Capítulo XXIX. Nueva vida

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Caminé hasta la salida de la casa con el corazón destruido y mi rostro transformado en un manantial. Mis ojos ardían mas que el sol del verano, por lo que se me dificultaba mantenerlos abiertos por mucho tiempo. A pesar de tanto dolor, el calor que emanaba del cuerpo de Aníbal, lograba hacerme sentir cálida y algo tranquila; más sus fuertes brazos me daban algo de seguridad y confianza.
Cuando estaba a punto de cruzar el umbral de la puerta principal, sentí como sus ojos se clavaron en mi espalda, mi corazón se sintió atraído como si un imán del polo opuesto le obligara a volver a dentro. Mi alma se sentía comprometida con él, quería lanzar mi cuerpo al suyo, pedirle perdón por no haber creído en él y olvidar cada palabra de lo que me había dicho.

La puerta estaba abierta ya y la mitad de mi cuerpo hacía el intento por cruzarla, pero aún el calor de su mirada seguía pegada a mi, obligando mi rostro a volver la vista hacia atrás. Mis ojos acertaron al encontrarse con los suyos ardiendo. Sus hermosos ojos miel brillaban mas no era de enojo, aunque había escuchado todos y cada uno de sus insultos, su mirada intentaba decirme algo más, pero ese algo no fui capaz de interpretar, pues quizás era muy pronto para poder leer a Jeimy por completo.

Esperé unos segundos, con la esperanza de escuchar, por lo menos mi nombre salir de su boca; en cambio su mirada permaneció fija en mí sin articular palabra alguna.  Otros dos chorros atravesaron mis mejillas al sentir el vacío sonido del silencio, entre tanto Aníbal me acercó más a su cuerpo para luego invitarme a continuar nuestro camino.

– ¡Vamos! Hay que salir de aquí – exclamó triste, mientras me ayudaba a mantenerme de pies. 

– Tienes razón, llévame fuera de este lugar… lejos de Jeimy – asentí en medio de sollozos, retomando la marcha.

– Jamás se retractará – lanzó una mirada de lástima – Será mejor que te olvides de él. Por más que lo quieras, jamás vuelvas a humillarte frente a él, es mi amigo y todo pero… Jeimy no te merece – me elogió con una media sonrisa, pero aún así se sentía algo decepcionado, por la actitud de su amigo, supongo.

Llegamos afuera, donde estaban nuestros autos parqueados, saqué mi bolso y tomé las llaves de mi Mercedes entre mis dedos. No tuve la oportunidad de terminar de abrir la puerta del todo, cuando Aníbal se prestó a llevarme.

– No creo que estés en capacidad para conducir ¿Necesitas que te lleve? – insistió reiteradamente con su mirada de lástima aún puesta sobre mí.

El ángulo que marcaban sus ojos, más esa mirada que me lanzaba, eran suficientes para acrecentar mi dolor. Me hacían sentir como un cachorro abandonado a media noche. Quería parar de mirarlo para poder olvidar ese sentimiento de lástima que él me estaba propiciando.

– Gracias por tu apoyo, en verdad no sabes lo mucho que lo aprecio – limpié mis lágrimas – Pero ya has hecho suficiente. Yo puedo lidiar con esto y no quiero que te preocupes por mí – refuté en todas las ocasiones, luego encendí mi auto y me marché.

Conducía yo en medio de la noche oscura, mis párpados estaban aún muy inestables, más la visión se tornaba borrosa debido a la incesable corriente de agua que emanaba de mis orbes.

Mas a pesar de las vicisitudes, me obligué a mi misma a ser fuerte y a no dejarme derrumbar por los sentimientos que me afligían. Después de unos pocos minutos, llegué a casa sana y salva. Di gracias a Dios por que nuestras casas no compartían una gran distancia entre ellas. Bajé del auto y a duras penas pude terminar de llegar hasta el dormitorio.

Dejé caer mi cuerpo sobre la comodidad del colchón, pero a pesar de sentirme ahora segura, mi subconsciente no quería aceptar el hecho que de Jeimy no estaría más junto a mí. No podía sacarlo de mi cabeza, los recuerdos de Hawái no dejaron de repetirse toda la noche, en ese momento lograba relajarme unos minutos. Luego el momento exacto de la discusión volvía a cruzarse en medio de los recuerdos, provocando que nuevos sollozos acompañados de múltiples lágrimas volvieran a salir de mis ojos.

Estuve toda la noche dando vueltas en la cama, llorando sin poder pegar un solo ojo, pero cuando la luz del sol chocó contra mi frente reparé en la camisa de Jeimy que permanecía en mi cuerpo, su fragancia me había  acompañado toda la noche y más que para darme calor, me había estado atormentando, recordándome la deleitosa fragancia de su cuerpo.

Me lancé de la cama en un torbellino de desesperación y después de quitarme la fina camisa azul, la volví un bollo y finalmente la metí en lo más profundo de la primera maleta que encontré. Fui  a la ducha por algunos minutos, luego me detuve frente al espejo,  donde cubrí muy bien el horrible morado que Nicolás había dejado en mi mejilla. Me hice una coleta mientras organizaba en mi cabeza todas las actividades que tenía pautada para el día. Debía ir por mamá y llevar todas nuestras cosas al lugar que sería a partir de ese día,  nuestro nuevo hogar.

Tomé algunas maletas para llevarlas a duras penas hasta mi auto, en seguida supe que necesitaba ayuda si quería terminar a tiempo, pero para mi mala suerte aún estaba muy temprano, Nicolás aún no salía a la empresa y María permanecía dormida.

Me dejé caer en el sofá de la sala de estar después de soltar un largo y profundo suspiro de agotamiento. Estuve algunos minutos mirando todas mis maletas en medio del pasillo y casi de inmediato, mis pensamientos comenzaron a surgir.

Definitivamente la vida es como una Ruleta Rusa, en un momento estás en la cumbre… y a tan sólo unos segundos, yaces tres metros bajo tierra. Más a mí, se me dificultaba comprender ¿cómo pudo Jeimy mentirme de esa manera? ¿Cómo pudo decirme tantas palabras hermosas cuando en realidad estaba viéndose con otras? ¿Por qué mentirme? ¿Cuál era la necesidad y el motivo?

¿Lo hacemos otra vez? (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora