30 ||PSICÓPATA||

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ZAHARA EVANS;

Las caderas de aquella mujer se movían con una fluidez y una extraña velocidad, como si estuviera esperando ansiosa terminar lo antes posible aquella noche.

Sus intensos ojos eran más que determinantes para saber que era una chica que no creía en los cuentos de hadas. Que sus pies estaban muy bien tocando tierra firme, y que no tenía ninguna intención de volar hacia un sueño inhumano, donde la alegría sobraba y el entusiasmo rodeaba el contorno del reino.

Todos los ojos se mostraron interesados en ella, incluso los ojos del rostro del mal.

La curiosidad invadió mis costillas, un tanto incómoda.

—Tiene buenos movimientos—analizó Azatriel, con una exagerada y tranquila mirada clavada en ella.

La algarabía del entorno, de repente, dejó de tener la influencia en mis oídos y me centré en él.

—Te importa una mierda sus movimientos—interrumpió Agares—. No es humana, así que, a mi querido Triel, no le interesa.

Accionó su mano derecha y le dio una colleja a su hermano mediano.

—¿Y tú qué piensas, Evans?

Miré a Agares con cierta sorpresa, ¿por qué tendría que pensar nada?

—Sigo sin entender que hago aquí.

—Estás aquí por tu propia voluntad—aseguró Triel—. La puerta está delante de tus putas narices.

Sus palabras no me sentaron mal, ya que me había acostumbrado a tener este trato con él. No obstante, no me importaba mucho. Su falta de conocimiento sobre los humanos no era algo que me hiciera dudar sobre mis buenas intenciones. Había aprendido que, si a alguien no le caía bien a causa de mi sangre, él se perdía todo lo que yo podía aportarle, independientemente de la raza.

—¿Te crees muy gallito, verdad?—cuestioné con decisión.

—Con que te lo creas tú es suficiente.

Dejé de lado el orgullo. Eso no era cuestión de ello, esto atravesaba la dura realidad, sobrepasando los niveles dudosos del honor.

—Tienes el ego muy subidito—dije, levantándome del asiento.

Los chicos no se dieron cuenta. Estaban embobados con aquella bailarina.

La situación me absorbía. No podía dejar de pensar en Adirael. La última noche que lo vi estaba muy raro. No estaba en sus cinco sentidos, ya que parecía otra persona completamente diferente.

Una sensación insensata aulló como loba enfurecida. Sentí un leve cosquilleo en la parte central del estómago. La imagen de Adirael poseyó mi mente en un acto involuntario del que me fue imposible escapar.

Mitades separadas a través de la distancia.

Sus tremendas idioteces siempre me sacaban alguna que otra sonrisa, y ahora, al no saber donde está y si lo podré volver a ver, me invaden los recuerdos de su persona.

Sacudí la cabeza, ignorando mis delirios.

¿Cómo había llegado hasta tal punto?

Necesitaba escabullirme de ese lugar y despertar con un golpe de aire fresco. Salí sin articular palabra, centrándome en aquella agridulce sensación que había arrollado Adirael hacia mis adentros. Con la piel helada y el corazón bombeando a mil por hora, llegué al aparcamiento del lugar, cruzando entre la fila de gente.

La brisa me golpeó como relámpago, ardiendo por tanta frialdad.

Entonces, pasó.

Ahí lo vi.

|ENTRE CAÍDOS|©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora