*Capítulo 26.

599 50 12
                                    

A qué no adivinan quién se volvió loca. Ya sabrán por qué.

.

—Ya voy—. Se levantó con pereza de su cama, gritando desde su cuarto, aunque era obvio que no se iba a escuchar hasta la entrada. Caminó descalzó, sin una camisa que cubriera su cuerpo, y abrió la puerta sin fijarse en ello, encontrándose de cara a su dulce Salem.

— ¿Lo pensabas aba-... ¡¿Qué son esas pintas, Henry?! —. Su padre hablaba muy fuerte, y el estruendo le dolía en la cabeza. Tal vez porque llegó de un viaje, o porque había tomado alcohol en el vuelo, pero no estaba con ánimos de escucharlo. Tomó al gatito, y este se restregó en su pecho, antes de saltar al suelo y caminar con propiedad a la casa.

— ¿Cómo le fue en el veterinario? —. Le había pedido a su papá que lo llevara a un lindo hotel de animalitos. Vio uno donde lo desparasitarían, además de cuidarlo. Parecía feliz, y el lugar se aseguró de que fuera de la calidad que se merecía su gatito.

—Henry, no me ignores. ¿Por qué abres la puerta semidesnudo? Por si fuera poco, pareciera que te hubieran comido los moscos—. Su padre entró, cerrando la puerta, Henry caminó con pereza a la cocina, tomando de la nevera un poco de zumo de naranja—. Además, ¿no es tarde para estar dormido? Siempre has sido ordenado con esas cosas. ¡Henry! Préstame...

— ¿Amor? ¿Está-...—. Ray salió del cuarto, y si él se veía mal, pues su pareja estaba peor. Los hombros del mayor tenían marcas de uñas, el cuello chupetones, e iba sin camisa, pero al menos se había puesto un pantalón.

—Demonios—. Henry acarició su entrecejo. Su padre iba a matarlo.

—Henry Hart—. La voz de alza de Richard congeló a Ray, que decidió dar media vuelta, para volver al cuarto. Se había sentido abandonado cuando su novio se había levantado, y ahora entendía que no fue buena idea mostrarse así—. Quédate en tu lugar, Ray Manchester.

—Papá... —. Henry volvió a la sala, sentándose en el mueble.

— ¿No se supone que estabas en un viaje de trabajo?

—Lo estaba—. Miró a Ray, y este se acercó, con sigilo, a uno de los muebles—. Llegamos en la madrugada; mi casa queda más cerca del aeropuerto—. No debería darle explicaciones a su padre, ya era grande, pero este parecía enfurruñado. Tenía que decirle, tarde o temprano, todo lo que estaba pasando en sus vidas. Miró a Ray, este parecía bastante tenso, e intentaba ocultar su cuerpo con los brazos. Le sonrió, y este correspondió.

—Bien... Sé que son pareja, pero... Ray, no quiero ser indulgente, ¿tu abuelo...? —. Así que su padre sabía.

—Le diré—. La seguridad en la voz de su alfa lo enorgullecía. Este cambió de asiento, sentándose al lado de Henry, mientras Richard se sentaba en el mueble frente a ellos—. Yo voy en serio con su hijo—. Sentía esa aura de alfa reclamando al padre la mano del omega, y ronroneó feliz, acercándose un poco al hombro del mayor, y acariciándose ahí. Lo quería tanto. Ray lo rodeó con uno de los brazos, y le acarició la cabeza.

—Ah... Ustedes destilan amor—. Estaba feliz por su hijo, parecía feliz.

—Papá, vamos a márcanos en mi próximo celo—. Abrió los ojos, bastante, mientras su alfa de sentía abandonado por su propio hijo. Se estaba volviendo adulto, iba a hacer su vida.

—Qué bien... —. Gruñó—. ¿Ray sabe...? —. Trató de no tocar mucho el tema, pero haciendo que su hijo entendiera. Esperaba no haberlo arruinado, pero valdría la pena estar seguro. Si iban tan en serio... Sería un problema para un alfa como Ray no tener cachorros.

Sex appeal. |Henray|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora