*Capítulo 27.

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Tal vez era por la falta de los supresores, o que estaba sobre-exigiéndose en el trabajo en los últimos días, pero sentía el calor subir a su rostro, su cuerpo temblaba, y un mareo lo inundaba todos los días. Trataba de disimular, pero cuando dejó caer unos papeles en el camino al ascensor y se desmayó en el suelo del piso inferior; bienestar laboral le ordenó ir al medio, y, de paso, descansar. Claramente Ray no se negó, y le hubiese gustado acompañar a su pareja, pero este no quería, en ese momento, algún tipo de rumor porque el jefe lo llevaba a su casa.

Así que, por suerte, Jasper había llevado su carro, y llevó en este a Henry hasta su casa. El chico se veía bastante débil, y después de tomar unos analgésicos, cayó como un vil muerto en la cama. Sudando, mojado hasta por donde no debería, y con un mareo horrible.

Salem se acostó en su espalda, ronroneando, y Henry simplemente se dejó llevar por la acción del fármaco, durmiendo dulcemente.

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—Pareces enojado—. Camila había decidido, sin que Ray se lo pidiera, ir a verlo. Tal vez era porque el alfa se había apartado de todo, como siempre; o porque tenía la corazonada de ser necesitada. Bien, cualquiera de las dos, se sorprendió al ver a su mejor amigo furioso. Su rostro parecía igual de frívolo que siempre, pero ese olor era el que estaba espantando hasta a los meseros de ese restaurante. Ambos tenían hora de almuerzo.

—Lo estoy—. Ella tomó asiento frente al alfa, recostándose en el espaldar de la silla. En eso llegó un lindo omega mesero, y, como acostumbraba la alfa, coqueteó con él, pidiendo algo sencillo, al igual que el número del chico. Ella nunca dejaría su vida de casanova, después de todo, era hermosa y una alfa prime. El casarse con una persona solamente le asustaba.

— ¿Y qué tal tu conquista de ese omega de la moto? —. Recordaba cuando fueron al concesionario, él parecía más interesado que de costumbre. ¿Ya se lo habría tirado? Tomó un poco del agua que le sirvieron al llegar.

—Me voy a casar con él—. Camila se ahogó, escupiendo el líquido por la nariz, y sintiendo como toda su tráquea ardía ante eso. La mayoría la voltearon a ver, y ella se puso roja de la vergüenza ante tal escándalo.

—Qué forma tan basta de arruinarme el día—. Gruñó, limpiando con una servilleta el moco que salió disparado de su nariz. Que asquerosa debía parecer—. Tú no te comprometes, Ray—. Aclaró ella, después de tragar las palabras. Sabía que él nunca mentía, por ende, no creyó que fuese una broma.

— ¿Quién dijo eso? Que no encontrara a alguien no significa que no me comprometa.

— ¿Y qué tan bello tiene que ser ese omega para que desees enlazarte? —. El mayor pareció pensarlo seriamente, más que cualquier cosa. Recordaba como en la universidad pasaban de chico en chico, aunque Ray siempre fue más... mojigato; parecía no interesarse en nadie, además de esa omega prime canadiense que lo perseguía como animal sediento de amor.

—Te diré la verdad: Él es el chico del que estuve enamorado, el heredero de los Hart—. Ella dio un soplido. Vaya. Así que había encontrado a ese muchacho. Recordaba, una vez en la que ambos estaban ebrios, que el mayor le confesó que no deseaba a nadie además del heredero Hart. Ella lo había visto algunas veces en reuniones, pero era... Simple. Tenía una cara linda, y era delgadito; pero su olor era desapercibido y su carácter era casi estoico. No era interesante. Se sorprendió al ver a su amigo tan enamorado de ese cachorro que siempre estaba pendiente de las cuentas sociales del omega. Casi ni las usaba el tal Henry.

—Qué suerte—. Y no fue sarcasmo, realmente estaba feliz por él. Tal vez no fuera la decisión que ella hubiera tomado, porque siempre tomaba malas decisiones; pero sabía que su amigo se sentía de esa forma tan intensa con el chico—. ¿Y entonces esa cara? —. Hizo una mueca.

Sex appeal. |Henray|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora