favor no te enojes conmigo – advertí.
– Por Dios Larimar qué hiciste. No voy a enojarme, pero ya dime – dijo, exaltada por la incertidumbre.
– Vi a Jeimy. Estuvo en la velada – tragué en seco.
– ¡¿Jeimy?! ¡¿El sexy con el que tú…?! – preguntaba exaltada y bastante sorprendida, colocando las manos sobre sus labios.
– Shh – interrumpí – Si, el mismo, pero el doble de atractivo – dije suspirando.
– Y ¿Qué pasó? ¡Cuéntame! – preguntaba saltando de emoción.
– Hice como que no lo conocía y se enfureció.
– ¿En serio te atreviste? – preguntó abriendo exageradamente los ojos.
– ¡Claro! tuve que hacerlo. Vi como venía acercándose a mí, como si fuera a comerme.
– ¿Y no se enojó?
– Bastante. Pero me di cuenta que es un patán pervertido. Me obligó a darle mi número de teléfono amenazándome con contarle a Nicolás. Después me llamó en la noche, me invitó a almorzar, para ‘‘aclarar’’ lo que pasó la noche aquella – dije, haciendo comillas con mis dedos.
– ¡Larimar Arabela Olson! ¿Te atreviste a salir con él? – preguntó haciendo énfasis en cada uno de mis nombres.
– Es que no iba a dejarme en paz, además le debía una explicación. Dormí con él y luego me desaparecí por todo un año.
– Eso tiene sentido ¿Cuándo se verán? – Asintió.
– Es que… almorzamos esta misma tarde – dije, avergonzada.
– Estás demente, Larimar. No te conozco ¡Oh por Dios! ¿Dormiste con él? – preguntó, alarmada.
– Noooo ¡Estás loca! Hablamos un poco de nuestras vidas y solo me sirvió para confirmar aun mas lo pervertido que es. Me abrazó a él y amenazó con besarme, sólo lo hizo para excitarme y luego me soltó burlándose – le explicaba
– Te estaba provocando – dijo entre risas – Lo hizo para verte excitada y tú Larimar, caíste redondita.
– ¡Ya basta, Daniela! No te burles de mí, apuesto que si hubieras sido tú, aún estarías en la cama con él – exclamé colocándome sobre mis pies frente a ella.
– Está bien, no te lo niego – añadió.
Así continuamos hablando durante toda la tarde y parte de la noche. No podía creer lo patán que había sido conmigo, pero a la vez eso hacía que me interesara mucho más, es como si él hiciera despertar en mí, sentimientos que yo misma desconocía.
Daniela me estuvo aconsejando por un largo rato, dijo que tenía que decidir sobre lo que verdaderamente era importante en mi vida, que si estar con Nicolás era mi verdadera felicidad, pues debía dejar de ver o hablar con Jeimy, sin embargo también me dijo que si yo no estaba segura de amar a Nicolás, tenía que darme una oportunidad con Jeimy, aunque eso implicaba el hecho de terminar con mi matrimonio.
Después de escuchar sus palabras. Recordé la pregunta que nunca le contesté a Jeimy, “¿tu esposo te ama tanto?”. La verdad era que yo no sabía si lo amaba y mucho menos iba a saber si él me amaba a mí. Pero ¿cómo podría yo saber si Nicolás me amaba si él nunca me lo había dicho?, tampoco podía juzgarlo porque ha decir verdad, yo tampoco se lo había dicho nunca. Era como si dos desconocidos habían decidido casarse por un bien común.
Yo me encontraba en la situación más difícil por la que había pasado en toda mi vida. ¿Es más importante mi felicidad que la salud de mi madre?, pero mirándolo desde ese punto de vista, me hacía pensar que solo me había casado por interés. Cosa que nunca me había puesto a pensar. Quizás era tiempo de contarle a mamá, aunque eso conllevara a preocuparla un poco.
Eran muchas interrogantes, sin duda alguna, pero yo, ya sabía cual era la que primera que iba a investigar.
…
Estuve hablando con María por un largo rato después de acabada la cena, cuando Nicolás llegó de imprevisto.
– Hola ¿cómo están? – preguntó, Nicolás entrando a la cocina.
– Buenas Noches, Sr. Miller ¿En qué puedo ayudarle? – respondió María muy amable, mientras se colocaba de pie a la llegada de su empleador.
– Gracias María, pero sólo vine a saludar – respondió sacando las manos de los bolsillos.
– Hola, veo que llegaste temprano – expresé sin ponerle mucha importancia.
– Si, es que no había mucho trabajo en el día de hoy ¿podemos subir arriba para seguir hablando? – preguntó abrazando mi cuello por la espalda – Yo asentí.
Me despedí de María y tomamos camino hacia el segundo piso. Era extraño que Nicolás fuera tan cariñoso, sabia que tramaba algo, así que decidí aprovechar su buen humor para aclarar una de las tantas preguntas que daban vueltas en mi cabeza. Ahora sólo debía esperar el momento más conveniente.
Entramos en el aposento, yo unos pasos delante de él. Me senté en la cama, lo vi cerrar la puerta e inmediatamente se acercó a mi con una sonrisa gigantesca.
– ¿Qué te pasa? – pregunté frunciendo el ceño, sin perder mucho tiempo.
– Te tengo un regalo – dijo, deslizando una de sus manos hacia dentro del bolsillo de su saco.
– ¡¿Un regalo?! ¡¿Por qué?! – continué preguntando con incertidumbre.
– Pues… quiero compensarte por todo el mal rato que hice pasar anoche. Las negociaciones salieron mal y fuiste tú quién pagó los platos rotos – explicaba él, a la vez que se agachaba hasta alcanzar mi altura.
De su bolsillo sacó un pequeño cofre color rojo forrado con terciopelo. Lo colocó entre sus manos y estiró su mano para entregarlo en las mías.
– ¡Ábrelo! – exclamó.
Lo coloqué entre mis manos para poder abrirlo con facilidad y luego de ejercer un poco de presión, pude observar aquellos hermosos pendientes de diamantes. Su esplendor llenaba mis pupilas, era sin duda alguna la prenda más costosa que había tenido entre mis manos.
Me quedé un poco pensativa, ¿por qué Nicolás me regalaba ésta costosa joya? ¿Acaso creía que podía comprar mi amor o mi perdón?. Pensar en eso realmente me hizo enojar. Comencé a sentir como el enojo se me subía a la cabeza, así que no dudé en preguntar.
– ¿Me amas? – pregunté sin más.
Fijé mis ojos a los de él, pudiendo ver como la incertidumbre acompañada de sorpresa se apoderaba de él.
– ¿A qué viene esa pregunta? – frunció el ceño.
– Te preguntaré de nuevo Nicolás ¿Me amas? – esta vez lo tomé de las manos y me acerqué aún más a él.
Un silencio siniestro nos acompañaba en ese momento. Mi corazón comenzaba a romperse y mi mente emprendía la iluminación mientras mis dudas se aclaraban.
– ¿Porqué te casaste conmigo, Nicolás? – pregunté ante su silencio.
– ¿Por qué estás cuestionándome de ésta manera, Larimar? Te he traído el regalo más caro de todas las joyerías del país y tú ni siquiera haces una mueca de gratitud. ¿Que demonios te pasa? – preguntó airado, alzando la voz, mientras se colocaba de pie y deshacía mi agarre.
– No me respondiste ningunas de mis preguntas, Nicolás – exclamé. Me coloqué de pie tratando de buscar sus ojos perdidos.
– ¡Eres una ingrata! – gritó furioso.
– ¿Acaso crees que puedes abandonarme por meses y luego venir a comprarme con diamantes? ¿Por eso me llamas ingrata? – grité.
– Te he dado todo desde que nos casamos y ahora ¿quieres quejarte de los lujos y los diamantes? – gritó mientras empuñaba sus manos por la ira que tenía.
– Tú eres un imbécil, Nicolás. Si hay algo que no me interesa es tú maldito dinero, ni tus joyas, y mucho menos tus lujos. Lo único que te he pedido es Amor – dije, haciendo énfasis en la última palabra. – ¿ y sabes qué? – pregunté mirándolo a los ojos con el ceño fruncido por el enojo.
– En cuatro años de matrimonio, nunca lo he recibido – grité sin darle tiempo a responder, a la vez que gesticulaba el número cuatro con mis dedos.
Se quedó allí en silencio, con el ceño fruncido y sus puños estaban muy apretados por lo que podía observar.
Salí corriendo hacia la puerta, pude escucharlo gritar mi nombre varias veces, pero no me atreví a volver atrás, mis ojos estaban llenos de lágrimas y no quería que me viera así. Es por eso que caminé presurosa hasta uno de los cuartos que se encontraban vacíos. Inmediatamente allí cerré la puerta y comencé a llorar. Las lágrimas no paraban de brotar de mis ojos, sollocé como una niña pequeña. Jamás imaginé llorar tanto por el hombre que me había negado su amor y su tiempo durante cuatro años.
Solloce por largos minutos que para mí parecían haber sido horas. Aún sumergida en llanto, sentí abrirse despacio la puerta, pensé que sería Nicolás y como no quería verlo, me coloqué sobre mi abdómen en la cama y cubrí mi cabeza con una de las almohadas.
Sentí las suaves y maternales manos de María posarse sobre mi espalda que con movimientos suaves, logró consolarme y disipar ligeramente mi dolor. Mis lágrimas dejaron de brotar temporalmente, yo aproveché el momento para colocar mi rostro sobre sus piernas mientras ella me abrazaba y acariciaba mi pelo despacio.
– Tranquila mi niña, estoy aquí, no estás sola cariño – decía María a la vez que acariciaba mi rostro y secaba mis lágrimas.
– No me quiere María, Nicolás no me ama – repetía entre sollozos.
– Sí mi niña, Nicolás te ama, ya no llores más. Es sólo un obstáculo más que van a sobrepasar juntos – dijo tratando de darme ánimos.
– No María, el no está aquí, nunca viene por mí y ahora trata de comprar mi felicidad con su maldito dinero – dije, con lágrimas en los ojos.
María se quedó junto a mí por un largo rato, yo en cambio no dejaba de pensar en lo que había sucedido. Me di cuenta que no me amaba y que sólo se casó conmigo por que me necesitaba para que su familia le entregara la admiración de sus negocios. Por eso me pidió matrimonio a sólo dos meses de conocernos y yo como una estúpida pensando que en el fondo me quería, solo estaba engañándome a mí misma, porque a pesar de todo los problemas y las cosas que había hecho, pues estaba dispuesta a vivir con él, estaba dispuesta a aprender a amarlo con sus defectos.
Tan sólo necesitaba que me dijera algo, por lo menos con un te quiero me hubiese tranquilizado y sería suficiente para quedarme a su lado. En cambio su silencio fue el detonante que me hizo descubrir y entender el porqué de su desamor y la indiferencia hacia mi, la cual había vivido a diario durante los últimos tres años de matrimonio.
Estuve sumergida dentro de mis pensamientos hasta quedarme dormida. El sonido de mi teléfono móvil me hizo despertar, lo coloqué en mi oreja sin prestar importancia a quién llamaba.
– Hola – dije, con la voz muy ronca por haber llorado tanto.
– ¡Preciosa! ¿Qué te pasa? – exclamó una voz masculina del otro lado del teléfono.
Supe quien era con sólo escuchar su voz, así que me senté sobre la cama y carraspee para aclarar mi voz antes de responder.
– Estoy bien, Jeimy. No es nada – mentí.
– Te siento extraña, ¿Estás llorando? – preguntó en tono de preocupación.
– No, no, no. No es eso. Sólo me despertaste – continuaba mintiendo, tratando de que no notase mi tristeza.
– No me mientas, Lari. Siempre estás triste y hoy tu voz te traiciona. – dijo, sincero – ¿Qué te pasa? ¿Te hizo algo el idiota, ese? – preguntó subiendo el tono de voz.
– No me hizo nada, tranquilo. Sólo fue una pequeña discusión – dije, restándole importancia mientras me subía de hombros.
– ¿Te golpeó? – preguntó seco. Pude escuchar su respiración en la bocina del teléfono.
– No, Jeimy, por favor. Crees que si me hubiera golpeado, aún estaría aquí. Ya te dije, sólo fue una pequeña discusión. – dije mientras se me agotaba la voz y una pequeña lágrima se escapaba de uno de mis ojos.
– Estás llorando – exclamó con tristeza y bajando la voz como si pudiera verme.
– Quizás- respondí en una hilacha temblorosa de voz.
– Voy a verte – dijo sin más.
– ¿Qué? ¡No! – exclamé abriendo los ojos, pues sabía que era capaz de aparecerse en mi casa.
– Si, iré a verte, no soporto escucharte llorar y menos por ese imbécil. Dime la dirección y ya llego – explicaba decidido.
– ¡Jeimy! ¿Acaso estás loco? Nicolás está aquí. No puedes venir, además no te diré la dirección – dije, nerviosa de solo pensar que lo vería.
– Está bien, yo mismo la investigaré. Te veo en un rato preciosa – dijo, seguido de una pequeña sonrisa.– Jeimy, No – dije demandante. ¿Jeimy? ¿Jeimy? –colgó.
Me dejé caer sobre la cama con el corazón acelerado. Me quedé mirando el blanco techo mientras mi cabeza imaginaba un millón de situaciones en las que Jeimy viniera hasta la casa y que Nicolás nos viera juntos y en ninguna de ellas las cosas terminarían bien. Sólo esperaba y le pedía a Dios que no pudiera encontrar la dirección o que lo dijo tal vez para molestarme.
Todas éstas ideas no me dejaban dormir, estaba muy cansada, los párpados estaban pesados, pero de solo pensar en Jeimy llegando a la casa y llamando a la puerta, mis ojos se abrían de repente, el corazón me daba una sacudida y el sueño se disipaba. ¿Qué haría yo si Jeimy iba a buscarme? ¿Me iría con él? ¿Dejaría a Nicolás? Sabía que la respuesta a esas preguntas era una verdadera tentación y ahora que sabía que Nicolás no me quería, pues se me hacía más fácil tomar una decisión.
Pero en qué estoy pensando, me preguntaba a mi misma, sabía que eso no iba a ser fácil; acababa de conocer a Jeimy y aunque el interés que demostraba por mí en sólo dos días de conocernos, era mayor al que había presentado Nicolás en cuatro años de matrimonio, se me era casi imposible imaginarme una vida sin él. Tenía que volver a hablar con él tratar de aclarar las cosas.
Mire el reloj en mi teléfono móvil, marcaba las 2:10 am, había pasado todo una hora desde que había hablado con Jeimy y no había podido dormir ni cinco minutos. Tomé mi teléfono y busqué algo de música tranquila que me ayudara a dormir y a tranquilizarme. Después de algunos minutos cuando estaba apunto de empezar a soñar, un ruido distinto me hizo saltar de espanto. Tenía una llamada entrante, y el nombre de Jeimy se veía escrito en la pantalla . No quería contestar, sabía las posibilidades de lo que ocurriría, pues ya las había pensando todas; así que solo me quedé allí, mirándolo timbrar.
Al cabo de unos eternos segundos dejó de timbrar. El teléfono me marcaba una llamada perdida y yo sólo lo miraba de lejos con miedo a tocarlo.
– ¡Ring, ring! – el teléfono volvió a sonar.
No quería contestar, algo me decía que no iba a salir bien, pero de sólo pensar que iba a verlo me hacía querer saltar sobre el teléfono y contestar. Además ¿qué me hacía pensar que realmente vendría?
- ¿Si? – contesté con mis nervios a flor de piel.
– ¡Baja, hermosa! – exclamó.
– Jeimy, dime que no estás aquí – pregunté con la respiración agitada y voz tambaleante.
– Dije que vendría a verte y eso hice – respondió seguido de una risa ligera.
– ¿Y cómo sabes que es mi casa? Debes irte – pedí a la vez que me asomaba a la ventana que daba a la calle.
– Pues, si quieres puedo tocar el timbre y lo averiguamos – dijo, serio.
– ¡No! Yo bajo. Realmente estás loco – exclamé asustada.
– Por ti – colgó.
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¿Lo hacemos otra vez? (+18)
RomanceLarimar es una jóven en un matrimonio con un hombre millonario, pero disfuncional por lo que le gusta alguien más y así que decide divorciarse pero no vuelve a ver aquel hombre que le gustó hasta un tiempo después, así que ahora debe volver a enamo...