*Epílogo.

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Los años pasaban, como siempre, de una forma casi veloz. Un día estaba entrando a las puertas del CEO de una famosa editorial, al otro estabas con un hijo de ambos, jugando en un pequeño parque que instalaron a unas calles. Era tan cómoda una vida así, llena de sus pequeños intereses. Nada de dramas, más de los cotidianos en una pareja; y solo una sensación de paz absoluta.

—David, cariño, te vas a ensuciar—. Dijo Henry, limpiando la arena mojada que se pegó a la mejilla del niño de siete años. Era bastante alto, como su padre alfa. Tenía la tez pálida, y unos mechones de cabello rubio llenos de rulos; sus ojos eran grandes y vivaces, y siempre andaba con esa cara de malote, aunque era un príncipe en la casa.

—Papi, hay un hombre viéndonos hace rato—. Eso congeló al chico, mirando rápidamente a todos lados—. No te preocupes, yo te cuido, papi—. Se aferró a las piernas del omega, y este le sonrió, acariciándole el cabello.

— ¿Vamos por un helado? —. El cachorro asintió, y Henry lo tomó de la manita, caminando fuera del arenero. Aún estaba ansioso por quién era ese que decía su pequeño, pero prefería no asustarse, la zona en la que estaban era segura y transitada.

—Tía Cari nos invitó a Canadá, a ti y a mí.

— ¿Y a tu papi Ray? —. El niño negó.

—Ella dice que es gruñón—. Henry rio, acariciando el cabello del pequeño. A pesar de que Carina nunca quiso hacerse cargo, y tampoco lo exigieron; ella terminó por tomarle cariño al pequeño, pero solo como una tía consentidora (y algo alcohólica). David sabía que ella lo parió, pero él, como el niño maravilloso que era, solo veía como papá a Henry y Ray. Decía que Carina era buena, pero no la veía cómo una madre.

Ambos entraron a una heladería, y se pararon frente al vendedor, pidiendo dos helados de yogurt de fresa con chispas blancas de estrellas. David jaló el saco de su papá cuando este sacó el dinero, y Henry rodó los ojos, divertido. Le pasó el dinero, y este pagó.

—Yo invito—. Dijo, prepotente. Igual que su padre.

Ambos se fueron a sentar en una de las mesas. Era una heladería grande, con un pequeño parque de diversiones dentro.

—El tío Jasper siempre pregunta cuándo iras a ver a Nina—. Habló Henry. Nina era la hija de Jasper y Piper. Quién diría que al final terminarían juntos, se veían bonitos.

—Siempre estoy disponible. Pero Nina es muy torpe. Una vez me quemó con el chocolate—. Aunque la quemadura no fue grave, pero Jasper estaba tan dolido que lloró. Eso divirtió a David—. Papi, ¿puedo ir a los juegos? —. Vio el vasito de helado vacío, y asintió.

El niño corrió al lugar, y Henry se sentó a observarlo. Era tan juguetón y tierno.

— ¿Es tu hijo? —. Giró el rostro, la silla que antes ocupaba David, ahora estaba ocupada por Christian Manchester, quién parecía bastante añejo a cómo lo conoció. Lo recordaba bien, nunca volvieron a saber de él después de lo que le hizo a Ray. Este tampoco quería saber del alfa. Así estaban bien.

—Sí—. Soltó, sin rasgo de rencor. Ray lloró mucho por ese señor, pero ahora, estaba seguro de que su alfa no tenía sentimientos negativos hacia este. Aun así, Henry no era igual; si, no le tenía rencor; pero despreciaba la forma tan ruin en la que dejó a su hijo solo porque no siguió con el linaje.

—No es tuyo—. Aseguró este.

—No—. Respondió—. Pero lo crie cómo si lo fuera—. Y lo amaba como amaría a un hijo de sangre.

—Entiendo—. No preguntó nada. Escuchó cómo en la mesa de deslizaba un sobre, sellado—. Es dinero, lo suficiente para que vivan de una forma decente—. Estaba seguro de que el señor los estuvo vigilando. Henry frunció el ceño.

—Vivimos bien—. Ray tenía un buen trabajo, Henry era profesor en línea de estadística en la carrera de Administración. Vivían en un lindo lugar, tenían una bella familia, y... Estaban felices, sobre todo. El dinero era algo que no los podía cegar, y ese señor estaba loco si pensaba eso.

—Cuando la madre de Ray huyó, deseaba con todas mis fuerzas que no muriera nuestra herencia. Aun así, murió—. La editorial, por lo que le comentó Steve, ya no era manejada por Christian. Tenía acciones allí, pero estaba realmente enfermo, y muchos pensaban que ahí había acabado todo—. Haría cualquier cosa por mis hijos, Henry.

—Lo entiendo—. El chico se levantó—. Y es por eso que le agradezco haber hecho a Ray un hombre tan bueno.

—No vine a disculparme—. Su orgullo no se lo permitía—. Pero quiero que Ray sepa que dejé todo a nombre de él. Cuando muera, él decidirá el futuro—. Henry sonrió.

— ¿Dañó su relación con él para que, al final, terminara igual Ray siendo heredero? —. El señor asintió—. ¿Valió la pena? —. Christian pareció inmutarse, por primera vez, con esa pregunta. Su rostro bajó, las canas que pintaban su cabello le rozaron el rostro, antes de volver a levantarlo. Henry tomó el sobre de la mesa, y lo guardó, sin abrirlo—. Le entregaré esto, y él elegirá.

— ¿Y si deja su vida de familia perfecta?

—Confío en él, más de lo que usted confió en Ray—. David estaba volviendo, con los zapatos abrochados.

—Papi, tengo sueño—. Henry lo tomó de la mano.

—Vamos a casa, cariño—. Y salió a la puerta, deteniéndose en esta, antes de salir por completo—. Y, Christian—. El abuelo levantó la mirada de su yogurt de helado—. Ojalá no se sienta solo en la penumbra de su mansión. Perdió a una maravillosa persona.

El chico salió, junto a su hijo.

— ¿Quién era, papi? —. Henry lo miró, sonriendo.

—El abuelo de Ray—. El niño abrió la boca, en una expresión caricaturesca.

—Pero no necesito otro abuelo, mi abuelo Richard es más que suficiente. Siempre siendo pegajoso—. Henry volvió a reír. Sí, su padre era demasiado apegado a David, tanto que solo tenía que hacerle ojitos, y él caía por el cachorrito.

Henry, como prometió, le dio el sobre a Ray. Este, sin decir nada más, lo quemó. ¿Por qué aferrarse al pasado cuando ya lo has superado?

Después de todo, eran felices.

Sex appeal. |Henray|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora