Capítulo 8.

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— ¿Te recojo? —. Jace levantó la mirada de su computador, el cual estaba en perfecto estado después de que Sean le cambiara el disco duro. No volvió a molestar en toda la semana, y eso fue un alivio, puesto que estuvo usándolo más que de costumbre. Debía organizar reuniones, hablar con directivos, y archivar.

— ¿Perdón? —. Agradecía a su ocupada agenda que apenas tenía tiempo de hablar con Cooper de algo que no fuera trabajo. Ya no iban a almorzar juntos, porque Sean se adelantaba siempre y lo invitaba a restaurantes sencillos y empresariales. El rubio era una buena persona, además de divertido.

—Hoy es el concierto—. Cayó en cuenta, sin creer que, en serio, Cooper iba a ir con ellos. Tal vez eran los años de diferencia, pero el mayor no lucía como alguien que disfrutara ese tipo de cosas. Jace tampoco, pero si iba a ir su cantante favorita de indie, podría intentarlo.

—Oh—. Movió su nariz de una extraña forma, sacándole una risa al mayor—. Sean iba a recogerme—. La sonrisa desapareció. ¿Sería muy mala clase decirle que no quería estar solo con él en un auto después de lo que había pasado? —. Nunca he montado en moto, y Sean me iba a llevar en la de él—. Tal vez no debió decirlo, porque la barbilla de Cooper se mantuvo tiesa, y sus ojos ardían en llamas.

—Yo también tengo una moto—. Jace alzó las cejas, sorprendido.

— ¿En serio?

—Sí—. Parecía forzar sus palabras—. Te recogeré a las ocho en tu casa—. Y no aceptó un no como respuesta, volviendo a su oficina.

Intenso, pensó el chico, levemente excitado por esa forma tan alfa con la que se comportó. Puede que no esté de acuerdo con muchos estereotipos, pero sentirse de esa forma, uf, lo calentaba un poco.

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—Pero si tú no tienes una moto, Cooper—. Su mejor amiga, una bella alfa, iba junto a él por aquel concesionario de medios de transporte, mientras no paraba de burlarse de la idiotez que hacía por un omega. No creyó que llegaría al nivel de mentir—. ¿Al menos sabes conducir?

—Aprendí cuando estaba en el extranjero—. Se detuvo frente a una hermosa motocicleta negra, bastante retro, pero bonita. Parecía una Harley, de enorme estadero y gran apariencia. Era su estilo, definitivamente.

—Estás loco, Cooper—. Entonces un asesor se acercó a ellos, presentándose, y dando las indicaciones de aquel magnifico medio de transporte. Cooper estaba seguro de que estaba cometiendo un delirio, pero no le importó cuando pagó por esa máquina, mientras su amiga coqueteaba con un omega que estaba mirando autos.

— ¿Cooper? —. Los dos alfas giraron, encontrándose con Steve Rogers, quien parecía estar comprando repuestos. Se olvidó por completo de ese beta, simplemente no le daba importancia, aunque su lindo Jace parecía encantado al hablarle—. ¿Qué haces acá?

—Rogers—. Su amiga lo reconoció, principalmente porque era editora en jefe de varios escritores de famoso currículo—. Cooper está enamorado, y cometió la idiotez de... —. Antes de seguir hablando, Cooper se lanzó encima de la alfa, cual niño pequeño, tapándole la boca. Esta frunció el ceño, ante la mirada de sorpresa del beta; la mujer, de nombre Camila, lamió el dorso de la mano de su amigo.

—Qué asco—. Se separó, limpiando la saliva en su pantalón.

—Que sepas que me las pagarás—. Parecía molesta, y se fue de allí a donde se suponía le entregarían la moto.

— ¿Hoy no tenías trabajo? —. El beta siempre había sido intrusivo. Cooper se había escapado de su trabajo para comprar una moto. Maldita locura.

Sex appeal. |Henray|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora