28 ||EMBUSTERO JUDAS||

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ADIRAEL INFERNO;

—¿Hay algo que deba saber y que no me hayas dicho?—preguntó Zahara, preocupada.

—No es asunto tuyo.

Solté el agarre con el que ella me había parado. Aparté el brazo con rudeza y grosería. Ella no se sorprendió en lo absoluto, pero arqueó una ceja al instante.

—¿A qué se debe esta actitud de mierda? Hace un momento no te importaba que Agares me tocara y ahora te cabreas porque yo le haya visto la polla.

—¿Entiendes algo de lo que te estoy diciendo o ese ridículo cerebro solo te sirve de adorno?—aguanté la ira, pero no por mucho tiempo—. Por mí hasta se la puedes chupar al papa Francisco. No tengo problema—me acerqué a ella—. Lo único que no soporto son las mentiras.

Ella negó incrédula.

—¿Te he mentido en algo?

—Tienes las pupilas dilatadas, la respiración densa y aprietas constantemente los dientes, nerviosa. Estás mintiendo.

Mi tono fue contundente, lleno de rabia.

—Notas tanto de mí y yo tan poco de ti ...

—Nunca entenderías porqué. Si fueras inteligente no querrías saberlo todo, por tu bien—admití, algo acusador.

La gran y embellecida luz lunar cubrió la esencia de mis gigantescas alas, haciendo contraste con los bordes de estas, parecidas a unas encendidas candelas, sedientas, del caos que proporcionaron las llamas. Eran enormes, moldeadas al gusto del diablo. Fueron hechas para luchar, para combatir y volar... pero en ningún momento fueron creadas para acatar órdenes.

—Te van a ver, joder—avisó—. ¡Mierda, Adirael! ¡Deja de comportarte como un niñato!

—Nunca me ha importado—volví a repetirle—. Si aún no te ha quedado claro puedo volver a explicártelo.

Se tragó el orgullo, apretando los labios.

—¿Yo tampoco importo?

Reí, negando.

—¿Tú?—se escuchó una sequedad de mis palabras—. ¿Quién cojones eres tú?

La bravía necesidad de una conducta inhumana se apoderó de cada centímetro de mi rostro, llenándola de una bastarda ceguera. Sacudido y agotado, forcé una sonrisa cínica, soberbia... el psicópata que llevaba dentro siempre acababa saliendo, reinando en toda mi anatomía, y analizando la poca vergüenza de una cordura incapaz de admitir que había perdido la decencia hace mucho tiempo.

Empleé toda la magnitud de mis brazos y endurecí el puño con desdén y mala gana, logrando aumentar la fuerza que mostraban las marcadas venas del bíceps. Apreté la mandíbula y la observé en silencio.

Ahí, accioné el pliegue del labio superior en la esquina derecha, aumentando la curva de la sonrisa. Realcé la intensidad de unas pupilas dilatadas y analicé al rival que tenía delante sin pelos en la lengua, sin distraer mi atención a cosas insignificantes. Ella respondió ladeando la cabeza, intentando entenderme para así, aprovecharse de la situación. Miré su postura, reducida a un nivel inferior al que yo poseía. Reí para mis adentros como auténtico maníaco de mis impulsos. Estaba totalmente enfermo, un lunático fanático del horror. Nunca negué la locura que me consumía, en mi vida dentro del sano y degenerado juicio había vetado la idea de disimular o excusarme de mi realidad, me negaba a unas apariencias falsas, por lo tanto, siempre admitía lo cabeza dura que era sin aceptar la normalidad de mi cráneo.

Observé a Zahara, dominado por los endemoniados placeres satánicos. Todo se reveló ante ella en cuanto volví a analizar sus embusteros ojos, unos tan traidores que me costaba mantenerlos clavados en mi sien... Escupí unas palabras contra su rostro;

|ENTRE CAÍDOS|©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora