*Capítulo 5.

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Ciertamente iban lento. El fin de semana, Henry estuvo en su apartamento, arreglando algunas cosas que había dejado de segundas, lavando ropa que dejó acumular. No se habló más de su cumpleaños, puesto que su padre viajo, y no tenía especialmente relación con alguien para ello. La pasó leyendo, compró un pastel de crema y tomó vino. Algo sencillo y propio.

Eso pensaba, cuando a las once de la noche del domingo, al estar ya en su pijama y listo para ir a la cama, tocaron al teléfono interno de la torre de apartamentos donde vivía. Contestó, algo dormido.

—Señor Hart, hay un hombre que desea verlo—. ¿Hombre? No esperaba a nadie. Miró el reloj en su muñeca, no el que le regaló su padre, sino uno más simple de correas de cuero y con la imagen de un gato al fondo.

— ¿Cuál es el nombre? —. Tal vez... No creía. Él no sabía dónde vivía.

—Ray Manchester—. Su corazón latió, algo escandaloso. Tragó saliva.

—Déjelo pasar—. Y colgó.

Se recordó en la pared, mordiendo una de sus uñas. ¿Qué eran esos arranques que tenía Ray? Nunca lo imaginó de él. Se sentía emocionado ni cuanto menos, y bastante intimidado. Estaba vestido con un pijama de gatitos y el cabello desordenado; además, llevaba las gafas que usaba en momentos cíclicos. Si ya de por si no era la mata de la belleza, ahora menos.

Se acercó a un espejo cerca de la puerta principal, y trató de arreglar un poco el cabello rubio desordenado. Se dejó las gafas, pero limpió un poco de lagaña bajo sus orbes. Miró su pijama, pensando en ir a ponerse al menos otra camisa. Entonces, cuando estaba por hacerlo, sonó el timbre principal.

—Voy—. Avisó, y caminó hasta esta, abriendo la puerta y encontrándose con un ramo enorme de flores. Oh, Dios. Nunca lo habían cortejado de esa forma. Sonrió, nervioso, y abrió paso para que Ray entrara.

Él miró todo el apartamento del chico. Era pulcro, organizado, bastante sencillo y no muy grande, en un sector promedio de la ciudad. Impropio de alguien que venía de tan buena familia; pero muy al estilo de Henry, alguien que podía ser fácilmente un chico promedio.

Henry tomó el ramo, y se acercó a dejarlo en la mesa.

—Siéntate si quieres. Traeré zumo de manzana—. Ray lo hizo, aun observando el lugar. Una pequeña sala con muebles cafés, un televisor pantalla plana frente a este. Un espacio para la mesa del comedor de vidrio y sillas de roble. Un pasillo que iba hasta dos puertas y una del baño.

Se sentó en uno de los muebles, encontrándose con algunas fotos de la madre de Henry en el estante donde estaba el televisor. Una mujer hermosa, de cabello rubio y rasgos muy iguales a los de su hijo. También vio la cámara que le regaló a un lado; un pequeño florero con una flor blanca al lado de esto. Parecía un altar para su madre.

—No esperaba tu visita—. Henry volvió, dejando un vaso con zumo frente al hombre, y sentándose al lado de este—. Tampoco sabía que tenías mi dirección—. Ray, de nuevo, se sintió como un acosador. ¿Estaba muy obsesionado con Henry? No quería asustarlo, pero... Le recorrieron unas enormes ganas de verlo, y, sin lugar a dudas, siguió su instinto.

— ¿Te molesta?

—No. Aunque agradecería que me dijeras, no estaba vestido para la ocasión—. Ray pensó que lo de menos era verle la ropa, es más, preferiría verlo sin ella. Se acercó un poco al chico, colocando sus manos en los muslos.

—Te ves adorable así—. Subió su mano, acariciando el cabello del chico. Este ronroneó, sacando aquel lado animal que trataba tanto de ocultar, y restregándose un poco en la palma de la mano de Ray. Este se acercó un poco. Quería besarlo, el deseo era bastante.

— ¿Por qué viniste? —. Henry también quería besarlo, sentía que su respiración se cortaba, mientras se acercaba poco a poco al mayor, tratando de buscar alguna entrada, que obviamente Ray le estaba dando.

—Quería verte—. Jadeó, mirando los labios del chico, y nuevamente los ojos castaños de este. Oh, Dios, en otra situación sentía que no hubiese aguantado tanto sin saltarle encima como su animal le pedía hacerlo.

Henry fue quién cortó la distancia, chocando suavemente sus labios con los contrarios. Olvidó por un momento que no debía abrirse tanto, no de esa forma. No quería salir lastimado. Pero los ojos azules de Ray lo llevaban en una sensación narcótica, olvidándose de sí mismo.

El beso fue suave, en ningún momento subió de tono, por miedo a romper aquella linda burbuja en la que estaban. Ray subió su mano hasta la cintura del menor, e hizo que este se moviera a encima de su cuerpo, colocando casa una de las piernas a un lado de su cintura. Lo agarró de las caderas, y lo restregó encima de su cuerpo.

Entonces el beso subió levemente su intensidad, cuando la lengua de Henry acarició los labios del mayor, ladeándola un poco para encajarse mejor. Ray lo recibió, abriendo los labios y acariciando con su lengua la contraria. La succionó, llevándola a su cavidad y mordiéndola un poco con sus dientes.

Era el mejor beso que ambos tenían. Y duró más de lo que hubiesen pensado.

—Ray—. Se separó un poco, colocando su mano en el hombro del alfa. Su carita era la de un cachorro deJasperdo hacer una travesura, y Henry se enterneció por ello.

Pero sabía que antes de que todo aumentara de nivel, antes de que todo se volviera serio, tenía que ser sincero.

—Lo sé, muy rápido—. Ray lo abrazó—. Pero te deseo tanto.

Te deseo... Repitió Henry en su mente, frunciendo los labios.

Alejó un poco al hombre, mirándolo fijamente.

—Tengo que decirte algo—. Logró hacer la voz más dura que podía—. Porque necesitas saberlo, porque antes de que esto, que no sé qué es, se vuelva serio; necesitas saberlo.

—Me estás asustando—. Rió nervioso el mayor. Henry se bajó se sus muslos, sentándose a su lado. La mirada del chico era profunda, dolida, como si realmente pasara algo que afectara su visión del muchacho. Eso lo aterró. ¿Estaría enfermo? —. ¿Pasa algo?

Henry estaba demorando en hablar, simplemente porque estaba calculando la mejor forma de iniciar el tema. Tal vez no le concernía, tal vez no debía abrir la boca y solo alejarse de Ray. Pero... Poco a poco se sentía apegado a él, porque lo trataba bien, y no podía estar aislado por siempre.

—Tú... ¿quieres tener hijo? —. Ray no entendió.

—Sí, como todo alfa—. Quería tener cachorros, herederos. Su abuelo siempre le había inculcado aquello. Desde que su madre lo dejó con él, había adquirido la necesidad de formar una familia, una real. Ser ese estereotipo de las televisoras, donde el alfa llegaba a la casa y lo recibía un cachorro y un beso de su omega. Deseaba que ese omega fuera Henry.

Aun así, el rostro de Henry cambió, viéndose afligido, con los ojos llorosos. Sintió que dijo algo horrible, pero no sabía qué podía ser.

—Soy estéril—. Escupió casi con un chillido agudo. Ray escuchó, pero no lo pensó hasta que, nuevamente, su mente trajo a colación las palabras.

Estéril, pensó, y su corazón dejó de latir con aquellas palabras. Bajó el rostro de los castaños ojos del chico, quien había dejado salir una lagrima, limpiándola con el dorso de su mano. El silencio se instauró entre ambos; Ray estaba repitiendo una y otra vez lo dicho por Henry. Él no bromeaba. Lo olfateó unos segundos, sintiendo aquella ansiedad que sudaba el rubio.

—Será mejor que te vayas—. Henry tragó un sollozo, y se levantó del mueble, al igual que Ray.

Lo acompañó a la puerta, en completo silencio, y este salió, sin decir ni una palabra, y destrozando las pocas energías que tenía Henry. Cerró la puerta y se acomodó en la pared; no imaginaba esa situación, estando aún más enamorado de Ray.

No era momento de lamentarse. Lo dijo, fue sincero. Ahora solo quedaba seguir adelante con la carga en sus hombros de jamás ser querido. 

Sex appeal. |Henray|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora