*Capítulo 3.

2.2K 251 97
                                    

Llegó el día del viaje, y no estaba precisamente emocionado. Había tratado de evitar a Ray todo el tiempo posible, al menos, estar a solas con él. Lo logró, pero ahora tenían un viaje, y debían compartir suite. Gran problema. Solo pensaba en huir, en decirle a su padre que no podría con el trabajo. Él preguntaría por qué, Henry... Se negaría a decirle, porque, conociendo a su padre, podría hacerle la vida imposible a Ray por meterse con él.

Tal vez exageraba, ambos tenían ese instinto animal básico después de todo, y lo que buscaban sus castas era mantener la especie. No era tan malo, ¿verdad? Lo era para Henry, teniendo en cuenta de que él no podía dar a luz, y que, conociendo su pasado, se daba cuenta de que solo era usado como un agujero. Puesto que "disfrutaba" de gozo de un celo sin condicionamiento al embarazo.

Sabía que nadie lo veía a él por ser él, sino por su condición. Más de una vez, en medio del acto, habían dicho nombres de otras personas, y él no podía hacer nada al respecto.

—Henry—. Levantó la vista de su libro, encontrándose con Ray, quién iba con un ligero equipaje de rueditas. Habían quedado de encontrarse en el aeropuerto para hacer el check in. Se levantó de su silla, tomando su maleta y guardando su libro en un compartimiento delantero de esta.

—Señor Ray.

—No me digas señor, me haces sentir viejo—. Bueno, a comparación de Henry, seguramente lo era. Había leído que el hombre tenía treinta y cinco años, siendo uno de los herederos de la editorial.

Ambos caminaron hasta las azafatas que hacían el check in. Entregaron sus equipajes de baúl, Henry tenía una pequeña mochila donde guardaba su celular y documentos. Les entregaron los tiquetes, y ambos se dirigieron a la sala de espera. El vuelo salía en media hora, aun no estaban llamando a abordar.

—Iré a mirar por allá—. Habló Henry, queriendo ir lo más lejos posible del mayor. Este, concentrado en su celular, asintió. ¿Por qué creyó que no lo dejaría? Debía abandonar ese sentimiento, era malo tenerlo por un superior.

Caminó hasta una de las tiendas dentro de la sala de espera. Tal vez compraría algunos dulces ácidos, siempre lo animaban un poco. Recorrió con su mirada los estantes, y, sin querer, chocó el hombro con un hombre.

—Lo siento—. Miró al dueño del hombre. Un alto rubio de ojos azules y mirada simpática. Su corazón saltó al verlo, era bastante lindo.

—Tranquilo—. Este le guiñó el ojo, y siguió mirando los dulces, tomando uno del estante—. ¿Sabes cómo... saben? —. Rió un poco ante los nervios del hombre.

—Son empalagosos, tienen gomitas cubiertas de chocolate—. Tomó otra bolsa—. Este es mejor—. No era acido, pero tampoco demasiado dulce. Pensó que le gustaría. El mayor sonrió, tomando la bolsa.

Ambos caminaron hasta la caja.

—Muchas gracias. Es que no tiendo a viajar mucho—. Era el momento de Henry de hablar.

—Yo tampoco. Bueno, hace mucho no viajo—. El hombre entregó una tarjeta de crédito, y el muchacho de la caja la tomó.

—Pago por ambos—. Henry lo miró, sorprendido—. Por la recomendación—. Que dulce, pensó. Ambos se quedaron mirando unos segundos, hasta que entró alguien casi como un torbellino a la tienda, jalando del brazo al simpático rubio.

—Vámonos, Rogers. Tenemos que apurarnos—. El más bajo, de cabello castaño y barba de candado, lo miró de arriba abajo, y de la nada, tanto el de la caja como Henry sintieron el aroma del hombre más bajo. Era fuerte, a rosas y flores. Era un omega prime, demonios. Henry no podía contra eso, y tampoco lo intentaría.

Sex appeal. |Henray|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora